María, eres causa de nuestra alegría - Alfa y Omega

Desde el comienzo de la primera evangelización hasta ahora hemos podido experimentar luces y sombras; ha habido tiempos de gran sabiduría y de enorme santidad, y tiempos mucho más difíciles con acosos y persecuciones, con debilidades e incoherencias que, en algunos casos, desdibujaron la novedad del Evangelio. Hoy, en las circunstancias en las que vivimos, las situaciones por las que están pasando hombres y mujeres, ancianos, adultos, jóvenes y niños, en diversas latitudes de la tierra, nos preocupan y ocupan a quienes creemos en Cristo y sabemos que el misterio de la Encarnación nos mete de lleno en el mundo para dar sabor y luz a la humanidad.

Con motivo de la fiesta de Santa María la Real de la Almudena, vuelvo a ver la importancia de ahondar en la persona de María, precisamente, para dar luz a este momento que vivimos y a las respuestas que se dan en la vida social. Podemos decir que, en general, son de un marcado laicismo, que nada tiene que ver con la sana laicidad; se envía lo religioso al ámbito de lo privado y se neutraliza su posible proyección en el ámbito público. Para los discípulos de Cristo esto no es asumible, pues nuestra vida, llena de la Vida de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo, pasa por vivir en y desde el misterio de la Encarnación, en una sana laicidad que nunca enclaustró lo religioso.

En las páginas del Evangelio dedicadas a la Anunciación y a la Visitación (cfr. Lc 1, 26-56), la misma Virgen María legitima nuestra presencia en medio del mundo y nos muestra los pasos necesarios para vivir como Ella y ser causa de la alegría. Son páginas que nos remiten siempre a pensar de nuevo y a relanzar con más profundidad, fidelidad y audacia la misión en las nuevas situaciones que vivimos. Y de las cuales Europa no está exenta; al contrario, no puede replegarse en confusiones, peligros, amenazas, ideologías, agresiones pasadas… Tenemos que saber renovar y revitalizar el Evangelio. María es ejemplo de discípula misionera que acerca esa alegría que viene del Evangelio, de Jesucristo. Ella desborda de gratitud, de dicha; no tiene más prioridad que ser dadora de rostro humano a Dios y hacer sentir su presencia en medio de la historia de los hombres.

Para ser causa de la alegría hay tres tareas que os invito a incorporar a vuestra vida, siendo coherentes con la misión que Jesús entregó a nuestra Madre cuando dijo desde la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» y que, como señala el Evangelio, «desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio».

1. Acoger a Dios en nuestra vida: siempre me impresionaron las palabras de la Virgen María al ángel, cuando este entró en su presencia. Ofrecen todo un itinerario de acogida de Dios:

a) Amistad con Dios: supone una relación de amistad con Dios vivida y lograda con todas las consecuencias. Se hace presente Aquel a quien hay que acoger; así lo hace Dios a través del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

b) Elección de Dios: supone una relación profunda vivida con intensidad, que hace consciente de que es elegida: «Has encontrado gracia ante Dios».

c) Entrar en las razones de Dios: no es fácil de entender lo que se pide, por ello se hace una pregunta –«¿Cómo será esto?»– que nace de la profundidad de la vida de María.

d) Disponibilidad para lo que pida Dios: «Para Dios nada hay imposible»; por ello, acoge todo lo que Dios pide, acoge a Dios mismo, prestando la vida para que tome rostro humano. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» o, dicho de otro modo, «aquí me tienes Señor, hágase lo que Tú quieres».

2. Mantener viva la presencia de Dios en la historia: María, elegida y preservada de todo pecado por Dios, lo ha escogido siempre, ya que es el único que nos propone caminos que nos conducen a la vida y eliminan los de muerte. Dios creó todo, también al hombre y a la mujer, y ellos, en la libertad que Él nos da, optaron por construir un mundo sin Dios y en muchas ocasiones contra Dios, animados por ídolos sustitutivos. María es la mujer nueva que va a dar a luz a quien es Camino de vida verdadera y plena. Ella puso en este mundo a Cristo. Mantener viva la presencia de Dios entre los hombres fue su gran reto, ¡qué grande es nuestra Madre! El reto de María ha sido mostrar la capacidad que Dios da para responder, promover y formar discípulos misioneros que desborden de gratitud y de alegría porque se encontraron con Dios y le dan rostro en este mundo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava». En la escuela de María aprendemos esto, no es extraño que el discípulo Juan –en nombre de todos nosotros¬– hiciese lo que hizo. Aprendamos de la Virgen María a mantener viva la presencia de Dios en la historia, contemos con Ella para hacerlo.

3. Promover acciones que muestren el rostro de Dios: sigamos el itinerario de María en la visitación a su prima Isabel. La presencia de Dios en María la hace misionera. No es fácil el camino, hay dificultades, pero «María se puso en camino de prisa». Urge dar la noticia de un Dios que no es lejano, que se quiere hacer cercano a los hombres y se hace Hombre. Y María es el prototipo de un discípulo misionero, pues muestra que es más fuerte la fuerza de Dios que las fuerzas de los hombres o de la naturaleza. El amor de Dios, acogido en nosotros, nos hace obrar, nos hace entrar en la realidad con acciones que cualifican nuestra presencia de discípulos de Cristo. Tenemos una realidad marcada por grandes cambios que afectan a la vida de las personas, nos sentimos interpelados en todos los ámbitos de la vida social, como la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también la religión. De ahí la necesidad de promover acciones significativas que hagan un humanismo verdadero, mostrando el rostro de Cristo. ¡Qué obras hace Dios cuando ocupa nuestra vida! Ved lo que acontece: «Cuando Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre». Se siente y percibe la presencia de Dios. Porque la presencia de Dios mueve la vida, cambia la historia, las direcciones, las propuestas.

Su presencia se manifiesta en la vida de quienes se encuentran con María, que valoran y constatan lo que hace Dios en un ser humano. Contemplemos lo que dice Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres!». «Bienaventurada tú que has creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá».