San Hilario nació en el año 315 en el seno de una familia pagana de Poitiers que le dispensó una excelente educación, enviándole a estudiar a Roma y a Grecia Filosofía, Poesía y Elocuencia. Recibió el sacramento del bautismo hacia 345 y puso todo su empeño en estudiar y difundir la Sagrada Escritura y cinco años después, en 350, el pueblo de Poitiers le aclamó como obispo. Sus obras más notables son La Trinidad, el Comentario al Evangelio de San Mateo y el Comentario a los Salmos.
Una sólida producción intelectual que le fue de gran utilidad cuando hubo de enfrentarse a los arrianos que lograron que el Emperador Constancio le desterrara a Frigia, una ciudad situada en lo que hoy es Turquía. San Hilario no se desanimó y allí, como recuerda Benedicto XVI, «su solicitud de pastor lo llevó a trabajar sin descanso por el restablecimiento de la unidad de la Iglesia, sobre la base de la recta fe formulada por el concilio de Nicea».
Alrededor de 360 o 361, «san Hilario pudo finalmente regresar del destierro a su patria e inmediatamente reanudó la actividad pastoral en su Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de la misma», prosigue el Papa alemán, que destaca como rasgo característico de san Hilario, «el arte de conjugar la firmeza en la fe con la bondad en la relación interpersonal».