«Ese día entendí por qué hay chicas que se queman vivas» - Alfa y Omega

«Ese día entendí por qué hay chicas que se queman vivas»

Miles de muertes por infecciones o por desgarros durante el parto se podrían evitar al eliminar la mutilación genital femenina, una tortura a la que se someten millones de mujeres en el mundo en pleno siglo XXI. El documental candidato al Goya La manzana de Eva visibiliza esta forma de violencia

Cristina Sánchez Aguilar
La niña, víctima de la tortura, tras ser cortada
La niña, víctima de la tortura, tras ser cortada. Foto: Reuters / Siegfried Modola.

«Cuando tenía 5 años me llevaron a casa de mi abuela, en Kenia. Era el día de purificación. Yo era una niña feliz y creí que algo importante iba a pasar en mi vida. La noche de antes estaba nerviosa, no podía dormir. Mi madre me levantó temprano, me bañó, me puso un vestido muy corto y me dijo que cuando abrieran la tienda fuese a comprar una cuchilla». Al volver, la madre de Asha Ismail, su abuela y una señora desconocida estaban esperándola alrededor de un agujero cavado en el suelo. «Me entró pánico. Me quitaron la ropa interior, mi abuela me agarró y separó mis piernas». Lo recuerda la mujer keniana durante una entrevista en el documental La manzana de Eva, del director José Manuel Colón, ganador de varios premios y candidato al Goya, que pronto podrá verse en la plataforma Netflix.

Normalmente, la mutiladora practica un corte a lo largo del labio menor y luego elimina, raspando, la carne del interior del labio mayor. La operación se repite al otro lado de la vulva. La madre, así como las otras mujeres, verifican el trabajo, algunas veces introduciendo los dedos. La cantidad de carne raspada depende de la habilidad de la cortadora. En ocasiones, como le ocurrió a Fátima Djarra en Guinea Bissau, la operación ha de realizarse rápido, «porque éramos 300 niñas en el bosque, 25 de mi propia familia. Mientras seis mujeres me sujetaban, otras bailaban y cantaban alrededor. Yo gritaba, llamaba a mi papá». Dos niñas fallecieron «y las escondieron para que no nos enterásemos. Yo, que era muy curiosa, las vi. Los mayores me dijeron que lo que pasaba en el bosque no salía del bosque, que si las niñas habían muerto era porque Dios así lo había querido».

Según un informe de Amnistía Internacional hay 120 millones de mujeres mutiladas en el mundo, y tres millones de niñas cada año son sometidas a esta práctica. Los motivos son peregrinos, pero fielmente seguidos por miles de tribus no solo en África. La movilidad humana ha logrado exportar esta tortura y ya en España hay 57.000 mujeres sometidas a la ablación genital. «La creencia firme es que si tiene clítoris, tiene placer, querrá estar con más hombres y terminará siendo una prostituta. Además, es una ceremonia de paso para que la niña sea casadera, porque un hombre –normalmente 40 o 50 años mayor– no quiere casarse con una chica que no está cortada, y por consiguiente, esa familia no tendrá la dote de una vaca o una cabra, algo que supone en muchas ocasiones la diferencia entre dar o no de comer a los hijos», explica desde Kenia Mónica Batán, de la ONG Mundo Cooperante, en el documental.

Una mutiladora keniana, de la tribu Pokot, realiza el rito de ablación genital a una niña. Foto: Reuters/Siegfried Modola

Las consecuencias de la ablación

«La primera vez que tuve que atender a una niña mutilada vino en un estado irreversible. Tenía 3 añitos y lo que vi fue tan terrible que me asusté. Le hicieron un corte increíble, no se veía nada del órgano genital, tan solo había un hueco», recuerda Gelson Reyes, ginecólogo cubano que trabaja en Gambia. No pudieron salvarla. «Ejecutan los cortes con elementos muchas veces infectados, no suturan con aguja estéril e hilo, sino que utilizan espinas de matas y luego aplican una pasta hecha con hojas de plantas», añade Yamisel Mejías, médico y profesora universitaria.

