Arte tras los muros de la clausura - Alfa y Omega

Arte tras los muros de la clausura

En el Museo del Patrimonio Municipal de Málaga se exponen las piezas más representativas del patrimonio escultórico del Císter, pertenecientes a la antigua abadía de Santa Ana de esa ciudad. Entre ellas se encuentran cinco esculturas de Pedro de Mena, que confirman la espiritualidad con la que el artista granadino concebía su trabajo. Podrá visitarse hasta el próximo 5 de abril

Eva Fernández
Niño Jesús de cuna, de Pedro de Mena (1675-1680)

El tiempo parece detenerse tras los muros de un convento. Entre esas sombras en las que solemos imaginar a los hombres y mujeres que los habitan, se descubre el mejor escenario para la contemplación de la belleza. Dentro de la clausura, las imágenes atesoradas con tanto cuidado durante siglos tenían como misión facilitar el encuentro con lo trascendente y remover la piedad.

Esta exposición nos abre las puertas de la clausura de la antigua abadía cisterciense de Santa Ana, en Málaga, para que descubramos alguno de los tesoros que alberga entre sus paredes, muy especialmente las piezas del escultor granadino Pedro de Mena (1628-1688), uno de los mejores representantes de la escultura barroca española, que siempre estuvo muy ligado a esta abadía. Casa y taller se encontraban junto al convento y tres de sus hijas fueron monjas cistercienses. Además, su último deseo fue ser enterrado entre las dos puertas de la iglesia del convento, para que su lápida fuera pisada por todos los fieles que entraran en la iglesia.

En la exposición del Museo Patrimonio Municipal de Málaga, se encuentran dos grandes bustos, un Ecce Homo y una Virgen Dolorosa, que Pedro de Mena regaló en 1675 al convento donde profesaron sus hijas como religiosas. El Ecce Homo representa a un Cristo vejado, convertido en un guiñapo tras ser cruelmente azotado y coronado de espinas, pero con la paz reflejada en su mirada. El escultor granadino cinceló sus figuras con el objetivo claro de conmover. En la Dolorosa, nuestra mirada se centra en el rostro, atenazado por la pena, en las lágrimas que recorren sus mejillas y en las manos entrelazadas, en busca de compasión. En esta imagen, Pedro de Mena quiso retratar a su mujer, Catalina de Victoria, como reflejo de su amor y fidelidad. Se casaron cuando ella sólo tenía 13 años de edad y llegaron a tener 14 hijos, de los que únicamente sobrevivieron cinco. Cuatro de ellos se hicieron religiosos, y el quinto, José, sacerdote, llegó a ser capellán real en la Capilla Real de Granada. Pedro de Mena fue un artista que consiguió trasmitir a sus hijos el mismo sentimiento religioso que esculpía en sus imágenes. De sus manos y gubias salieron alguna de las más bellas imágenes religiosas del barroco.

Toda una vida dedicada a la imaginería religiosa

Tras el fallecimiento de su padre, el también escultor Alonso de Mena, Pedro, con dieciocho años, se hizo cargo del taller en Granada, que años después llegaría a compartir con Alonso Cano. Cuando se le encargó la sillería del Coro de la catedral de Málaga, terminó instalándose en esa ciudad, en la que permaneció hasta su muerte. Sus trabajos se fueron extendiendo por toda la península, seguramente con la colaboración de su hijo Alonso, jesuita, ya que muchas de sus obras se encuentran en casas de la Compañía de Jesús, tanto en España como en América.

Casi todas sus piezas estaban destinadas a cumplir la función esencial de la imaginería barroca: fomentar la piedad del pueblo fiel. En sus esculturas destacan los rostros y rasgos alargados de sus figuras, las ropas trabajadas con unos perfiles extremadamente finos y la particular policromía empleada. Estas cualidades aparecen magníficamente expresadas en la Inmaculada Concepción, con un soberbio tratamiento del ropaje que viste la Virgen y el cabello. Las túnicas y mantos esculpidos por Pedro de Mena parecen telas finísimas, casi se podría percibir la textura del atuendo que viste la Virgen del Pilar. En cuanto a la policromía, siguiendo el ejemplo del Alonso Cano, prefiere evitar el pan de oro y los estofados para usar colores planos que contribuyen a dar más volumen a las tallas.

En los monasterios contemplativos era costumbre que cada religiosa incluyera en la dote una imagen del Niño Jesús. Estas imágenes eran conservadas y cuidadas por cada monja, y las vestían o no según fuera su deseo. A la abadía de Santa Ana pertenece el Niño Jesús de cuna, de Pedro de Mena, y en la muestra se dedica una sección especial a los llamados Niños Pasionistas, una tradición en el mundo de la clausura desde el siglo XVI, en la que los niños portan los atributos de la Pasión.

En el apartado dedicado a la Virgen, se encuentra la talla de la Virgen de los Peligros y Buen Suceso, fechada en 1230, la obra de arte de mayor antigüedad de la provincia de Málaga, y el lienzo de la Virgen de Belén, de Andrés de Hermosilla, fechada en el siglo XVII.

Una exposición, sin duda, para gozar de la misma contemplación que llena de serenidad la clausura de nuestros conventos.