Un nuevo inicio - Alfa y Omega

Un nuevo inicio

Cuando fueron al Vaticano para saber más sobre la IV Jornada Mundial de la Juventud que debían preparar en Santiago de Compostela, en 1989, a los organizadores les dijeron que el Papa quería una Vigilia-fiesta con los jóvenes y una Misa. «Sólo eso. Todo lo demás nos lo inventamos», recuerda el padre Salvador Domato, entonces coordinador. Y todo eso que se inventó en Santiago, fue el inicio de un nuevo concepto de encuentro de jóvenes, de catequesis, formación y comunión, que perfiló desde entonces el espíritu de la JMJ tal como se conoce hoy. Viajamos, 25 años después, al corazón de aquella experiencia única

Rosa Cuervas-Mons
El Papa Juan Pablo II llega al Monte del Gozo, donde medio millón de jóvenes le esperan para celebrar la Vigilia, acto central, junto con la Misa, de la JMJ Santiago 1989

1989. El mundo está a punto de vivir la caída del muro de Berlín, en España renueva mayoría el PSOE de Felipe González, y Alianza Popular se disuelve para renacer como Partido Popular. En Polonia, el sindicato Solidaridad arrasa en las elecciones, como preludio de la libertad que está por venir, y en Estados Unidos, George H. W. Bush jura su cargo como 41º Presidente. No hay móviles, el correo electrónico es el futuro y la tele todavía se reparte entre la uno y la dos.

Y, allí, en Santiago de Compostela, con un ordenador prestado por alguien, tres máquinas de escribir y cuatro líneas de teléfono -todo un lujo-, se trabaja a destajo para acoger la IV Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará el mes de agosto, con la visita del Papa Juan Pablo II. Con monseñor Antonio María Rouco Varela, entonces arzobispo compostelano, al frente de aquella fantástica aventura, Santiago se prepara para pasar de sus habituales 70.000 habitantes a acoger a entre 250.000 y 300.000 jóvenes. «Esa era la cifra con la que trabajábamos; luego llegaron más de 400.000», recuerda a Alfa y Omega el sacerdote don Salvador Domato, coordinador general de la JMJ 1989.

25 años después, echa la vista atrás y experimenta «una mezcla de nostalgia e ilusión». Cuenta que el trabajo fue difícil, también estimulante, y fue, sobre todo, «siembra de futuro», porque aquella JMJ, aunque era la cuarta que se celebraba desde que Juan Pablo II las instauró, marcó un antes y un después en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Todo lo que sabían los organizadores era que el Papa quería una Vigilia-fiesta y una Misa. Lo demás, recuerda Domato, surgió fruto del trabajo del Arzobispado, de los delegados diocesanos y de los Voluntarios de Animación y Servicio, los célebres VAS del chaleco blanco. Reunido primero en un parador de turismo, y más tarde en la casa de las religiosas calasancias de Dorrón (Pontevedra), un grupo de jóvenes sacerdotes fue perfilando el que sería el programa definitivo de las jornadas: una semana de formación y catequesis para los jóvenes, actividades diocesanas, encuentros con líderes de los distintos movimientos -estuvieron en Santiago Chiara Lubich (Focolares) y Luigi Giussani (Comunión y Liberación)- y también conciertos y actos culturales.

Los medios eran pocos, pero no se perdió un minuto en echar de menos lo que se podía tener y no se tenía. «Todos éramos conscientes de trabajar por la Iglesia, y teníamos mucha ilusión y entusiasmo», corrobora Domato, que se ríe al recordar el día que el responsable de los voluntarios, Víctor Cortizo, se acercó a decirle que necesitaba cinco walkie talkies. «Creo que mis gritos se oyeron en La Coruña, y mira que no está cerca -bromea-, imagínate cuando luego me dijo que también necesitaba un jeep».

Bromas de intendencia aparte, la excepcionalidad de aquella JMJ sigue vigente más de dos décadas después.

Santiago 1989 supuso la constatación de que los jóvenes —en torno al medio millón— tenían ganas de vivir la Iglesia de la que formaban parte. Los nuevos movimientos contribuyeron a ese clima de vitalidad y alegría previas a la llegada del Papa, y lo hicieron, además, sin desdibujar el carácter universal y diocesano propio de estos encuentros. «Había un cierto miedo a que la Jornada fuese acaparada por alguno, por eso mi empeño fue que fuera de todos. Y así fue: una Jornada muy abierta», recuerda Domato.

El hoy arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, recuerda, en el libro Rouco Varela, el cardenal de la libertad, de José Francisco Serrano, aquella primera JMJ que vivió como arzobispo —luego llegaría, ya en Madrid, la de 2011— y habla de un auténtico Tabor. Revive el momento en el que el Papa saludó a unos emocionadísimos peregrinos de Moscú y Alemania oriental, que habían llegado a Santiago vía París. Sólo dos meses más tarde, caía el Muro. Y recuerda también la mañana del domingo, cuando el Papa levantó a los cientos de miles de jóvenes que habían pasado la noche —fría noche gallega— al raso en el Monte del Gozo. ¡El sol, el sol es Cristo resucitado!, clamaba Juan Pablo II, mientras recorría a grandes zancadas el estrado.

Jóvenes y valientes

A quienes allí estaban no se les olvidan las palabras del Papa en esa Jornada, cuyo lema era Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Mensajes directos al corazón juvenil de quien busca sentido a la vida, y mensajes que no prometían una vida cómoda, sino que llamaban a una vida valiente, de entrega y testimonio. Así lo decía san Juan Pablo II, en su Mensaje para la Jornada: «El mundo de hoy tiene necesidad de muchos apóstoles, sobre todo de apóstoles jóvenes y valientes. A vosotros, jóvenes, incumbe —de especial manera— dar testimonio de la fe, hoy, y comprometeros a llevar a los demás el Evangelio de Cristo –Camino, Verdad y Vida– en el tercer milenio cristiano; como también construir una nueva civilización, que sea la civilización del amor, de la justicia y de la paz… Surge una misión especial para vosotros… Nadie puede reemplazaros».

Medio millón de jóvenes abandonaban, tras la Misa, el Monte del Gozo, aquel domingo, 20 de agosto, y dejaban una imagen para el recuerdo: una inmensa riada humana —en expresión de Juan Pablo II—, que convivió con la ciudad de Santiago sin causar ningún problema. La llamada que monseñor Rouco recibió más tarde del mando de la Guardia Civil, recuerda Serrano en su libro, ponía punto final a las lógicas preocupaciones frente a un acto de tal dimensión: «Señor arzobispo, tranquilo. Todos han vuelto a su casa. Todos han vuelto sanos y salvos».

Si volviera a aquel verano del 89, don Salvador Domato cree que no cambiaría (casi) nada. «Creo que no acertamos con el himno. Lo hicimos escuchar hasta la extenuación, y no caló. Pero la Jornada salió bien, seguro que hubo errores, pero, pasados 25 años, es mejor recordar sólo lo bueno». Y, entre eso bueno, no puede olvidar la figura y la ayuda del cardenal Pironio, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, responsable último de la JMJ. «Con su bondad, con su bonhomía, no recibimos más que ayuda y estímulos. Era un hombre extraordinario». Instalado en Santiago desde diez días antes de la Jornada, su presencia acabó convirtiéndose casi en una necesidad para los organizadores, rememora un emocionado Domato.

Fiesta en Santiago

Como recuerdo de aquellos días únicos, la archidiócesis de Santiago ha organizado una jornada especial el 6 de agosto, que comienza con la oración y bendición de peregrinos en el Monte del Gozo, para, después, peregrinar hasta la catedral. Allí se celebrará, a las 13:30, la Misa del Peregrino, presidida por el cardenal Rouco, arzobispo de Madrid. A las 21:30 horas habrá una Vigilia de oración en la iglesia de San Martín Pinario, presidida por el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio y, en la Hospedería de San Martín Pinario, se podrá visitar, desde el 1 de agosto, una exposición sobre la JMJ 1989.

El 5 de agosto, el salón de actos de Abanca reunirá, en un acto académico, a algunos de los organizadores de aquel encuentro que supuso un nuevo inicio en el camino de la JMJ.

De Madrid, al Apóstol

Repartidos en decenas de autobuses, 500 jóvenes madrileños parten, este sábado, de Madrid, rumbo a Navia (Asturias), para comenzar su peregrinación a Santiago. A ellos se les unen, el día 31 de julio y en Abadín (Lugo), 400 jóvenes más de la archidiócesis de Madrid. En total, 900 chicos y chicas que, bajo el lema Peregrinos de la fe, apóstoles valientes del Señor, peregrinan a la tumba del Apóstol como testigos del Evangelio. Con ellos peregrinará también el cardenal Rouco, arzobispo de Madrid. El Delegado de Juventud en Madrid, don Jesús Vidal, explica a Alfa y Omega que, para la archidiócesis, esta peregrinación tiene un doble sentido. «Supone el punto final a la Misión Madrid, pero celebramos también con las diócesis gallegas ese aniversario de la JMJ, buscando reavivar el espíritu que Juan Pablo II quiso transmitir a los jóvenes».

Uno de esos jóvenes peregrinos es Juan Franco. A sus 20 años, es la segunda vez que emprende el Camino, pero es la primera que lo hace como seminarista. Lleno de ilusión por esta nueva experiencia, y con ganas de conocer más a la gente de su parroquia y de darse, Juan inicia el viaje con el convencimiento de que reafirmará su vocación sacerdotal. En casa, su madre, Rocío, revive, gracias a su hijo, la experiencia de aquel Santiago’89, al que ella, entonces una joven soltera, fue de peregrina. «Venía el Papa, era una ocasión especial y, cuando mi grupo de Acción Católica propuso ir, no lo dudé». Recuerda el sacrificio enorme de las caminatas, la alegría de los jóvenes, cómo se ayudaban unos a otros —su prima sufrió un cólico de riñón y todos estuvieron a su lado— y cómo, al llegar a Santiago, pensó ¡Por fin! Lo he conseguido!

Las palabras del Papa vuelven ahora a su memoria y se llena de emoción al pensar que, 25 años después de aquel viaje, es su hijo quien lo emprende. Su consejo para los jóvenes peregrinos: «Que no piensen en sus fuerzas. Las da el Señor, que está todo el camino a tu lado. Es increíble la sensación de ponerte en Sus manos, de estar abierto absolutamente a todo, al dolor, a la alegría… Todo te acerca a Él».