Cuando Chiara Lubich vino a España - Alfa y Omega

Cuando Chiara Lubich vino a España

Han pasado ya doce años de aquel viaje, que ahora rememoramos con ocasión del inicio de su proceso de beatificación, en Frascati, Italia, el 26 de marzo

Manuel María Bru Alonso
El cardenal Rouco junto a Chiara Lubich, durante su visita a España en el año 2002

Ya había estado antes en España, invitada por el entonces arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Rouco Varela, con ocasión de la memorable JMJ de 1989, en la que la fundadora de los Focolares invitó a los jóvenes, en una de las catequesis de preparación a la llegada del Santo Padre, a seguir a Cristo Camino, siendo el lema de aquellas Jornadas Cristo, Camino, Verdad y Vida. Pero más prolongado y completo fue su segundo viaje a España, en 2002, de múltiples y fructuosos encuentros con personalidades de la Iglesia y la sociedad españolas, además de con los más de 5 mil miembros del Movimiento por ella fundado que hay en España.

Tras la visita de Chiara Lubich a nuestro país, del 26 de noviembre al 9 de diciembre de 2002, un periodista acertó a explicar que lo que ella era, hacía y decía, era siempre noticia, siendo así que ninguna de estas tres cosas es informativamente llamativa por ser exuberante, desconcertante, o extremadamente provocativa, sino precisamente por su humilde y silenciosa capacidad de amar, acoger y dialogar con todos, y poder construir con todos un mundo unido. Y explicaba así el secreto de esta gran mujer: «Ese toque dulce y firme, oculto y eficaz, atrevido y discreto, ese perfume suave y a la vez embriagador que se desprende de María, es el que impregna toda la obra de Chiara Lubich, empezando por su persona. Por eso, los focolarinos son conocidos oficialmente por la Iglesia como Obra de María. Por eso, crecen y se expanden continuamente por el mundo, sin llamar mucho la atención, casi como si no existieran. Por eso, tienen apenas enemigos, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Por eso, son capaces de establecer vínculos con todos, creyentes de otras religiones y ateos incluidos. Por eso, los quiero y me gustaría ser como ellos, como María».

Pasión por la Iglesia

El primer acto oficial de aquel viaje tuvo lugar en Montserrat, donde se encontró con los religiosos benedictinos del monasterio y otros de diversas Órdenes venidos de toda Cataluña. Tras informales de la rica experiencia de comunión vivida con los demás movimientos desde la Vigilia de Pentecostés de 1998, les explicó cómo se está fortaleciendo «la comunión entre carismas nuevos y antiguos», que es justo la experiencia de miles de religiosos que comparten, junto a su carisma originario, el carisma de la unidad nacido de los Focolares. Dirigiéndose directamente a los benedictinos, les recordó cómo fue inspirándose en las ciudadelas laboriosas surgidas alrededor de sus monasterios, como ella se sintió empujada a construir las más de 20 ciudades-María, en las que se da un testimonio de la ciudad nueva evangélica. En la iglesia de San Agustín, en Barcelona, de la mano del entonces arzobispo, el cardenal Carles, se dirigió a una multitud de jóvenes para hablarles de la vocación.

Con un nutrido grupo de obispos españoles, acompañados por el Nuncio, compartió la experiencia del Movimiento, las claves de la nueva evangelización tal y como se está realizando desde el Movimiento de los Focolares, y su testimonio en el campo ecuménico e interreligioso. Monseñor Braulio Rodríguez, ahora arzobispo de Toledo, en aquel entonces arzobispo de Valladolid y Presidente de la Comisión episcopal de Apostolado Seglar, comentaba: «Chiara Lubich me ha hecho pensar en el problema que tenemos en todas nuestras Iglesias, que es justo el de evangelizar en un momento culturalmente distinto al pasado. A las nuevas generaciones no les basta una realidad muy bien calculada y muy bien programada, sino que es necesario partir de la santidad misma, y debe ser hecha por el amor al otro y el testimonio y, sobre todo, llegar a una comunidad madura donde poder crecer».

