Homilías para no perder la paciencia…, ni la fe - Alfa y Omega

Homilías para no perder la paciencia…, ni la fe

Largas, abstractas, repetitivas, moralistas…, en una palabra, aburridas: así son muchas de las homilías que usted y yo hemos escuchado en misa

Jesús Colina. Roma
El Papa Francisco, durante una homilía en la capilla de la residencia vaticana de Santa Marta

No se trata sólo de algo anecdótico. Según todos los estudios, las homilías aburridas son uno de los motivos principales por los que muchas personas dejan de participar en la misa dominical. Y, como es sabido, la pérdida de ese momento central en la vida de toda persona, con frecuencia, implica el alejamiento de la Iglesia, e incluso de Dios. Hasta perder en ocasiones la fe.

Nos encontramos ante una de las materias pendientes en la Iglesia. El Papa es consciente de ello. La necesidad de renovar la predicación de los sacerdotes se ha convertido en una auténtica prioridad de su pontificado.

Francisco trata de atajar el problema de mil maneras. Para empezar, con el ejemplo. Él mismo se ha puesto a la prueba, y todos los días, por la mañana, ofrece una breve homilía durante la misa que celebra en la residencia de Santa Marta. El Vaticano publica después una síntesis de esa meditación. Esas palabras se han convertido en pan espiritual para millones de personas que las leen en Internet.

Por otra parte, el Papa acaba de aprobar la publicación del Directorio homilético, un manual que sirve de guía e inspiración a los sacerdotes para que su predicación logre interés y profundidad. El texto [disponible ya en las librerías españolas gracias a la Biblioteca de Autores Cristianos] ha sido publicado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Fue redactado mientras era Prefecto de ese organismo vaticano el cardenal Antonio Cañizares, hoy arzobispo de Valencia.

Para Francisco, el problema de las homilías aburridas es tan grande que, en el principal documento de su pontificado, la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, dedica 25 de los 288 apartados a las homilías: 10 dedicados a la predicación y 15 a su preparación.

A partir de esos documentos, Alfa y Omega recopila los diez mandamientos de la buena homilía, tomados de las palabras del Papa, en particular de esa Exhortación apostólica. Francisco los volvió a exponer el 19 de febrero, en el encuentro de preguntas y respuestas que mantuvo con los párrocos de su diócesis, Roma.

Presentamos un decálogo, convencidos no sólo de que puede ser de ayuda para los sacerdotes, sino que podrá ayudar también a los fieles para que la misa dominical, y en particular la homilía, se conviertan en un momento esperado toda la semana. Como dice Francisco, en Evangelii gaudium (EG), «la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento».

1. Predicar como predicaba Jesús

Cuando el sacerdote piensa en un modelo de elocuencia, ¿en quién debe pensar? ¿En Steve Jobs, el cautivante fundador de Apple, que tan bien dominaba la persuasión del marketing? ¿En el poder de convicción de un político como Barack Obama? ¿En uno de los últimos Papas, todos ellos grandes predicadores?

Francisco, en realidad, pone un solo auténtico ejemplo: Jesús. «Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf. Mc 1, 45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6, 2). Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1, 27). Con la palabra, los apóstoles, a los que instituyó para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar (Mc 3, 14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos (cf. Mc 16, 15-20)» (EG, 136).

Para poder hacer de Jesús un modelo de predicador para los sacerdotes de hoy, el Papa les aconseja renovar la confianza en la predicación, «que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana. San Pablo habla con fuerza sobre la necesidad de predicar, porque el Señor ha querido llegar a los demás también mediante nuestra palabra».

2. Un diálogo entre Dios y su pueblo

El segundo punto fundamental para comprender no sólo una homilía, sino la misma celebración eucarística y la Iglesia en su conjunto, es que la predicación no es la exposición de un tratado. El sacerdote no se pone ante el atril para mostrar lo listo que es, o lo bien que habla.

Para el Papa, la homilía forma parte de la liturgia, y por tanto «no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza» (EG, 137). Por este motivo, la homilía deberá basarse siempre sobre la Palabra que acaba de ser pronunciada unos minutos antes, del Nuevo y del Antiguo Testamento.

Afirma Francisco: «La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de su comunidad, para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado, o no pudo dar fruto» (EG, 137).

3. No debe ser larga

El Santo Padre pide no confundir predicación con espectáculo: «La homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración» (EG, 138).

La homilía –subraya– «es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase. El predicador puede ser capaz de mantener el interés de la gente durante una hora, pero así su palabra se vuelve más importante que la celebración de la fe».

El Papa recurre a la Biblia para expresar la fórmula adecuada de la duración de la homilía; así, el libro del Eclesiástico aconseja: «Resume tu discurso. Di mucho en pocas palabras» (Eclo, 32, 8).

4. Con tono de madre

Si la Iglesia es madre, ¿dónde podrán percibir los fieles esa relación? Pues, obviamente, durante la predicación litúrgica. Esto significa que el tono de la predicación no es puritano, moralista, o del que se siente el primero de la clase. El verdadero tono de la homilía debe ser el de una madre.

«La Iglesia es madre y predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía en que todo lo que se le enseñe será para bien, porque se sabe amado. Además, la buena madre sabe reconocer todo lo que Dios ha sembrado en su hijo, escucha sus inquietudes y aprende de él», explica el Papa (EG, 139).

«Así como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también en la fe nos gusta que se nos hable en clave de cultura materna, en clave de dialecto materno (cf. 2M 7, 21-27), y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso».

«Aun las veces que la homilía resulte algo aburrida –dice también el Papa Francisco–, si está presente este espíritu materno-eclesial, siempre será fecunda, así como los aburridos consejos de una madre dan fruto con el tiempo en el corazón de los hijos» (EG, 140).