Las niñas que sobreviven a las infecciones no tienen un horizonte muy halagüeño. «Durante mucho tiempo intentar orinar era terrible. Me hacía pis encima porque no quería pasar por aquel dolor», explica Asha Ismail. «Pero la noche de bodas fue, sin duda, el recuerdo más aterrador. A los 20 años me casaron con un señor que no había visto nunca. Tras la ceremonia tenía que cumplir como marido, pero como mi cicatriz era muy cerrada, no podía hacer nada. Las familias habían preparado a una señora, que esperaba fuera, por si él no podía consumar. La señora entró y me cortó, y él terminó su labor. Había escuchado historias de chicas que se habían quemado vivas con bidones de gasolina durante la noche de bodas, nunca había entendido el porqué hasta entonces. Y mientras todo el mundo bailando fuera, feliz».

Hace escasos años que en Gambia son conscientes de que las muertes durante el parto y los problemas de infertilidad por los que pasan muchas mujeres están relacionados con la mutilación genital femenina. Las infecciones afectan en muchas ocasiones al aparato reproductor; además, «las mujeres no logran retener el semen porque aquello es un orificio abierto. Y aquí, si la mujer no pare, es discriminada y el hombre se busca otra», recalca el ginecólogo Gelson Reyes.

Fátima Djarra estuvo 15 años sin poder tener hijos. «Me decían que era como una calabaza seca; otros, que era mala y por eso no quería quedarme embarazada. Yo amaba a mi marido, y mientras estaba en Bélgica estudiando una beca, él falleció en un accidente de coche. No pude ir a despedirme de mi amor, no me esperaron para el funeral. Su familia dijo que no teníamos hijos, así que yo no podía estar allí». Fátima nunca relacionó su infertilidad con la mutilación. Hasta que llegó a España. «Mi principal objetivo ahora es que ninguna niña esté desinformada sobre la ablación, que ninguna más muera», cuenta en la película.

La mutiladora muestra la cuchilla, tras practicar el corte. Foto: Reuters / Siegfried Modola

Una pequeña luz al final del túnel

Las estadísticas señalan que en 2030 podría haber 90 millones de niñas en riesgo de sufrir esta mutilación. Aunque en diciembre de 2012 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una resolución unánime sobre su eliminación, algo que supone «un tremendo avance que ha logrado que haya una caída importante en varios países», como reconoce en el documental Michelle Bachelet, presidenta de Chile y primera directora de la ONU Mujeres, «es una lacra que aún persiste. Se necesita a mucha gente que escudriñe la raíz cultural de cada pueblo y vea cuáles son las medidas y argumentos que generen el cambio».

Guinea Conakri fue el primer país que prohibió la mutilación genital femenina en 1984. Pero «han pasado 33 años y todavía hay un 92 % de mujeres mutiladas. Solo ha descendido un 4 %. Para llegar a cero mutilaciones tendrían que pasar 1.000 años», afirma José Manuel Colón, director del documental. «En Kenia, por ejemplo, hay una pena de diez años para los mutiladores, pero ¿cuántos son encarcelados? Hay prohibiciones que están escritas, pero no se aplican».

La unanimidad de la Unión Africana contra esta práctica, desde 2016, ha supuesto un antes y un después. Omar Sey, ministro de Sanidad de Gambia, reconoce ante las cámaras que «con conocimientos, hemos aprobado la ley contra la mutilación; ahora hay que ejecutarla». Esta ley, añade Adriana Kaplan, de la Fundación Wassu, «no va a cambiar la realidad, pero es un marco jurídico importantísimo».

El ministro gambiano ha dado en el clavo. La formación que se imparte en el país a enfermeras, médicos y comadronas ha supuesto un cambio. La educación es el motor del desarrollo. Lo saben las 40 de Tasaru, un centro keniano donde estas 40 niñas, que huyeron de noche, corriendo solas por la sabana para no ser mutiladas, reciben educación. «Voy a probar que no es cierto lo que dicen, que las chicas podemos hacer cosas importantes, que somos fuertes», sostiene Silvia. Su padre la amenazó de muerte y la echó de casa cuando se negó a ser cortada.