Una oportunidad irrepetible - Alfa y Omega

Una oportunidad irrepetible

XVII Domingo del tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías

Concluye, con los versículos que se proclaman este domingo, el discurso de Jesús en parábolas recogido por san Mateo a lo largo del capítulo 13 de su evangelio. Son tres las parábolas que se nos proponen: la del tesoro escondido, la de la perla fina y la de la pesca con red.

Las dos primeras nos ofrecen una aleccionadora visión de la importancia que el Señor da al reino de los cielos. Él espera que lo descubramos de corazón; desea que lo deseemos. Por eso describe de una forma sencilla, pero muy gráfica, la reacción que se produce en el sujeto al descubrir el ofrecimiento que Dios le está haciendo. Tanto el tesoro escondido, como la perla fina, no son realidades que se presentan ante los protagonistas del relato de un modo calculado por ellos. Al contrario, el utilizar estos objetos que se encuentran de modo no previsto, nos muestra algo que el creyente en su vivencia ya ha experimentado: que la iniciativa no es nuestra, sino que viene de Dios. Dios sale a nuestro encuentro y nos invita a participar en la construcción de su Reino. El descubrir lo que esto significa produce una reacción desmedida en el creyente: «Va y vende todo lo que tiene» para hacerse con la nueva realidad que Dios le está presentando.

La descripción es sencilla pero contundente. Y, de algún modo, nos sitúa a nosotros, creyentes del siglo XXI, ante la cuestión de cómo participamos en la construcción de reino de Dios. Para los personajes del Evangelio, la invitación a participar en esa labor, se presenta como un reto apasionante, como la posibilidad de situarse ante un horizonte insospechado que les lleva a vivir en una perspectiva nueva. Entendemos bien las palabras con las que concluye el relato evangélico de este domingo: sacamos del arca lo antiguo -la realidad de nuestra vida- que se va convirtiendo en novedad al verse envuelta en la apasionante posibilidad de construir el reino de Dios. En el fondo, se trata de descubrir a Cristo como un acontecimiento que está trasformando nuestra vida y que nos invita a ser consecuentes.

El Señor Jesús también nos presenta a nosotros muchos tesoros escondidos y muchas perlas finas de gran valor: cuantas personas, situaciones, acontecimientos y realidades son expresión de esa presencia que nos reclama y que nos invita a comprometernos. ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Estamos, como los protagonistas del Evangelio, dispuestos a venderlo todo ante la grandeza de lo encontrado?

La última parábola, la de la pesca con red, nos recuerda el valor de nuestra decisión y de nuestra capacidad de comprometernos. El creyente sabe que no da igual una cosa que otra. Es mucha la urgencia en la tarea evangelizadora. Siempre ha existido, pero en este momento es apremiante y es muy importante nuestra respuesta. Lo es, en primer lugar, porque la tarea es ingente y todas las manos son necesarias. Pero, en segundo lugar, nuestra decisión tiene una dimensión escatológica, que Jesús expone a modo de advertencia: los peces malos se sacan de la red y se tiran fuera.

No podemos desaprovechar la invitación que Dios nos cursa, pues somos hijos de Dios. Estamos ante una oportunidad irrepetible y debemos ser conscientes de que no podemos desaprovecharla. Así lo hacen el mercader y el labrador. Como ellos, también nosotros debemos hacer fructificar esta magnífica oportunidad.

Evangelio / Mateo 13, 44-52

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente:

«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces; cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

¿Entendéis bien todo esto?»

Ellos le contestaron: «Sí».

Él les dijo: «Ya veis, un letrado que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo».