Una relación centenaria: España y Tierra Santa - Alfa y Omega

Una relación centenaria: España y Tierra Santa

Se calcula que hay unos mil españoles viviendo en Tierra Santa. Unos llegan por trabajo, muchos son religiosos -la mayor parte, franciscanos-… Se encuentran en una tierra particular donde las haya, pero no son tan extranjeros como en otros países. España y Tierra Santa tienen una peculiar relación de siglos, reflejados aún en instituciones antiquísimas, como la Obra Pía de los Santos Lugares

Redacción
Toma de Jerusalén por los cruzados en 1099, cuadro de Emile Signol (1847)

Alrededor del 12 de octubre, la palabra Hispanidad aparece con más frecuencia en el habla cotidiana, cada vez olvidando más que esta festividad pretende conmemorar el nacimiento del Imperio español, la conexión entre el Nuevo y el Viejo Mundo, marcado por el descubrimiento de América en el año 1492.

Pero España tuvo más conexiones históricas que, aunque a veces sumidas en el olvido, marcaron profundamente determinadas épocas. Es el caso de la relación entre España y Tierra Santa. Una relación que hunde sus raíces en el siglo XIII, y que ha llegado a nuestros días en forma de instituciones como la Obra Pía, que depende del Ministerio de Asuntos Exteriores, o de aspectos formales hereditarios como el título de Rey de Jerusalén para el monarca español. Aunque olvidados y quizá desprestigiados, estos vínculos se encuentran ahí, recordando que hubo un tiempo en que las cosas fueron distintas, tuvieron un sentido muy claro y muy determinado.

Los franciscanos llegaron a Tierra Santa casi al tiempo de la fundación de la Orden de Frailes Menores. En el Capítulo del año 1217, nació la Provincia de Tierra Santa, que se consideró la perla de todas las Provincias, como sigue llamándose aún hoy en día. Más adelante, fue subdividida en otras circunscripciones, llamadas Custodias.

A pesar de que la zona estuvo en manos de los musulmanes y los cristianos fueron proscritos oficialmente de Tierra Santa, los franciscanos continuaron presentes ejerciendo su apostolado todo el tiempo, hasta que los reyes de Nápoles, Roberto de Anjou y la reina Sancha de Mallorca obtuvieron del sultán de Egipto, por mediación del franciscano fray Rogelio Garini, retornar oficialmente a Tierra Santa, obteniendo la propiedad del Santo Cenáculo, y el derecho de oficiar en el Santo Sepulcro. Tal y como narran los cronistas franciscanos, la presencia única e ininterrumpida de estos frailes en la tierra de Jesús fue determinante en la formación y desarrollo de la Iglesia local, hasta hacer posible la restauración del Patriarcado Latino de Jerusalén en 1847.

Al mismo tiempo, los reyes de Aragón, en los siglos XIII y XIV, buscaban la expansión por Oriente, y además de intercambios comerciales logrados gracias a las buenas relaciones con los sultanes en Egipto, intentaban redimir cautivos, facilitar el culto, ayudar a los cristianos orientales, defender las iglesias y los lugares santos de Palestina… La relación entre las Órdenes religiosas en Tierra Santa y los reyes era muy estrecha, hasta el punto de que Fernando, el heredero de Aragón y las Dos Sicilias, sumaba a sus títulos el de Rey de Jerusalén, que nunca omitió en sus cartas y documentos. El padre Félix del Buey afirma, en su libro Los orígenes de la Custodia de Tierra Santa, que el enlace de Fernando con Isabel, heredera de Castilla, alivió la situación de Tierra Santa: los frailes del convento de Monte Sión comenzaron a experimentar la generosidad de la reina y sus donativos. La unión de Aragón y de Castilla, con Nápoles y Sicilia bajo el reinado de España, facilitó las expediciones de misioneros y las ayudas materiales a los Santos Lugares, punto álgido de la estrecha relación entre España y Tierra Santa. Es el origen de la Obra Pía, recuerdo de la importante presencia de España en Tierra Santa, y que hoy aún existe, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, y que busca apoyar el sostenimiento religioso y cultural de España en Oriente Medio.

Españoles en Tierra Santa

Según datos ofrecidos por el consulado de España en Jerusalén, existen unos 1.000 españoles viviendo en Tierra Santa. De ellos, unos 50 ó 60 aproximadamente son religiosos, en su mayoría franciscanos.

Para los españoles, por lo general, la vida en Tierra Santa no resulta radicalmente opuesta a España. El clima, mediterráneo, y el carácter de las gentes es bastante parecido al de nuestro país. Se trata, para muchos, de un lugar diferente, pero familiar, lleno de contrastes y de bellos lugares que nunca a nadie dejan indiferente.

Doña Bárbara Drake García es el ejemplo de española que vive en Jerusalén, desde hace cuatro años, y allí ha tenido a sus dos hijas. Trabaja como expatriada para la Fundación Promoción Social de la Cultura, y afirma que, para un español, «vivir en medio de un conflicto sin ser parte del mismo, ni pertenecer a ninguno de los bandos, se hace complicado. La tensión que reina en la zona te obliga a posicionarte continuamente, y muchas veces, como extranjero, cualquier comentario se malinterpreta, o se saca de contexto. Muchas veces tengo la impresión de que me paso el día midiendo las palabras, y pocas veces puedo tener una conversación relajada». Bárbara afirma que «Jerusalén es un lugar en el que se vive una espiritualidad especial, que hace que la convivencia de las diferentes religiones parezca lo más natural del mundo, aunque a veces no puede dejar de sorprenderte».

Doña Sofía Sáiz de Aja, de Vitoria y estudiante de un máster sobre Oriente Medio en la Universidad Hebrea de Jerusalén, asegura que vivir en un país donde el catolicismo es minoritario, ayuda «a profundizar más en tu fe. Además de, por supuesto, la maravillosa experiencia de vivir en Tierra Santa, me parece que el hecho de que no te vengan las cosas dadas puede hacer que tú las empieces a buscar de verdad, con una determinación mucho más profunda que cuando vives en un país de mayoría católica. Estar en Tierra Santa y pertenecer a una minoría te hace luchar y tomarte más en serio tu religión. Como si la descubrieras por primera vez. También hay otro aspecto que me gusta, y es que, al ser pocos, estamos más unidos, y eso es muy agradable».