Un padrenuestro, una confesión y bendiciones en Las Ramblas - Alfa y Omega

Un padrenuestro, una confesión y bendiciones en Las Ramblas

Fran Otero
Foto: Dámaso Ruiz

Dámaso Ruiz es un sacerdote barcelonés de la diócesis de Tortosa. A punto de cumplir diez años de ministerio es conocido por su afición al fútbol y al Español. Era asiduo al antiguo campo del club catalán, bombo en mano, hasta que se convirtió, como él mismo dice, «en animador de almas». También se considera un «cura de periferias». El pasado 23 de agosto, disfrutaba dos días de asueto en la ciudad, y la cercanía en el tiempo del atentando le llevó a Las Ramblas. Reconocible por su vestimenta, a la que añadió la estola, llegó al centro de Barcelona. Primero entró en una óptica en la que se había socorrido a muchas víctimas. Se encontró con uno de los dos empleados que ayudaron aquel día: le felicitó y le bendijo. Ya en Canaletas se puso en actitud de oración y comenzó a recitar el padrenuestro. «Me di cuenta de que mucha gente lo seguía. Lo escuché y lo noté. Al terminar, muchos me dieron las gracias», explica a Alfa y Omega después de que su testimonio se hiciera viral.

Luego empezó a caminar y se encontró con dos furgones, uno de la Guardia Urbana y otro de los Mossos de Esquadra. Uno de los guardias se acercó y le pidió que bendijera a todo el grupo. Era el que había intentado salvar a Xavi, el pequeño de 3 años fallecido. En el memorial del niño, metros más allá, también se detuvo y rezó.

En su camino, Dámaso encontró una silla vacía y se sentó con la estola. De nuevo, alguien le pidió que bendijese el lugar «para que no vuelva el mal». Era un joven, al que invitó a confesarse. «En la absolución veo cómo le cambia la cara y me dice que va a cambiar de camino. Yo le regalo un rosario».

En el Liceo, donde se detuvo el camino mortal de la furgoneta usada para el atentado, volvió a parar. De nuevo oración y un abrazo emocionado con una mujer luterana. Calle arriba, el sacerdote volvió a Canaletas para rezar el último responso y abandonar el lugar con la certeza de que «Dios actúa en medio del dolor». «Fueron dos horas muy intensas, con experiencias muy enriquecedoras. Antes de empezar, le dije a Dios que me ponía en sus manos para que Él fuera haciendo. Estos días estoy, por decirlo de alguna manera, de subidón pastoral», concluyó.