Un nuevo curso para encontrarnos con Jesucristo - Alfa y Omega

Cuando estaba pensando en mi primera carta de este curso para vosotros, me vinieron a la memoria estas palabras del Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Mi deseo es que estas palabras sean las que marquen la dirección y el contenido de este curso que comenzamos. Este es el programa que se nos entrega desde el inicio mismo de la evangelización. Recordemos el encuentro de Jesús con Juan Bautista, cuando estaba con dos de sus discípulos. Pasaba Jesús a su lado, se fijó en Él y dijo a quienes le hacían compañía: «Este es el Cordero de Dios». Aquellos dos siguieron a Jesús y este les preguntó: «¿Qué buscáis?». «Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día» (cf. Jn 1, 35-39). ¡Qué bella experiencia la de aquellos primeros cristianos! Es la experiencia que todos nosotros necesitamos: ser fascinados por el Señor. Pero para esto, es necesario que demos ocasión al Señor de que lo haga.

Después de este tiempo que para muchos ha sido de descanso y para otros muchos de trabajo, en esta nueva etapa que ahora comienza, quisiera ser para vosotros como Juan Bautista. Quiero deciros con todas mis fuerzas que Jesús es el camino que nos lleva a siempre a lugar bueno, que Jesús es la vida verdadera que todo ser humano necesita, que en Jesús encontramos la verdad que todos buscamos. Ser felices es lo que más ansía todo ser humano. Por ello, mi fe y mi misión me impone deciros con todas mis fuerzas: «Este es el Cordero de Dios», ahí tenéis a quien buscáis, ahí tenéis a quien puede llenar vuestra vida, a quien puede dar respuestas a vuestros interrogantes, a quien os entrega la paz verdadera, la luz cuando todo nos parece que está oscuro o ensombrecido. Sí, ahí tenéis a Jesucristo, que con fuerza os dirige estas palabras: «¿Qué buscáis? ¿Qué buscáis en la vida? ¿Qué es lo que necesitáis?». Y la respuesta nos la da el mismo Señor cuando nos dice: «Venid y lo veréis». ¿Estamos dispuestos a ir?

Os invito a que visitéis y entréis en estos lugares en los que podemos encontrarnos con Nuestro Señor Jesucristo:

1. Leed y meditad la Palabra de Dios. Es un lugar privilegiado para encontrarnos con Jesucristo. Es fuente de vida y es el alma de la evangelización. Cuando desconocemos la Escritura, desconocemos a Jesucristo. Escuchemos y meditemos la Palabra de Dios para tener un encuentro vivo con Jesucristo, que nos provoca a la conversión verdadera y a la comunión con Él y, por ello, con todos los hombres. Leed orantemente la Palabra, no lo hagáis deprisa; dejad que entre en vuestro corazón y que aliente vuestra vida.

2. Celebrad la fe, que la sagrada liturgia no sea una cosa más. Entrad de lleno y dejaos penetrar por los misterios del Reino. Una fe que no es celebrada a la larga se debilita y llega a morir. Id a la celebración de la Eucaristía, que es un lugar privilegiado de encuentro de los discípulos con Cristo. Encontraos realmente con Jesucristo presente en el misterio de la Eucaristía y haced vuestra la vida del Señor, donde las palabras del apóstol san Pablo adquieren una fuerza especial: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi». Por eso nos impulsa a amar y amar a todos, a dar la vida por todos, a ir y estar con Jesucristo en todos los lugares donde hay necesidad de bien, bondad, paz y vida. Cristo actúa a través de nosotros con nuestras obras, desde y con nuestra comunión con Él y desde nuestra oración.

3. Haced y construid lo que quiso el Señor: la Iglesia-familia. Esa familia que se genera en torno a una Madre. Descubramos en María la realización de la existencia cristiana, que escucha a Dios, acoge su palabra, celebra su presencia y se hace misionera y peregrina. Ella tuvo una misión única en la historia y Ella nos invita a tenerla nosotros también dando rostro a Jesucristo allí donde estemos. Hagamos la peregrinación de discípulos misioneros junto a la Virgen María. Ella es maestra, formadora de misioneros. Allí donde está, ella da alma y ternura, amor y generosidad, entrega y misión, encuentro y reconciliación, que es lo que más necesita esta humanidad.

En el ambiente en el que vivimos, hay una manera legítima de vivir la fe, de aprender a ser misioneros: id toda la familia juntos a un santuario de la Virgen María, haced una peregrinación. Aquí en Madrid, nuestra catedral de La Almudena es santuario de nuestra Madre; visitadlo, peregrinad, orad, pedid, tratad de imitar a Virgen, subid a su trono, besad su pie. Del mismo Evangelio emerge la mujer libre, fuerte, con su camino bien orientado en el seguimiento de Cristo, consciente de que es ese camino el que necesitamos los hombres. De y con María aprendemos a ser discípulos y a ser misioneros. Aprendamos con Ella a contemplar la belleza y la profundidad del amor de Cristo. María se convirtió en el primer santuario de Dios, fue en Cristo casa y escuela de comunión. ¿No es esto lo que tiene que ser la Iglesia?