Sin comunidad, no hay evangelización - Alfa y Omega

Sin comunidad, no hay evangelización

Cuando un grupo de sus alumnos vivieron una experiencia fuerte de conversión, Josué Fonseca vio que no podía enviarlos a unas parroquias donde no sabía si los iban a acoger bien. Bajo la guía de la Iglesia, formaron la comunidad Fe y vida. Sólo después fue posible el compromiso con las parroquias. Ése es, para Josué, el camino de la evangelización

María Martínez López
Josué Fonseca, guitarra en mano, durante uno de los primeros encuentros de Fe y vida

¿Qué hizo que Josué, de adolescente, siguiera yendo a Misa los domingos, y confesándose cada año, si sus padres habían dejado de hacerlo? Él ve en ello «un designio de Dios», aunque fuera más por costumbre que por convicción. De hecho, cuando a los 17 años un joven desconocido se puso a hablarle, en plena calle, de Dios y de la relación personal con Él, «yo no lo entendía. Pero tenía inquietud, y estuvimos hablando dos horas». Le invitó a un grupo de oración, que de entrada «me pareció muy raro, porque se dirigían a Dios como si estuviera ahí. Pero me acogieron de forma excepcional. Me decía: Si son tan buena gente, algo de verdad debe de haber».

Desde entonces, «Dios es el eje de mi vida». Años después, tuvo la oportunidad de ofrecer a otros jóvenes lo que él había vivido. Era profesor de Religión en un instituto público en Torrelavega (Cantabria), y lo que contaba sobre su experiencia de fe despertó la curiosidad de sus alumnos. «Insistían en que hiciéramos una experiencia de oración, así que los invité a pasar el fin de semana en una casa de mi parroquia. Nunca había visto una cosa así, ni la he vuelto a ver. Se iban llenando cada vez más de Dios. Querían confesarse, y llamé al párroco. Luego celebramos la Eucaristía. La mayoría no había comulgado desde la Primera Comunión». Para él, fue «una experiencia especial del Espíritu Santo».

Después de esta experiencia, «no podía mandarlos a su parroquia. No estaba seguro de que allí fueran a comprender esta experiencia, y ellos no practicaban, no venían de ninguna parroquia». Así que empezaron a tener reuniones semanales en la parroquia. Para los chicos, esa experiencia de Dios y de pertenencia a una comunidad era como agua fresca. Y estaban tan sedientos, que la reunión no era suficiente: «Pasaban mucho por mi casa, venían a cenar… Se vieron cosas surrealistas, como chicas que se quedaban dormidas charlando con mi mujer en nuestra cama, y yo tenía que dormir en otro sitio».

Parte de la comunidad, hoy en día

Comunidad, con la Iglesia

La experiencia se repitió los dos cursos siguientes. Cuando se vio al frente de 50 adolescentes, Josué vio que «no podía seguir así. Le expliqué lo que pasaba a monseñor José Vilaplana, entonces obispo de Santander. Me escuchó con mucha atención, y me dijo que siguiera con el grupo, que él me iba a apoyar. Vino un día a vernos, y comenzó un proceso de acompañamiento». Por fin, después de una pequeña crisis personal y de rezarlo mucho, «decidí que tenía que formar una comunidad, aunque no me apetecía nada». En 1999, Fe y vida se constituyó como asociación pública de fieles; pública, «para subrayar la vinculación con la Iglesia y el obispo».

Como condición, «el obispo nos pidió que cada joven siguiera en su parroquia, que no desapareciéramos». Era el mismo problema que al principio, pero los jóvenes ya habían recorrido un camino, y estaban listos. «Tuvieron que redescubrir la dimensión parroquial. Les insistía en que un cristiano tiene que ir a Misa los domingos y participar en los sacramentos, no sólo en nuestras celebraciones guays. Comenzaron a ir, y algunos se implicaron mucho. Una pareja subía a un pueblo de montaña, cada semana durante varios años, para ayudar allí». Ese grupo de jóvenes es hoy una comunidad de unos 50 miembros comprometidos, a los que se suman personas cercanas.

Un converso necesita un hogar

Fe y vida ha sido una de las entidades organizadoras del Encuentro Nueva Evangelización, celebrado hace poco en Valladolid. Para Josué, la nueva evangelización no tiene más receta que crear comunidades auténticas. «Hay quien piensa que por salir a la calle y hablarle a alguien de Jesús, esa gente ya está evangelizada. Pero no es así. Engendrar un hijo es fácil. Criarlo es difícil, y exige crear un hogar en el que pueda desarrollarse. Sin una comunidad madura, que pueda acoger al nuevo convertido y acompañarlo en sus luchas, no vamos a conseguir nunca cristianos maduros. Acompañar a un joven, que te llama de noche, que tiene tentaciones y caídas, requiere mucho esfuerzo, y gente comprometida». Es -recuerda- lo que él mismo encontró a los 17 años.

Los pilares de Fe y vida
  • Vida sacramental, lectura de la Palabra, oración diaria; y obediencia al obispo y la comunidad.
  • Estética y estilo musical modernos.
  • Diálogo con la cultura y relación con otras confesiones.
  • Pago del diezmo, que se destina al sostenimiento de la comunidad, a los pobres, a la diócesis y a proyectos en el tercer mundo.
  • Compromiso temporal, renovable cada año, y posibilidad de hacer un compromiso definitivo ante el obispo.