3.400 kilómetros para acoger a Jesucristo - Alfa y Omega

3.400 kilómetros para acoger a Jesucristo

El hermano benedictino José Benvindo recibió este lunes, en el monasterio de El Paular, la ordenación diaconal de manos del cardenal Osoro

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

El hermano benedictino José Benvindo recibió este lunes, en el monasterio de El Paular, la ordenación diaconal de manos del cardenal Osoro. Con 46 años, procedente de la isla de Santiago, una de las diez que conforman su país, Cabo Verde, Benvindo ve cumplido uno de los sueños que le hicieron abandonar su casa hace 17 años: entregarse completamente al Señor.

Nacido en una familia de ocho hermanos, en un país donde el 94,6 % de la población es católica, procedente de la antigua evangelización de los portugueses, Benvindo afirma que «yo he crecido en un ambiente cristiano, siempre he estado en la Iglesia, he sido catequista, he estado en el coro, en la Legión de María…».

A los 16 años empezó a trabajar y llegó a tener incluso un pequeño comercio, pero algo le faltaba por dentro. «Desde niño ya tenía una inquietud por la vida religiosa, pero cuando se concretó yo tenía ya 29 años, y a esa edad ya era un poco mayor para entrar en el seminario de mi país», recuerda.

Por eso, a través de un cura de Cabo Verde que trabaja en la diócesis de Zaragoza, contactó con el actual obispo de Jaca, entonces director espiritual del seminario de Zaragoza. Gracias a él pudo viajar hasta el monasterio de Poblet y hacer así una experiencia con los cistercienses. «Estuve cuatro años con ellos y me dieron una formación muy buena. Descubrí la vida comunitaria, la disciplina de la oración, algo que me fue cautivando poco a poco. Para mí fue una llamada a la vida monástica», cuenta.

El cardenal Osoro con el hermano Benvindo, durante su ordenación este lunes. Foto: Monasterio de El Paular

Con el tiempo, esa primera llamada se fue transformando en una búsqueda que le llevó hace ocho años a compartir su vida con los benedictinos de El Paular. «Cistercienses y benedictinos somos primos hermanos, seguimos la misma regla. Aquí he encontrado una comunidad que es como una familia, con siete hermanos, algunos más jóvenes y otros más mayores», explica para luego abordar el tema de las vocaciones: «Por aquí pasa mucha gente, pero vocaciones no hay muchas. Es porque no hay materia prima…». Benvindo se refiere a la educación en la familia, tal como él la vivió en su casa: «Vivir la fe padres e hijos, rezar el rosario, bendecir la mesa, hablar juntos, eso se ha perdido un poco. Y si no hay eso, la vocación es difícil que llegue».

Como al mismo Jesucristo

El oficio principal de Benvindo en El Paular es el de hospedero. «Tengo que recibir a los huéspedes como si fueran el mismo Jesucristo, como nos pide san Benito en su regla», dice. También es el responsable de la enfermería y cantor de la comunidad, y colabora en la lavandería «y en lo que haga falta, siempre con mucho gusto para bien de los hermanos y para bien de la comunidad».

A El Paular viene la gente «para encontrar muchas cosas: los hay que vienen a encontrase consigo mismos, otros que vienen a rezar, o incluso para probar cómo es la vida monástica. Y también hay personas que piden hablar para aconsejarse con alguno de nosotros». Todos en búsqueda, como el propio Benvindo, que ha recorrido 3.400 kilómetros hasta encontrar su vocación y su lugar en el mundo: «Yo soy un buscador, cada día voy buscando a Dios, y cada día voy avanzando en mi vocación. Yo todos los días rezo: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad. Estoy abierto a lo que quieras de mí”».

Un día en el monasterio de El Paular

En el monasterio, Benvindo se levanta cada día a las 5:30 horas. Reza un poco y se prepara para el rezo de maitines a las 6:30. Después, lectio divina y laudes a las 8. «Luego, cada uno se dedica a sus trabajos. Yo soy hospedero, aunque estoy abierto a lo que me pidan los hermanos». Después del rezo de intermedia y la comida, a las 14 horas, hay un tiempo de descanso, «pero yo, como no soy español, no suelo hacer siesta [risas], así que aprovecho para hacer alguna cosa o estudiar un poco». A las 19 horas hay lectio divina y luego vísperas con Eucaristía. Después, la cena y algo de recreo en comunidad «para hablar de nuestras cosas», para acabar el día a las 22 con completas y con «el Gran Silencio, en el que cada uno se va a su habitación a descansar y tener un rato de intimidad con el Señor».