Misa en Medellín: Francisco pide «no ser cristianos que alcen el estandarte de prohibido el paso» - Alfa y Omega

Misa en Medellín: Francisco pide «no ser cristianos que alcen el estandarte de prohibido el paso»

En una multitudinaria misa en Medellín, el Papa invita a «no aferrarse al rigorismo de los fariseos» y recuerda que «Jesús ‘zarandeaba’ a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez»

Juan Vicente Boo

Ante un millón trescientas mil personas reunidas para la misa en el aeropuerto de Medellín, el Papa Francisco ha invitado el sábado a los católicos de todo el mundo a no aferrarse «a cierto estilo, a ciertas prácticas de algunos fariseos» y a no caer en «la práctica rigorista» que proponían los doctores de la ley en tiempos de Jesús.

El Santo Padre ha comenzado dándoles las gracias «por el tiempo que habéis pasado esperándome bajo la lluvia, que ha causado un retardo». La falta de visibilidad hizo imposible el vuelo en helicóptero desde Rionegro a Medellín, y el viaje por carretera sumó cuarenta minutos de retraso. Pero, igual que en la misa de Bogotá, la lluvia volvió a respetar la ceremonia.

La visita del Santo Padre a Colombia, caracterizada por su esfuerzo a favor del perdón y la reconciliación nacional al cabo de 52 años de guerra, es un encuentro familiar y espiritual, ajeno a la política.

Francisco quiere, sobre todo, que las personas humildes, las más castigadas por un conflicto que ha superado el cuarto de millón de muertos, puedan ver al menos un futuro en paz para sus hijos.

«La Iglesia no es nuestra, es de Dios»

Su mensaje de reconciliación y perdón era una de las enseñanzas más importantes de Jesús, quien también lo predicaba a contrapelo frente a la crueldad y el rigor dominantes en su época.

En esa línea, el Papa ha suplicado en su homilía que «no nos aferremos a cierto estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de algunos fariseos de entonces que al de Jesús».

Con toda claridad ha señalado que «la libertad de Jesús se contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella época, que estaban paralizados por una interpretación y práctica rigorista de la ley».

Ir a lo esencial

Frente al estilo rancio, rigorista y a veces incluso rencoroso de algunos católicos, Francisco ha propuesto «ir a lo esencial, renovarse e involucrarse».

La renovación significa que «como Jesús ‘zarandeaba’ a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora la Iglesia es zarandeada por el Espíritu Santo para que deje sus comodidades y apegos».

Esa renovación consiste, según ha explicado, en recuperar la cercanía a la enseñanza de Jesucristo, quien justificaba que sus discípulos comiesen espigas de trigo por el camino igual que David y los suyos comieron ofrendas del templo cuando tenían hambre.

Con mucha fuerza, el Papa ha insistido en que los cristianos deben favorecer el acercamiento de todos a Jesucristo, «ayudar a que se sacien de Dios; no impedirles o prohibirles ese encuentro».

Eso significa que «no podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de ‘prohibido el paso’, ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra, es de Dios».

Así se comportaba san Pedro Claver, «a quien hoy celebramos en la liturgia y que mañana domingo veneraré en Cartagena. ‘Esclavo de los negros’ fue siempre su lema de vida».

El programa del Papa en Medellín, «la ciudad de la eterna primavera» que ha dejado atrás la pesadilla de los «narcos» incluye una visita al «Hogar San José», que acoge a un centenar de niños, en su mayoría víctimas de la violencia, y un encuentro con los sacerdotes, religiosos y seminaristas de una ciudad en la que abundan las vocaciones.

Juan Vicente Boo / ABC. Enviado especial a Colombia

Texto de la homilía del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

En la misa del jueves en Bogotá escuchábamos el llamado de Jesús a sus primeros discípulos; esta parte del Evangelio de Lucas que comenzó con aquella narración, culmina con el llamado a los Doce. ¿Qué recuerdan los evangelistas entre ambos acontecimientos? Que este camino de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los dispensaba de una inquietud, la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es caminar detrás Él, y que ese caminar lo ponía frente a leprosos, paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una receta o una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a Dios. Para el Señor, también para la primera comunidad, es de suma importancia que quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de algunos fariseos de entonces que al de Jesús. La libertad de Jesús se contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella época, que estaban paralizados por una interpretación y práctica rigorista de la ley. Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse, involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.

Lo primero, ir a lo esencial. No quiere decir «romper con todo» romper con aquello que no se acomoda a nosotros, porque tampoco Jesús vino «a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud» (Mt 5,17); ir a lo esencial es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo estático, sino un continuo camino hacia Cristo; no es simplemente el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje por medio de la escucha de su Palabra. Y esa palabra, lo hemos escuchado, se nos impone en las necesidades concretas de nuestros hermanos: será el hambre de los más cercanos en el texto proclamado, o la enfermedad en lo que narra Lucas a continuación.

La segunda palabra, renovarse. Como Jesús «zarandeaba» a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora también la Iglesia es «zarandeada» por el Espíritu para que deje sus comodidades y sus apegos. La renovación no nos debe dar miedo. La Iglesia siempre está en renovación –Ecclesia semper reformanda–. No se renueva a su antojo, sino que lo hace «firme y bien fundada en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia» (Col 1,23). La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor. El Señor del sábado, la razón de ser de todos nuestros mandatos y prescripciones, nos invita a ponderar lo normativo cuando está en juego el seguimiento; cuando sus llagas abiertas, su clamor de hambre y sed de justicia nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas. Y en Colombia hay tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz.

La tercera palabra, involucrarse. Aunque para algunos eso parezca ensuciarse, mancharse. Como David o los suyos que entraron en el Templo porque tenían hambre y los discípulos de Jesús entraron en el sembrado y comieron las espigas, también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre, hambre de Dios, cuanta gente tiene hambre de Dios, hambre de dignidad, porque han sido despojados. Y me pregunto si el hambre de Dios de tanta gente, quizás no venga porque con nuestras actitudes se la hemos despojado. Y, como cristianos, ayudar a que se sacien de Dios; no impedirles o prohibirles ese encuentro. Hermanos, la Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de su Dios está no solo abierto sino traspasado por el Amor que se hizo dolor. No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de «prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra hermanos, es de Dios; Él es el dueño del templo y del sembrado; todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento. Todos. Y el que preparó las bodas para su hijo, manda buscar a todos, sanos y enfermos, buenos y malos. Todos. Nosotros somos simples «servidores», (cf. Col 1,23) no podemos ser quienes impidamos ese encuentro. Al contrario, Jesús nos pide, como lo hizo a sus discípulos: «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16); este es nuestro servicio. Comer el pan de Dios. Comer el Amor de Dios. Comer el pan que nos lleva a sobrevivir también. Bien lo entendió Pedro Claver, a quien hoy celebramos en la liturgia y que mañana veneraré en Cartagena. «Esclavo de los negros para siempre» fue su lema de vida, porque comprendió, como discípulo de Jesús, que no podía permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y que tenía que hacer algo para aliviarlo.

Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros, así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida. Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento latinoamericano que nació aquí en estas tierras (cf. Medellín, 1968). Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí, juzgan. Y que arriesgan, que actúan, que se comprometen.

He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, firmes y libres en Cristo porque toda firmeza en Cristo nos da libertad. De modo que lo reflejen en todo lo que hagan; asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, anúncienlo con la mayor alegría.

Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que poniendo nuestra vida en Cristo, seamos siempre misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes.