El Papa beatifica a un obispo asesinado en 1989 por la guerrilla - Alfa y Omega

El Papa beatifica a un obispo asesinado en 1989 por la guerrilla

«Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz», afirma el Papa. En la misma homilía, Francisco presentó a san José como icono frente a la violencia machista

Ricardo Benjumea
Tapiz con la imagen de monseñor Jaramillo durante la Misa de beatificación

Monseñor Jesús Emilio Jaramillo fue un firme defensor de las comunidades indígenas al que no le temblaba la voz a la hora de denunciar los atropellos cometidos tanto por la guerrilla como por los grupos paramilitares. El 2 de octubre de 1989, cuando regresaba de visitar varias comunidades, un retén del ELN detuvo su coche, en el que viajaba junto a otros ocupantes, finalmente liberados.

Tras los acuerdos alcanzados en La Habana por las FARC con el gobierno colombiano, el ELN, fundada en 1964 por un cura español, se ha convertido en la principal y más antigua guerrilla colombiana. Actualmente se encuentra en proceso de diálogo con el gobierno y ha pedido públicamente perdón por el asesinato del obispo Jaramillo.

En la ceremonia, celebrada en Villavicencio, fue beatificado también el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, popularmente conocido como el mártir de Armero desde el momento mismo de su asesinato, en 1950. Corrían también tiempos políticamente convulsos en el país, que asistía al asalto liberal a la hegemonía política de los conservadores. El asesinato de un dirigente liberal dio pie a grandes disturbios, incluido el asalto a la iglesia de este sacerdote, muy conocido por su trabajo junto a los más pobres.

El mártir de Armero

Dar el primer paso

Al declararles beatos, el Papa presentó a estos dos personajes como «expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor». Siguiendo su ejemplo –añadió–, «nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación».

«Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz», prosiguió el Pontífice, poco antes de la celebración de un encuentro entre víctimas y sus antiguos verdugos. «Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona!», insistió, reiterando un mensaje central de su visita de cinco días a Colombia, que justamente lleva por lema «Demos el primer paso».

Esto –matizó– «no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos» ni menos aún «legitimar las injusticias personales o estructurales». Pero la reconciliación requiere «el aporto de todos» para «construir el futuro». «Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación –advirtió– será un fracaso.

Llegada del Papa a la Misa en Villavicencio. Foto: AFP

San José, icono contra la violencia machista

Francisco vinculó este mensaje con el respeto al medioambiente y una denuncia contra la violencia machista. El Papa sorprendió con una cita en su homilía de una canción del popular cantante colombiano Juanes: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras).

Y al referirse a la violencia contra la mujer, lamentó que siga habiendo «comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas» y presentó a san José «como figura de varón respetuoso» en un «mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente».

Homilía completa del Papa

Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus).

La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.

María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.

María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.

En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1, 1-17), que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina. Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro.

La mención de las mujeres –ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento– nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento. En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.

Y en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esta luz. Por la forma en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que ha sucedido con María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor. La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda por cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.

Este pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad! ¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro.

La reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, solo traería esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales. El recurso a la reconciliación no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia. Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y de los valores propios de cada sociedad civil» (Carta a los obispos de El Salvador, 6 agosto 1982). La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso.

El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos» (28,21). Esa promesa se cumple también en Colombia: Monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.

En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento. Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf. Carta enc. Laudato si’, 2). Nos toca decir sí como María y cantar con ella las «maravillas del Señor», porque como lo ha prometido a nuestros padres, auxilia a todos los pueblos y a cada pueblo, auxilia a Colombia que hoy quiere reconciliarse y a su descendencia para siempre.