El Papa en el ángelus: «Me duele ver a personas que andan corriendo detrás de los honores» - Alfa y Omega

El Papa en el ángelus: «Me duele ver a personas que andan corriendo detrás de los honores»

Francisco recuerda a sor Rani Maria, «la hermana de la sonrisa», asesinada en 1995 por un extremista hindú y beatificada el sábado en India

Ricardo Benjumea

El buen ejercicio de la autoridad ha sido el tema este domingo de la breve predicación del Papa durante el rezo del Ángelus en la plaza de San Pedro. «Un defecto frecuente en quienes tienen una autoridad, sea civil que eclesiástica, es exigir de los demás cosas, inclusive justas, pero que ellos no practican en primera persona. Hacen una doble vida», afirmó Francisco en su comentario al pasaje evangélico de este domingo.

La autoridad bien entendida, prosiguió el Pontífice, se basa «nace del buen ejemplo para ayudar a otros a practicar lo que es justo y debido, sosteniéndolos en las pruebas que se encuentran en el camino del bien». Así entendida, «la autoridad es una ayuda, pero si se ejerce mal, se vuelve opresiva, no permite que la gente crezca y crea un clima de desconfianza y hostilidad, y también conduce a la corrupción».

Las palabras que Jesús dirige a los escribas y fariseos las aplica el Papa también en nuestro tiempo, y nace de la «soberbia humana» y «la actitud de vivir sólo de la apariencia».

Sor Rani Maria.

Por el contrario, «nosotros, los discípulos de Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o supremacía», añadió el Obispo de Roma. «Yo les digo que personalmente me duele ver a personas que psicológicamente andan corriendo detrás de los honores. Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos hacer esto porque entre nosotros debe haber una actitud sencilla y fraternal. Todos somos hermanos y no debemos dominar a los demás de ninguna manera ni mirarlos de arriba a abajo. No, somos todos hermanos. Si hemos recibido cualidades de nuestro Padre Celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharlas para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los demás; la modestia es esencial para una existencia que quiere estar conforme a las enseñanzas de Jesús, que es manso y humilde de corazón; y ha venido, no para ser servido, sino para servir».

Tras la oración mariana, Francisco recordó a sor Rani Maria, Regina Mary Vattalil, de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Clarisas, beatificada este sábado en Indore (India). «La hermana Vattalil dio testimonio de Cristo en el amor y la mansedumbre, y se une a la larga fila de mártires de nuestro tiempo», destacó el Papa acerca de esta monja cruelmente asesinada a puñaladas en 1995 por un extremista hindú. «Su sacrificio —afirmó el Papa— es una semilla de fe y paz, especialmente en tierra india. ¡Era tan buena! La llamaban la hermana de la sonrisa».

Palabras del Papa antes del rezo del ángelus

Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Mt 23, 1-12) está ambientado en los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén; días cargados de expectativas y también de tensiones. Por un lado, Jesús dirige severas críticas a los escribas y los fariseos, y por el otro, realiza importantes entregas a los cristianos de todos los tiempos, por lo tanto también a nosotros.

Él le dice a la multitud: «En la cátedra de Moisés, se han sentado los escribas y los fariseos» Ustedes hagan y cumplan lo que ellos digan». Esto para hacer entender que ellos tienen la autoridad para enseñar lo que es conforme a la ley de Dios. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús añade: «pero no los imiten; porque dicen y no hacen. (V 2- 3). Hermanos y hermanas, un defecto frecuente en quienes tienen una autoridad, sea civil que eclesiástica, es exigir de los demás cosas, inclusive justas, pero que ellos no practican en primera persona. Hacen una doble vida. Jesús dice: «Atan fardos pesados, difíciles de llevar, y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo» (v. 4). Esta actitud es un mal ejercicio de la autoridad, que en cambio debería tomar su principal fuerza precisamente del buen ejemplo. La autoridad nace del buen ejemplo para ayudar a otros a practicar lo que es justo y debido, sosteniéndolos en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si se ejerce mal, se vuelve opresiva, no permite que la gente crezca y crea un clima de desconfianza y hostilidad, y también conduce a la corrupción.

Jesús denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y fariseos: «Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que los salude la gente por la calle y los llamen maestros » (vv. 6-7). Esta es una tentación que corresponde a la soberbia humana y que no siempre es fácil de vencer. La actitud de vivir sólo de la apariencia.

Luego, Jesús realiza las entregas a sus discípulos: «Ustedes no se hagan llamar maestros, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. […] Ni se llamen jefes, porque solo tienen un jefe que es el Mesías. El mayor de ustedes que se haga servidor de los demás» (vv. 8-11).

Nosotros, los discípulos de Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o supremacía. Yo les digo que personalmente me duele ver a personas que psicológicamente andan corriendo detrás de las honorificaciones. Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos hacer esto porque entre nosotros debe haber una actitud sencilla y fraternal. Todos somos hermanos y no debemos dominar a los demás de ninguna manera ni mirarlos de arriba a abajo. No, somos todos hermanos. Si hemos recibido cualidades de nuestro Padre Celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharlas para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los demás; la modestia es esencial para una existencia que quiere estar conforme a las enseñanzas de Jesús, que es manso y humilde de corazón; y ha venido, no para ser servido, sino para servir.

La Virgen María, «humilde y alta más que otras criaturas» (Dante, Paradiso, XXXIII, 2), nos ayude con su intercesión maternal, a rehuir del orgullo y la vanidad, y a ser dóciles al amor que viene de Dios, para el servicio de nuestros hermanos y para su alegría, que también será la nuestra.