Los dos dones de Polonia - Alfa y Omega

Los dos dones de Polonia

El tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo II ha marcado el inicio del Congreso mundial de la Divina Misericordia. Esta devoción, que Karol Wojtyla contribuyó a universalizar, brota de la revelación recibida por su compatriota santa Faustina Kowalska. El mismo Papa polaco halló en su mensaje consuelo y esperanza durante los difíciles momentos que atravesó Polonia en el siglo XX

María Martínez López
Benedicto XVI en un encuentro con la juventud, en el Parque Blonia (Cracovia), el 27 de mayo de 2006

La coincidencia ha sido completamente deliberada, según ha revelado el cardenal Schönborn, arzobispo de Viena y Presidente del Congreso apostólico mundial de la Divina Misericordia, que se celebra en Roma hasta el próximo domingo. La inauguración de este Congreso tuvo lugar, ayer, en el día del tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo II, por quien el Papa Benedicto XVI celebró una solemne Eucaristía. Juan Pablo II murió un sábado, víspera de la fiesta de la Divina Misericordia, tras la Misa, que litúrgicamente era ya la del domingo. En 2005 se conmemoraba, además, el centenario del nacimiento de santa Faustina Kowalska, iniciadora de esta devoción, que corre paralela a la vida del Papa polaco.

Al consagrar el nuevo santuario de la Divina Misericordia en Cracovia, en 2002, Juan Pablo II exclamó, emocionado: «¿Quién iba a pensar que alguien que llegaba aquí caminando con zuecos de madera llegaría a consagrar esta basílica?». Y es que, muy cerca de aquel lugar, estaba la cantera de Solvay, donde Karol Wojtyla trabajó durante la dominación nazi. Al volver, exhausto, de la fábrica, con temperaturas de hasta a 30 grados bajo cero, se detenía a rezar en la capilla del convento. En ese tiempo se fue fraguando la vocación de este joven de veinte años al que todos llamaban Lolek.

Una imagen tomada en el funeral por Juan Pablo II en la plaza de San Pedro

La situación de Polonia y de Europa había cambiado dramáticamente desde febrero de 1931, cuando Dios empezó a preparar a este país para los tiempos venideros. Cristo se apareció a sor Faustina Kowalska, como proyectado sobre las cortinas que separaban su celda de las demás, en su monasterio de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, de Cracovia, y le pidió que pintara una imagen igual con la inscripción al pie ¡Jesús, yo confío en Ti!

Tras la muerte de sor Faustina, en 1938 (a los 33 años), la devoción a la Divina Misericordia arrancó con fuerza. Como relata el libro La Divina Misericordia y SS. Juan Pablo II, editado por el Apostolado de la Divina Misericordia, los folletos e imágenes que empezó a difundir su confesor, el padre Sopocko, resultaron ser un gran consuelo para muchos en la Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. La población de Varsovia, tras sonar el toque de queda, rezaba ante las pequeñas capillas construidas en los patios de las casas. Las imágenes empezaron a aparecer en las iglesias, donde quedaban cubiertas de ofrendas por las gracias recibidas. También comenzaron espontáneamente las novenas.

La imagen viajó con los polacos deportados a Alemania y a Francia, a los campos de concentración y a los campos de prisioneros de guerra. Muchos que convivieron con ellos, al ser liberados, llevaron la devoción a sus países. Apareció en Jerusalén y en Estados Unidos ya en 1943. También llegó a Japón y a Australia. A finales de los años 40, se empezó a plantear en la Santa Sede la institución de una fiesta, pero todo quedó paralizado en 1959. Se desaconsejó su propagación, pero la devoción nunca se perdió del todo. Estaba esperando al arzobispo Karol Wojtyla, a quien, en 1963, se le encargó que volviera a poner en marcha el Proceso de sor Faustina Kowalska, que concluiría en 1978, con un juicio favorable de la Congregación para las Causas de los Santos. Fue en abril. En octubre, el máximo responsable de este cambio, el cardenal Wojtyla, fue elegido para la sede de Pedro. Muchos han visto en estos acontecimientos el cumplimiento de una de las revelaciones de Cristo a santa Faustina: «Yo llevo un amor especial por Polonia y, si ella es obediente a mi voluntad, la exaltaré en poder y santidad. De ella saldrá la chispa que preparará al mundo para mi venida final».

Con la elección de Juan Pablo II, se rompió la barrera lingüística, cultural y religiosa de Polonia, y la gran riqueza de la devoción a la Divina Misericordia se difundió por el mundo. Con ocasión de la beatificación de sor Faustina, en abril de 1993, Juan Pablo II se refirió a su mensaje como un signo de los tiempos para el siglo XX, y lo repitió con insistencia desde entonces: en su visita al santuario de la Divina Misericordia, en 1997; al canonizarla e instituir la fiesta para la Iglesia universal el 30 de abril de 2000, primer Domingo de la Divina Misericordia, que se celebra desde entonces el domingo después del Domingo de Resurrección; y, de forma muy especial, en agosto de 2002, durante el último viaje a su tierra natal. Al consagrar el nuevo santuario, cuya construcción había promovido desde Roma, también consagró el mundo a la Divina Misericordia, con la esperanza de que «el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza». En ese viaje mostró también su esperanza de que Polonia «podrá enriquecer con su tradición a ese continente y a todo el mundo».

Los dos fueron «un don de la tierra de Polonia a nuestra Iglesia», utilizando las palabras del propio Juan Pablo II sobre santa Faustina, en su canonización. Tanto una como otro, la religiosa que recibió el lema Jesús, confío en ti y el Papa del No tengáis miedo; ella, con una vida llena de sufrimiento, aunque corta (tal vez, su temprana muerte permitió que la devoción se extendiera cuando era más necesaria, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial), y él, que, con su largo martirio, llevó a la Iglesia al tercer milenio. La simple monja que trabajaba en el huerto, la cocina, y la portería, y el Papa grande.

Santa Faustina fue la secretaria. El fundador, Jesús

El domingo pasado, en San Sebastián, como se hace en otros muchos lugares de España y del mundo, Carmen celebró la fiesta de la Divina Misericordia con un rato de oración y la Misa. Pero este año era especial, porque en casa tenía ya, casi preparada, la maleta con la que, dos días después, viajaría a Roma, con otras 40 personas de Guipúzcoa, para asistir al Congreso de la Divina Misericordia, que comenzó ayer. Carmen llevaba años rezando de forma individual la coronilla de la Divina Misericordia cuando, en 2004, le surgió la oportunidad de visitar el santuario de la Divina Misericordia, de Cracovia: «De vuelta a San Sebastián, un sacerdote me propuso organizar un grupo de oración aquí, el día y la hora que quisiera. Nunca me hubiera imaginado haberlo podido sacar adelante, pero el Señor se ha encargado de mí. El primer día fuimos una docena. Ahora somos unos 50 cada martes, y hay otros 15 grupos en distintas parroquias y pueblos de Guipúzcoa». Durante el I Encuentro Nacional de la Divina Misericordia, que se celebró en octubre pasado, en Zaragoza, «alguien me preguntó si la fundadora de nuestro movimiento era santa Faustina. Le dije que ella era sólo la secretaria, y que el fundador era Jesús. Ese momento me ayudó a tomar conciencia de esta realidad».

Carmen también recuerda de forma muy especial la muerte de Juan Pablo II, la víspera de la fiesta de la Divina Misericordia: «El viernes anterior, yo estaba en Madrid, en la Adoración Perpetua. Me iba a marchar a las 2 o las 3 de la madrugada, pero empezó a llegar gente, diciendo que habían pedido que se rezara por el Papa. Alguien trajo una foto, la pusimos en el altar… ¡Qué noche tan bonita y tan gozosa! Me marché a las siete, con la satisfacción del deber cumplido. Al día siguiente, murió».

Un mensaje para el siglo XXI

Cuando Juan Pablo II consagró el mundo a la Divina Misericordia, en 2002, en realidad sólo explicitó lo que ya había dicho en 1997, en otra visita al santuario: «Vengo aquí para confiar todas las preocupaciones de la Iglesia y de la Humanidad a Cristo misericordioso. En el umbral del tercer milenio, vengo para confiarle una vez más mi ministerio petrino». También reconoció que el mensaje de la Divina Misericordia le había sido «siempre vecino y querido», pues había experimentado el «particular apoyo y una inagotable fuente de esperanza» que supuso en «aquellos años difíciles» de la Segunda Guerra Mundial. En 2000, durante la canonización de sor Faustina, volvió a subrayar: «Quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres, saben cuán necesario es el mensaje de la misericordia».

El Papa que inauguró su pontificado con las encíclicas Redemptor hominis y Dives in misericordia confirmó también, en 1997, el sello que la vivencia de primera mano de ese mensaje ha impreso en su labor como obispo de Roma: «He llevado [esa experiencia personal] conmigo a la sede de Pedro y, en un cierto sentido, forma la imagen de este pontificado. Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha sido dado contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo, mediante la institución de la fiesta de la Divina Misericordia».

Sin embargo, el mensaje que Cristo reveló a santa Faustina no se circunscribe sólo al «dramático cúmulo de mal» de la Segunda Guerra Mundial y los sistemas totalitarios -escribe Juan Pablo II en Memoria e identidad-, sino que aún conlleva «un significado preciso, no sólo para los polacos, sino también para todo el ámbito de la Iglesia en el mundo. Es como si Cristo hubiera querido decir: ¡El mal nunca consigue la victoria definitiva!». Durante la canonización de sor Faustina en el año 2000, señaló como sus destinatarios, sobre todo, «a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación Jesús, en ti confío!».