El comunismo, una religión secular - Alfa y Omega

El comunismo, una religión secular

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: AFP Photo/Wang Zha

Armando Zerolo, profesor de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad CEU San Pablo explica que la Revolución de Octubre de 1917 «tiene todos los rasgos de una religión secular, porque promete un mundo nuevo y un hombre nuevo. En realidad, la revolución tenía un carácter mesiánico: a través de un líder fuerte habrá un mundo mejor en el que todos seremos felices e iguales. De este modo, el comunismo pasa por alto nuestra condición humana y el pecado original. Para los primeros comunistas, los culpables de todos los males eran el zar y los capitalistas, y creían que todo se resolvería con la organización de una nueva vida económica y política».

Para Zerolo, que acaba de participar en el congreso Cien años de la Revolución Rusa organizado por el CEU, esta forma de ver la realidad se refleja claramente en la iconografía comunista clásica: «La sociedad comunista perfecta parece un paraíso, los hombres aparecen como iguales, abrazados y felices. Y si antes la mediación entre el hombre y mundo nuevo eran los sacramentos, ahora la mediación será la fuerza del Estado y la técnica, la industria, la hoz y el martillo, el carbón, el acero…».

¿Por qué duró tanto el comunismo si en realidad apela a algo interior al ser humano, fácilmente verificable si no funciona? «Porque el hombre necesita vivir con una esperanza –responde el profesor del CEU–. El pueblo ruso es muy religioso, y creyó firmemente en esa salvación que le prometía el comunismo. Culturalmente estaba acostumbrado desde hacía siglos al sacrificio y al dolor. De ahí ese concepto tan forjado y reflejado en su literatura como es el del alma rusa, un alma doliente, sacrificada. Los rusos estaban acostumbrados a trabajar y sufrir, pero algo que no se conoce mucho es que cuando cae le URSS, durante los años siguientes hubo en el país muchos suicidios: eso se explica porque ellos vivían no en un bienestar presente, como vivimos en Occidente, sino que vivían de un bienestar futuro. Ellos ya sabían que pasaban hambre y frío, ellos ya sabían que lo estaban pasando mal, pero aun así se sacrificaban. Sin embargo, cuando cayó el Muro y vieron entrar los jeans y la Coca-Cola, pensaron: “Yo por eso no doy mi vida”».