De rodillas ante Cristo - Alfa y Omega

De rodillas ante Cristo

Cualquier hora es buena para confesarse, también cualquier lugar. Lo importante es arrepentirse y buscar un sacerdote. No importa que haya pasado una semana, diez años, o cincuenta, desde la última Confesión. Dios no te recrimina tus pecados, te los perdona

José Calderero de Aldecoa
Cualquier lugar es bueno para recibir la misericordia de Dios

Manuel Rochina llevaba 25 años sin confesarse. Lo hizo por última vez antes de su boda. Cuando, aquel día, se acercó de nuevo al confesionario, sintió que dejaba atrás toda una vida llena de pecados. «Salí de aquella confesión exultante de gozo. Me había quitado el peso de muchos años. Sentía que Dios me quería. Me había perdonado todo y no fue tan traumático como imaginaba», cuenta. «Era consciente de que me seguirían costando las mismas cosas, de que probablemente caería en los mismos pecados, pero ahora contaba con la ayuda de Dios».

Elena, ingeniera y madre de dos hijos, también abandonó la Confesión durante un tiempo. En su caso, fueron 5 años los que estuvo alejada de los confesionarios. «No quería escuchar a Dios, ni que Él me pidiera nada. Quería hacer la vida que a mí me apeteciera, una vida de placer y vanidad, y no quería seguir Su Voluntad», explica.

La confesión del confesor

Don Alberto Andrés, hoy penitenciario de la madrileña catedral de la Almudena, confiesa que en su adolescencia también le costaba acudir al sacramento de la Reconciliación: «Me daba mucha vergüenza. En una ocasión, me confesé y lo primero que le dije al cura fue: Yo estoy aquí porque la Iglesia manda confesarse una vez al año, pero no creo en los curas. Él me dijo: Pues mira, coincidimos, porque yo tampoco creo en los curas, creo en Nuestro Señor Jesucristo».

Hoy, don Alberto es sacerdote, confiesa y se confiesa todas las semanas. «¡Ay de nosotros los curas si no nos confesáramos! Nosotros también necesitamos del sacramento de la Reconciliación. El que no lo haga con frecuencia perderá el rumbo y el entusiasmo, le entrará la tibieza y la falta de exigencia en el corazón, en definitiva, la tristeza», asegura.

El Sacramento de la conversión

En la Cuaresma, la Iglesia llama a la conversión y, «dentro de ella, el sacramento de la Penitencia ocupa un lugar importante, porque es el Sacramento propio de la conversión», explica don Alberto Andrés. «El sacramento de la Confesión es ese perdón que recibimos del Señor —añade—, es ese abrazo de amor que recibimos de Él». No es el sacramento en el que Dios te recrimina tus pecados, sino donde te los perdona.

Dos curas para 14.000 fieles

Don Ignacio López es el párroco de San Agustín de Guadalix (Madrid). En la parroquia son dos curas para 14.000 personas y, de su disponibilidad, depende la Confesión de todos ellos. «La experiencia es que, si te sientas a confesar, la gente viene», cuenta don Ignacio. Incluso sin estar en el confesionario, sólo por ir vestido de cura, la gente se siente llamada a la Confesión. Don Ignacio ha llegado a confesar en plena montaña. «Un señor me pidió confesión, y allí, en medio del bosque, le confesé. No era el lugar más habitual, pero allí fue donde él se encontró con Dios», asegura.

El penitenciario de la Almudena también está acostumbrado a confesar en lugares poco habituales: «El lugar ordinario es el confesionario, pero cualquier sitio es bueno para recibir la misericordia de Dios. Yo mismo he confesado a varios taxistas en su taxi, una vez apagado el taxímetro, claro». Incluso en el Metro: «Un joven me pidió confesión en el Metro. Nos bajamos del vagón y le confesé en el vestíbulo de la estación».

El sacramento de la alegría

En el taxi, el Metro, el confesionario, o en mitad de la montaña, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la absolución, es el mismo Dios el que nos perdona y nos da un abrazo. En ese momento, «Dios nos recubre con un traje de fiesta. Nos pone un anillo en la mano, nos calza unas sandalias nuevas, nos da un abrazo de amor», cuenta don Alberto.

Manuel Rochina volvió a confesarse cuando cayó en la cuenta «de que mi vida no tenía sentido sin Dios». Elena lo hizo tras leerse varios libros de santa Teresa de Jesús. Volver a la Confesión fue «como encontrar un oasis en medio de un desierto. Fue sentir que el Señor conocía todo lo que había hecho, pero no estaba enfadado conmigo, sino todo lo contrario, estaba tremendamente feliz de que volviera a la Confesión. Encontré la paz que había perdido durante 5 años. Sentí que me estaba esperando», explica Elena.