5. Hablar con el corazón

Esto ayuda a comprender cómo la homilía no puede ser la repetición de un discurso aprendido de memoria, sino que, en sus palabras, el sacerdote debe poner el corazón.

Para el Papa, el secreto de la homilía «se esconde en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino (Lc 12, 32). El Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo, y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su gente» (EG, 141).

«Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad», afirma el Papa, quien rechaza tanto las predicaciones de carácter moralista como las que se convierten en clases académicas de teología. «Hablar de corazón implica tenerlo no sólo ardiente, sino iluminado por la integridad de la Revelación y por el camino que esa Palabra ha recorrido en el corazón de la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a lo largo de su historia», explica el Pontífice (EG, 144).

«La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos –y predilectos en María–, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura, pero hermosa, tarea del que predica el Evangelio».

Un momento del encuentro del Papa, el pasado jueves 19 de febrero, con los párrocos de Roma

6. La homilía es como la cocina: cariño en la preparación

Para el Papa, la homilía es como la cocina: una de las claves está en la preparación, pero sobre todo en el cariño que se pone.

«La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral» (EG, 145).

«Algunos párrocos suelen plantear que esto no es posible debido a la multitud de tareas que deben realizar –reconoce Francisco–; sin embargo, me atrevo a pedir que todas las semanas se dedique a esta tarea un tiempo personal y comunitario suficientemente prolongado, aunque deba darse menos tiempo a otras tareas también importantes. Un predicador que no se prepara no es espiritual –advierte–; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido». Y añade: «Por eso, la preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar. A partir de ese amor, uno puede detenerse todo el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo: Habla, Señor, que tu siervo escucha» (EG, 146).

7. Respetar y comprender la Palabra

Uno de los grandes errores de los predicadores consiste en hablar de lo que no han comprendido. Citan la Biblia, sin saber exactamente lo que dice.

«El texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora –constata el Papa–. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendemos correctamente cuanto quería expresar el escritor sagrado» (EG, 147).

El predicador, por una parte, debe comprender el texto del que habla y su género literario. Por otra parte, debe ser capaz de integrarlo en el contexto general de la enseñanza de toda la Biblia, transmitida por la Iglesia.

«Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias», advierte el Papa.

«Uno de los defectos de una predicación tediosa e ineficaz es precisamente no poder transmitir la fuerza propia del texto que se ha proclamado» (EG, 148).

8. Vivir lo que se predica

Lo que las personas no soportan hoy día de un predicador es que diga una cosa y viva lo contrario. Es el famoso doble discurso, por el que siempre se critica a los sacerdotes, a veces con razón, y otras sin ella. Por ese motivo, el Papa considera que el predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios». El sacerdote «necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos, y engendre dentro de sí una mentalidad nueva».

Francisco repite el gran principio de la predicación cristiana en dos mil años: «De la abundancia del corazón, habla la boca» (EG, 149). Y así dice el Papa: «Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella: Atan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo (Mt 23, 4)» (EG, 150).

La predicación consiste «en esa actividad tan intensa y fecunda que es comunicar a otros lo que uno ha contemplado». Y «esto tiene un valor pastoral», asegura el Papa. «En esta época, la gente prefiere escuchar a los testigos: tiene sed de autenticidad» (EG, 150).

9. Escuchar al pueblo

Dado que la homilía es un diálogo, el sacerdote, por una parte, debe escuchar a Dios, pero también debe escuchar al pueblo. El Papa lo dice con acento argentino: «El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar» (EG, 154).

«Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo. De esa manera, descubre las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano, prestando atención al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que plantea».

«Se trata de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con algo que ellos viven, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra. Esta preocupación no responde a una actitud oportunista o diplomática, sino que es profundamente religiosa y pastoral».

Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia». Y añade el Papa Francisco: «Recordemos que nunca hay que responder preguntas que nadie se hace» (EG, 155).

Un momento del encuentro del Papa, el pasado jueves 19 de febrero, con los párrocos de Roma

10. ¿La homilía? Sencilla, clara, positiva

El Papa dedica muchos de sus mandamientos al fondo. Pero pide también prestar mucha atención a la forma. Como dice el Papa, citando a un viejo maestro, una buena homilía «debe contener una idea, un sentimiento, una imagen» (EG, 157), consciente de que esta última dice mucho más que mil palabras. Por este motivo, el Papa acuña tres adjetivos importantes para la homilía: sencilla, clara, y positiva.

«La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios, para no correr el riesgo de hablar al vacío. Frecuentemente, sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan».

En segundo lugar, la homilía debe ser clara, teniendo en cuenta que «la sencillez y la claridad son dos cosas diferentes».

«El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice» (EG, 158).

Por último, el Papa asegura que la homilía debe tener un lenguaje positivo. «No dice tanto lo que no hay que hacer, sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad». (EG, 159).

La corrección del cardenal Ratzinger

Para sintetizar el secreto de una buena homilía, cuando el pasado jueves el Papa Francisco conversaba con los párrocos de Roma, reveló una anécdota de su relación con su predecesor, cuando todavía no era Papa, el cardenal Joseph Ratzinger. El purpurado alemán y el cardenal Jorge Bergoglio eran miembros de la Congregación vaticana del Culto Divino. Bergoglio pronunció una intervención muy importante sobre la celebración de la liturgia y la predicación. Esa intervención ha servido de pauta par el Directorio homilético, que ahora publica el Vaticano.

Ahora bien –contó Francisco a sus párrocos–, había una ausencia importante. «El entonces cardenal Ratzinger me dijo que faltaba algo en la homilía: sentirse ante Dios. Y tenía razón, yo no lo había dicho», confesó el Papa.

De este modo, cuando las homilías permiten sentirse ante Dios, en cierto sentido nos permiten vivir un momento de cielo.