Llanto por una muerte innecesaria - Alfa y Omega

Llanto por una muerte innecesaria

Eva Fernández
Foto: EFE/Angelo Carconi

Habrá un día en el que la humanidad pregunte por aquel momento en el que decidimos no hacer nada. Por aquella jornada en la que convertimos las cifras de la hambruna en un ruido de fondo que nos hizo sordos. Por ese instante en el que la imagen del pequeño Aylan varado en una orilla dejó de quemarnos por dentro. Dos años después de su muerte en el Mediterráneo, el Papa Francisco ha querido que su recuerdo siga vivo precisamente en la puerta de la agencia que gestiona los recursos que dan de comer al mundo. El pasado lunes, en su discurso a la FAO con motivo del Día Mundial de la Alimentación, Francisco recordó a los gobiernos que las dos grandes causas de la tragedia que ha provocado el mayor número de refugiados de la historia son «las guerras y el cambio climático», que «no podemos presentar como una enfermedad incurable», pero que solo se pueden afrontar «si vamos a la raíz del problema». Esta escultura de Aylan, regalo del Papa a la agencia que nació en 1945 para aliviar el problema del hambre y de la masiva migración de refugiados al término de la Segunda Guerra Mundial nos grita desde su mar de mármol. Las lágrimas del ángel que llora desconsolado ante una muerte innecesaria te tocan como un calambre cuando cierras los ojos. «Estamos llamados a proponer un cambio en los estilos de vida, en el uso de los recursos, en los criterios de producción, hasta en el consumo, que en lo que respecta a los alimentos, presenta un aumento de las pérdidas y el desperdicio. No podemos conformarnos con decir que otro lo hará». Son precisamente las cosas que no decimos. Los refugiados que no vemos. La limosna que no damos. El medioambiente que no cuidamos. Y las lágrimas que ya no derramamos por Aylan y los más de 500 niños que se han ahogado después. Reducir es fácil, asegura el Papa. «Compartir, en cambio, implica una conversión, y esto es exigente». «¿De qué vale denunciar que a causa de los conflictos millones de personas sean víctimas del hambre y de la desnutrición, si no se actúa eficazmente en aras de la paz y el desarme?». Mientras Aylan luchaba por no ahogarse, los líderes del mundo desarrollado discutían a quién le tocaba el muerto. Tan real como espantoso. La escultura de Aylan es como una cicatriz que duele si la tocas tiempo después. Tenemos mucho entre manos. Nos jugamos el crédito, nuestra credibilidad como seres humanos.