I Jornada Mundial de los Pobres: Buscando a Yoana - Alfa y Omega

I Jornada Mundial de los Pobres: Buscando a Yoana

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: REUTERS/Chris Helgren

«¿Dónde está Yoana?»: es la pregunta que más he repetido estos días de preparación para este reportaje. Embarazada de ocho meses, lleva dos años durmiendo en la calle. En el pasado fue empresaria, estuvo casada y se divorció. Las cosas fueron mal en su negocio y con su familia, y desde hace dos años se busca la vida para sobrevivir en Madrid.

La primera vez que hablé con ella me contó su día a día y los sinsabores de la calle. Me habló del frío, de las noches, de la indiferencia y de los insultos que ha recibido, pero sobre todo de la soledad, de la falta de amigos y de amigas –cuando me habló de esto se le humedecieron los ojos–, y de los días y días sin hablar con nadie. Al final de nuestra conversación me agradeció sobre todo que la hubiera escuchado. Y como tiene el corazón muy grande me dijo que accedió a la entrevista solo por si a alguien le podía ayudar de alguna manera. Cuando la dejé no pude evitar pensar que dará a la luz en los mismos días en que nació Jesús, el hijo de María, hace 2.000 años. Y ya no la volví a ver…

Le perdí la pista. Fui a buscarla al comedor donde solía ir a desayunar, a los soportales donde dormía, al local de Cáritas donde pasaba el día. La busqué por la plaza donde pasaba las horas. Nadie sabía dónde estaba.

Pregunté a su vecino de cartones: «Hace dos días que no viene a dormir». Me alegré, porque pensé que a lo mejor había conseguido dinero para pagarse un hostal. También pregunté a Petri, la encargada del comedor donde iba a desayunar: «No la he vuelto a ver, lo siento». Y me preocupé, porque eso no era normal.

Hasta que en el centro de día donde se refugiaba del frío me dijeron: «Vino esta mañana, pero se la ha llevado el Samur porque no se encontraba bien». En mi entorno la gente se preocupó, rezamos por ella y hubo hasta quien me propuso recoger dinero para pagarle una pensión, al menos hasta que naciera su bebé.

Al día siguiente, de modo providencial, me crucé con Miriam y Marta, dos chicas de Calle 10, un equipo del Samur Social, que saben dónde está. «Está bien, en un lugar seguro y protegida, y estos días no ha tenido que dormir en la calle», me han asegurado. Ahora están buscando para ella un lugar estable en el que pueda esperar el momento del parto, y donde pueda tener consigo a su bebé al menos durante estos primeros meses. Aceptaron y agradecieron una dirección y un teléfono de unas monjas que acogen mujeres gestantes y madres con recién nacidos.

«Yo saldré de la calle», me decía Yoana cuando hablé con ella. Estoy seguro de que lo conseguirá, pero no lo hará sola. Necesita que le echen una mano, algo más que un recurso social o una mera limosna: «Estamos llamados a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, a hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad», ha escrito el Papa para esta I Jornada Mundial de los Pobres.

Esto fue lo que me contó:

Los días al sol

«Durante el día voy de un lado para otro pidiendo dinero a la gente. O leo algo, o escribo un poema. Pero la mayor parte del tiempo estoy sola, sin nada que hacer. Paso algunas horas en un centro de día de Cáritas. Allí puedo lavar la ropa, pero aunque hay secadora no da tiempo a que se seque la ropa por completo. Los días de lluvia son horribles. Hace poco tuve que tirar una manta que estaba completamente calada».

Amigos

«No tengo a nadie. No tengo amigos. Hay compañerismo entre la gente de la calle, pero no son amigos. Hay personas que no viven en la calle pero que se sientan a hablar conmigo, porque hay mucha soledad, y hay gente con muchos problemas que necesita desahogarse y hablar con alguien».

Una persona sin hogar duerme a la intemperie en el centro de Madrid. Foto: Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Comida

«Desayuno en el comedor del Ave María, o la gente me compra algo. No voy a comedores porque la comida de allí me sienta mal al estómago. Hay veces que a las ocho de la tarde como mi primera comida del día después del desayuno».

La primera noche

«La pasé en un cajero automático. Fue terrible. Estaba lloviendo, y yo pensaba: “Es temporal, tengo que tomármelo de buena manera”. Unos policías me despertaron a las siete de la mañana de una patada, y me llamaron “indigente”».

Su bebé

«Hay días en que estoy muy mal, y no me puedo ni levantar. Hay días en que ni siquiera como. Me encuentro mal, tengo frío, y no tengo ganas de nada. Pero me esfuerzo en comer para que la criatura no tenga problemas. Que Dios me perdone, pero cuando me quedé embaraza quise abortar. Hoy voy a todas las revisiones y mi niña está bien, gracias a Dios. Lo que más me preocupa es lo que pasará después del parto. No me gustaría que se la llevaran los servicios sociales, aunque soy consciente de mi situación. Lo que me quita el sueño es que no tengo ni una mudita de ropa para ponerle cuando nazca. Aunque no pueda estar con ella, me gustaría una familia que la pudiera cuidar hasta que yo pueda estar con ella. Solo quiero lo mejor para ella, que no sufra».

Insultos

«A mí me han insultado por dormir en la calle. Una mañana, un chico me quiso pagar un desayuno, y al entrar en la cafetería una empleada me dijo: “No, aquí tú no puedes comer. La gente que duerme en la calle no puede entrar”. A mí me han dicho de todo: “Puta inmigrante, vete a tu país”. O borracha, o drogadicta…».

Dinero

«Paso vergüenza de pedir estando embarazada. Hay gente que me da dinero y también hay quien me da comida. A veces he visto a personas mayores que piden en la calle y que no se pueden ni mover, y entonces me quito yo los diez euros que tengo y se los doy».

Cuidados

«Cuando tengo algo de dinero voy a un hostal a dormir e intento recuperarme un poco. Si puedo me compro un champú o una crema, porque en la calle es muy fácil deteriorarse. He visto a muchos que se dejan llevar y acaban metiéndose en alcohol y en drogas. Yo evito todo ese mundo. Yo sí quiero salir de la calle».

Noches

«Duermo en la puerta de un banco, con vergüenza de que la gente me vea. Hay noches en las que paso frío, o paso hambre, y el ruido muchas veces no me deja descansar. Se me clavan las costillas en el suelo y me duele la espalda. Hace unos días una señora me compró una manta y me puse a llorar. Hay gente muy buena, pero también hay gente sin educación que orina a dos metros del lugar donde estoy durmiendo, o te tira la colilla del cigarrillo».

Dios

«No soy de ir a la iglesia, pero creo en Dios. Soy cristiana, y me acuerdo de Dios todos los días. Le pido perdón por mis ofensas y le pido un plato de comida o un techo, y cuando alguien me da comida le doy gracias también a Él. Dios es quien ha creado este mundo, y es Él el que nos lo da y nos lo quita. Es Él el que sabe si necesitas estar aquí o allí».