Cardenal Cañizares: «Me siento pastor» - Alfa y Omega

Cardenal Cañizares: «Me siento pastor»

El Papa le ha concedido su deseo de volver al pastoreo, tras seis años como Prefecto en Roma, que «han sido para mí de un gran enriquecimiento». Vuelve ahora a España «con un sentido mucho más misionero», y también «más humano», en un momento en que España vive «una grave crisis humana, moral y social», que requiere un «rearme moral», y sobre todo -como dijo Juan Pablo II en su primera visita- «recobrar el vigor de una fe vivida». Ha vuelto a España el cardenal Cañizares

Ricardo Benjumea
Monseñor Antonio Cañizares, siendo arzobispo de Toledo, en 2004, con un grupo de jóvenes, en la catedral primada

Dicen quienes mejor le conocen que echaba usted de menos el contacto directo con los fieles, y además el Papa no le envía —como escribe usted en su carta a los diocesanos de Valencia— «a una tierra desconocida». ¿Cómo vive usted esta vuelta a casa, tras haber ejercido tantas responsabilidades en la Iglesia? ¿Qué experiencias se trae usted en la maleta?
Como obispo que soy, me siento pastor para estar con los fieles, cercano y en medio de ellos, sirviéndolos directamente, compartiendo sus gozos y sus esperanzas, sus sufrimientos y sus angustias, ejerciendo llanamente lo que es el oficio de pastor con todas sus tareas y servicios, que, como dice el Papa Francisco, huele a ovejas, mostrándoles, con la ayuda de lo Alto, el rostro del Buen Pastor, Jesús, que ha venido a traer el amor y la misericordia, la reconciliación y el perdón de Dios, a Dios mismo que es Amor, con predilección particular por los últimos; entregando mi vida por ellos, gastándome y desgastándome enteramente por ellos para ayudarles a seguir con gozo al único Pastor y guía nuestro, llevarlos junto a Él y hacerles partícipes del don de su amor, de su vida, de su luz, de su salvación, de la inmensa dicha y esperanza que sólo en Él se encuentra. Sencillamente, quiero ser ese pastor que nos está delineando con gestos y palabras el Papa Francisco, más allá de las tareas, también muy hermosas y pastorales, que pueden desempeñarse desde una congregación.

Mi vuelta al ejercicio de este pastoreo la estoy viviendo con fe, como un don que Dios tan generosamente me concede por medio del Papa, con mucha esperanza y gran ánimo por encontrarme de nuevo a punto de recomenzar la vida del pastor que cuida, alimenta y lucha por sus ovejas en primera línea y que tuve que interrumpir o dejar, porque así me lo pidió el Papa Benedicto, porque tal era la voluntad de Dios.

Dios es el que lleva la Iglesia, quien conduce la historia de todos y de cada uno, y, por ello, estimo que el venir a Roma a servir con total disponibilidad en la Congregación para el Culto Divino, en respuesta a la llamada y al envío del Papa Benedicto, estos seis años han sido para mí de un gran enriquecimiento, en los que, de alguna manera, Dios me preparaba para esta vuelta como pastor a la diócesis de Valencia, que tiene tanta vitalidad por muchos conceptos y se siente llamada a proseguir con renovado vigor un camino de una nueva y fecunda evangelización y de testimonio de Dios, que es, sin duda, la primera y gran necesidad de siempre, particularmente de los hombres de hoy.

Dios, en estos años, por su misericordia, me ha llevado al núcleo de la renovación eclesial propugnada por el Concilio Vaticano II, cuya base tenemos en la renovación litúrgica querida e impulsada por este nuevo Pentecostés de nuestro tiempo, y que nos sitúa y hace posible seguir la vocación a la que hemos sido llamados: la de ser santos. La máxima de san Benito, que nada se anteponga a la obra de Dios, es el quicio de dicha renovación y la clave del futuro, no sólo de la Iglesia, sino del mundo entero. Se trata de Dios en el centro, de la adoración, sin la que no es posible una nueva evangelización ni una renovación de la Humanidad con la hondura y verdad que requiere. La kénosis o el despojamiento de estos años, personalmente, han supuesto una experiencia de que sólo Dios basta, la consolidación del horizonte que ha guiado y debe guiar mi episcopado: Sólo Dios.

El cardenal Cañizares, con el Papa Francisco

Juntamente con esto, he recibido el intensificar vivir la riquísima experiencia de la Iglesia, de la comunión y unidad de la Iglesia, la universalidad de la Iglesia, el conocer mejor la Iglesia en todo el mundo, sobre todo la Iglesia en aquellos países que nos es tan desconocida, el percibir la riqueza amplia y pluriforme de la Iglesia, el sentir sus sufrimientos y necesidades, el fortalecer todavía más la comunión con Pedro… Regreso amando más aún a la Iglesia y compartiendo en ella y con ella la gran riqueza que la anima, Jesucristo, el Espíritu, el amor del Padre. Vuelvo con un sentido mucho más misionero, honda y apasionadamente eclesial. Todo esto me ha hecho vivir, creo, más a fondo la verdad y la vocación del hombre: regreso, pienso, más humano en el sentido más genuino, que es vivir nuestra realidad inseparable del hombre y su gran anhelo, compartir sus gozos y esperanzas, sus dolores y tristezas. Lo que he recibido tengo el deber de comunicarlo; no me pertenece, es de todos y debo y quiero compartirlo con todos, con gran alegría y dicha que no puedo contener.

¿Con qué sentimientos se despide usted de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos? ¿Cuáles han sido sus mayores motivos de gozo y preocupación como Prefecto?
Con un profundo agradecimiento a Dios que me ha hecho vivir, desde el centro de la Iglesia, estos años tan llenos de gracia; con un agradecimiento al Papa Benedicto y al Papa Francisco por compartir con ellos sus inquietudes y orientaciones, y tratar de secundarlas; con un agradecimiento a todos mis colaboradores que, con tanta sencillez y generosidad, ponen al servicio de la Santa Sede todo lo que son; con agradecimiento a la relación y amistad que he tenido con otros responsables de las tareas eclesiales al servicio de la Iglesia universal y a los vínculos fraternos y de admiración que ha generado en mí con otros miembros del episcopado mundial. Junto a estos sentimientos, debo añadir también el sentimiento y la necesidad de pedir perdón con toda sencillez por las omisiones, por no haber aprovechado más y mejor esta oportunidad que Dios me ha concedido, por no haber actuado todo lo que es necesario para el impulso de un nuevo y gran movimiento de renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II. Sin duda, he gozado mucho intentando promover ese movimiento —las visitas ad limina han sido una gran ocasión que no he desaprovechado—, he gozado mucho ahondando en tantos y tantos aspectos de la Sagrada Liturgia; me ha preocupado enormemente la trivialización y caída en la rutina de la liturgia en tantas partes, la no consideración suficiente, a mi entender, del lugar que debe ocupar la liturgia como fuente y culmen de la Iglesia. Mi preocupación se condensa en esa necesidad urgente que es la promoción de la renovación litúrgica querida por el Vaticano II, de la que depende la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles que la formamos. Ayudar a celebrar bien y a participar más vivamente en la liturgia, recuperar y fortalecer el sacramento de la Penitencia en la vida de la Iglesia, promover una renovación y un fortalecimiento de la verdad de la iniciación cristiana, avivar e intensificar el sentido y la práctica de la Adoración en la vida de la Iglesia, dar cauce a situar música, canto y arte al servicio de la liturgia, entre otras, han sido y son mis preocupaciones al frente del Dicasterio para el Culto Divino.

En los últimos 6 años, le ha tocado a usted vivir muy de cerca un período intensísimo en la Santa Sede, desde la renuncia de Benedicto XVI, al proceso de reformas impulsado por el Papa Francisco, o la convocatoria de los dos próximos Sínodos sobre la familia. ¿Cómo describiría este tiempo que está viviendo la Iglesia?
Todos esos acontecimientos que usted señala constituyen y son la hora de Dios en los tiempos que Dios nos está concediendo vivir, hemos de estar muy atentos a ellos: desde el sólo Dios, Dios que es amor que ha marcado el pontificado de Benedicto XVI desde su elección de Dios hasta su renuncia, incluyendo el nombre que él eligió, a la elección del Papa Francisco, también elección de Dios y su mismo nombre, nos están indicando cuál es el momento que estamos viviendo. Necesitamos del espíritu y faro de san Benito y de san francisco en esta hora de la Iglesia y del mundo: Nada se anteponga a la obra de Dios, los pobres son evangelizados. Las encíclicas y Exhortaciones apostólicas de Benedicto y la encíclica y Exhortación apostólica de Francisco son testigos de la situación que vivimos, de las respuestas que estamos llamados a dar en estos momentos, inseparables del gran legado de san Juan Pablo II, nos marcan el hito y el camino de una urgentísima y apremiante nueva evangelización para una presencia nueva de la Iglesia en el mundo y en la historia, revitalizada y renovada en su interior más vivo. Esta hora de Dios, hora de reforma ya impulsada por el Vaticano II, es una hora de esperanza que no defrauda.

El cardenal Cañizares, junto a monseñor Osoro, durante un acto en Valencia. Foto: AVAN

Es obvio que su nombramiento —junto al del nuevo arzobispo de Madrid— es de gran importancia en el proceso de renovación generacional que vive el episcopado español. Alude usted en su carta a los valencianos a importantes desafíos y «decisivos problemas» en España en diversos aspectos. ¿Cuáles son sus principales preocupaciones y cuál cree que es la respuesta que debe dar la Iglesia?
Tenga la certeza, además, que don Carlos Osoro y un servidor trabajaremos muy unidos, pero esa unidad será con todos nuestros hermanos obispos y todo el pueblo de Dios que peregrina en España, para tratar de responder a las grandes llamadas de Dios y al clamor que nos llega de nuestro pueblo. Ese clamor-llamamiento que nos llega desde ese pueblo no es otro que aquel poderoso llamamiento a ser evangelizados, al que se refería Pablo VI en su Exhortación apostólica sobre la evangelización del mundo contemporáneo. Con toda sinceridad, y con todo lo que implica lo que voy a decir, creo que la urgencia mayor, la necesidad principal es que nuestro pueblo crea, que, como dijo Juan Pablo II en su primera visita a España, este pueblo nuestro necesita «recobrar el vigor de una fe vivida», recuperar el proyecto común que somos para llevar a cabo las obras de humanización que necesitamos. Todo cuanto contribuya al servicio de la fe y a ser testigos del Dios vivo —como ya señaló la Conferencia Episcopal Española tras la primera visita de Juan Pablo II a España— será la respuesta adecuada al momento que vivimos, afectado por una grave crisis humana, moral y social que está en la base de esa dolorosa crisis económica que padecemos. Por eso, el rearme moral, la emergencia de la educación, la potenciación de la verdadera y genuina iniciación cristiana para cristianos de verdad y gozosos de serlo, la defensa y el fortalecimiento del matrimonio y de la familia tan urgentísimos entre nosotros, la atención a tantos sufrimientos, derivados muchos de ellos del paro generalizado, la defensa del hombre y de los derechos humanos fundamentales, la creación de una nueva cultura de la solidaridad y de una civilización del amor, la generación de una conciencia que afirme y promueva el bien común, son desafíos que tenemos delante, ante los que es preciso asumir aquella gran consigna que nos legó Juan Pablo en su último viaje a España: España evangelizada, España evangelizadora, ése es su camino.

Llega justo a tiempo para la celebración del V centenario del nacimiento de santa Teresa, de la que es usted especialmente devoto. ¿Qué espera de este Año Jubilar Teresiano?
Muy sencillamente: que se sigan las huellas de santa Teresa de Jesús, que se difundan por todas las partes la enseñanza y el legado de santa Teresa, que son tan universales, tan vitales, tan actuales, tan necesarios para ser hombres y mujeres de verdad y que caminan en la verdad del hombre, inseparable de la verdad de Dios. Todo es providencial, y este año teresiano es una oportunidad que Dios nos ofrece para revitalizar la fe, para avivar la verdadera reforma de la Iglesia en España siguiendo el camino trazado por ella. Me estremece pensar que este año, con la situación tan crucial que estamos viviendo en todos los órdenes en España, sea un año teresiano, como lo fue también aquel año 82, coincidente con la primera visita de un Papa a España, cuando parecía que España iba a dejar de ser católica, y sumirse en una demoledora secularización que socavaba nuestras raíces e identidad. Dios nos pone delante a Teresa de Jesús, la gran mujer y la gran santa española, como ninguna otra, para que nos pongamos todos en manos de Teresa y la sigamos con «determinada determinación» para hacer «lo que Dios manda hacer de mí», hacer de cada uno de nosotros, conscientes de que lo que se pone en manos de la Santa, nuestra Patrona también, eso sale adelante. Espero, pues, y confío en una gran renovación, en una nueva etapa de la Historia que vendrá por ese dicho y corazón teresiano: «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».