En el Seminario Conciliar de Madrid, con más de doscientos seminaristas de las diócesis de Madrid, Getafe, Alcalá, Bilbao, Castellón, y Granada, les comunicó a los seminaristas, con un vigor extraordinario, la historia de su vida, que es la vida de un radical ideal evangélico de amor y de unidad. Don Andrés García de la Cuerda, Rector del Seminario, la presentó como «mujer fuerte, testigo del amor cristiano, portadora de uno de los carismas que el Espíritu Santo ha suscitado y donado a la Iglesia de este tiempo», y subrayó «su ideal indestructible, al que podemos consagrar nuestra vida». Un carisma «que lleva a la Iglesia la pasión para la unidad». Mirándoles a los ojos, Chiara Lubich les dice con firmeza: «Ya se puede prever cómo podrá ser la Iglesia si esta comunión continúa: será más una, más bella, más atractiva, más familiar, más carismática, más dinámica, más mariana. Os deseo a todos que la experimentéis». Después la hacen algunas preguntas: ¿Qué nos sugerirías si fueras párroco? ¿Cómo favorecer los contactos ecuménicos? ¿Y con los inmigrantes? Chiara, a las distintas preguntas, les da una sola respuesta, expresada de diferentes modos: «El arte de amar soluciona todo problema, purifica cada intención, permite construir la Iglesia». Basta amar «amando con pasión a la Iglesia».

El castillo exterior

Chiara Lubich inauguró el Centro Mariápolis de Las Matas, en Madrid, junto al cardenal Rouco Varela, quien lo bendijo. En su intervención, recorrió la historia del Movimiento para encontrar los orígenes de sus casas: el focolar, la lauretana, las ciudadelas y los centros Mariápolis, cuya finalidad «es formar para caminar por el camino del amor, superar las pruebas, y volver al mundo como otros Jesús». El cardenal se alegró por este nuevo centro en su diócesis, porque la Ciudad Nueva que profetiza la Escritura se empieza a realizar aquí, con ésta y con tantas otras realizaciones donde se forman los jóvenes y las familias.

También en ella, aquellos días dejaron una profunda huella, no sólo por compartir de cerca la vida de la comunidad de los Focolares en España, sino sobre todo por esa sabia en la que se cobija la fe y la cultura de este pueblo, que es el legado espiritual de sus geniales místicos Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Admirados y queridos por Chiara, el encuentro con los lugares y con las personas que continúan su obra, fue acicate para el relanzamiento del ideal de albergar el castillo exterior, morada de perfección cuya sublime contemplación es alcanzada en el encuentro de amor sin límites con todos los hombres, nuestros hermanos. De este modo, como lo fuera meses más tarde la visita de Juan Pablo II a España, Chiara nos propuso a todos desempolvar nuestras raíces, actualizar este legado espiritual según las exigencias de nuestro tiempo, y ser hoy, como ellos lo fueron hace cinco siglos, portadores de una luz y de una esperanza, que sólo pueden venir de Dios, para nuestros contemporáneos.

La gracia de la unidad

No faltaron en esta visita los encuentros con hombres y mujeres de la política: ya fuese en el Parlamento de Cataluña, presentado por su Presidente, como en una conferencia de clausura de un Seminario organizado por el Movimiento Europeo en Madrid. A los parlamentarios, les habló de «la fraternidad como categoría política», y a los europeístas les habló con entusiasmo del proyecto europeo, que es la unidad entre sus pueblos y naciones, llamados a ser un faro y un motor a favor de la paz y de la unidad en el mundo, e incluso un acicate a favor de la gobernabilidad mundial. A unos y a otros les recordó que la política, bien vivida, es la más perfecta forma de amar al prójimo. Don Fernando Carvajo, entonces director de la Oficina del Parlamento Europeo en España, a alguien que le preguntó quién era esta mujer, contestó: «Es justo lo que necesitamos en la Unión Europea, que tantos pasos ha dado para su compenetración, pero que sigue necesitada de esa alma que para ella quisieron sus fundadores».

Ante tres mil personas, del Movimiento de los Focolares de toda España, y de todas las vocaciones, Chiara Lubich se despedía con el encuentro en la plaza de toros de Leganés, recordándoles que el amor incondicional es el secreto para construir una convivencia pacífica, para acoger a los que sufren las nuevas formas de pobreza (abandono, soledad, familias desunidas, dudas, depresiones, hastío por el materialismo, emigración, etc.), y el secreto para realizar el fin específico de esta espiritualidad, la unidad, que no es una conquista, sino una gracia que se obtiene sólo cuando se ama hasta el punto de estar dispuestos a dar la vida por los demás.