Laicidad positiva - Alfa y Omega

La Iglesia no quiere privilegios, ni pretende ser tratada mejor que nadie. La Iglesia quiere someterse a las leyes comunes y servir a la sociedad y a la persona.

La Iglesia lo único que pretende es poder ejercer la misión que Cristo le ha encomendado, y poder hacerlo en libertad: atender a los necesitados, compartir con el que está solo o no tiene para comer, vendar heridas que nuestra sociedad produce y no es capaz de restañar. Dar esperanza no con palabras huecas, sino con hechos. Abrir el horizonte de una vida eterna que comienza ya desde este mundo y se consumará plenamente en el cielo.

A pesar de las limitaciones y los pecados de sus hijos, incluso de sus dirigentes, la Iglesia no aspira a otra cosa que a parecerse a Jesucristo su Señor, que no vino a ser servido, sino a servir y a gastar la vida para que todos tengan vida eterna.

Sin embargo, es constante la acusación de que la Iglesia busca privilegios, se aferra a sus propios intereses en perjuicio de la sociedad. Es presentada en nuestros ambientes como algo nocivo, como un parásito, que hay que evitar, o a lo sumo hay que tolerar.

En el fondo, la cuestión fundamental es si lo religioso, y más concretamente lo católico, tiene un lugar en la vida pública, o, por el contrario, todo sentimiento religioso debe quedar en lo escondido de la conciencia, sin ninguna manifestación pública, con una actitud casi vergonzante.

La Iglesia es la primera en reconocer la autonomía de las realidades temporales, pero tiene al mismo tiempo la preciosa tarea de inyectar esperanza en sus miembros, para hacerlos capaces de construir un mundo mejor en todos los sentidos. Es lo que algunos llaman laicidad positiva.

La religión no es un mal, sino un bien en la vida personal y comunitaria de la sociedad, que ha de ser respetado y promovido por la sociedad civil.

La Iglesia no quiere ventajas, sólo quiere servir. ¡Y qué gran servicio presta!

Debemos introducir en el debate público esta realidad de la laicidad positiva, de lo contrario, estaríamos incurriendo en una grave injusticia, la de ignorar el hecho religioso al que se adhieren la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos.