Los ancestros marginados - Alfa y Omega

Los ancestros marginados

ENGREVISTA / Rosalía García es carmelita teresiana y mantiene su acento gallego, pese que lleva más de 40 años fuera de su Lugo natal. Del hospital de tuberculosos de Huelva llegó, hace 35 años, a Paraguay, donde trabaja con los indígenas de la etnia mbya guaraní, una de las más marginadas por la propia sociedad paraguaya. Eran cazadores y pescadores, hasta que las multinacionales contaminaron sus ríos y talaron sus bosques con el beneplácito del Gobierno

Cristina Sánchez Aguilar
Rosalía posa con mujeres y niños indígenas en la escuela agropecuaria de isla Hu. Foto: Marta Isabel González / Manos Unidas.

Paraguay es uno de los países con más tierras en poder de empresarios extranjeros. ¿Qué ha supuesto esta invasión para sus indígenas?
Desde tiempos ancestrales han vivido de la caza y la pesca, pero las grandes empresas que han entrado aquí, especialmente brasileñas, les han quitado todo. Como no hay ley de fronteras, los empresarios campan a sus anchas: han contaminado los ríos, así que se acabó la pesca. Han talado los bosques y vendido la madera a precios ínfimos, por lo que los animales silvestres han desaparecido y, con ellos, el sistema de supervivencia de los 1.200 indígenas de la etnia mbya guaraní. Ahora hay soja transgénica y helicópteros que fumigan a gran escala.

Por eso uno de los grandes proyectos de la misión de las carmelitas teresianas es la capacitación agrícola.
En isla Hu, donde está una de las siete comunidades indígenas con las que trabajamos, tenemos una escuela agropecuaria, gracias a Dios y a mucho esfuerzo. También vamos a empezar a enseñarles oficios, como por ejemplo mecánica de motos.

Para eso se necesita luz eléctrica. Cuando usted llegó allí no había ni agua corriente.
Fue una de las primeras cosas que hicimos al llegar a Paso Yobai, la región del interior en la que trabajamos las carmelitas teresianas desde hace 26 años: luchar para que hubiera luz y agua corriente. Hoy la tenemos en toda la zona.

Foto: Marta Isabel González / Manos Unidas.

¿Dónde estuvo antes?
Entré con 19 años en el convento, y llevo 56 de vida religiosa. Primero estuve trabajando en el sanatorio de tuberculosos de Huelva y de allí me mandaron a la fundación de las carmelitas en Paraguay, centrada en la promoción de las mujeres campesinas en plena dictadura de Stroessner. Fue un momento muy duro, no había sacerdotes y las religiosas teníamos casi que ejercer de párrocos para atender las necesidades de los fieles. A las ocho de la noche empezaba el toque de queda, no se podía casi ni hablar, teníamos que tener cuidado de lo que decíamos y a quién… el pueblo estaba totalmente oprimido. Fue una experiencia difícil, pero muy enriquecedora. Y de allí, fuimos a trabajar más al interior, con los indígenas.

El 9 de agosto celebramos el Día Internacional de los Indígenas que, sin ir más lejos, en Paraguay están marginados por sus propios compatriotas. ¿Por qué?
El pueblo indígena posee grandes valores, pero el resto de los paraguayos creen que son los restos que quedaron por el monte después de la colonización. Incluso llamar indígena a un paraguayo puede resultar fuerte. Pero el trabajo que hacemos las misioneras se respeta.

Vivir entre una etnia de costumbres tan arraigadas supongo que obliga a hacer un proceso fuerte de inculturación.
Sí. Para ellos la naturaleza es sagrada, la tierra es sagrada… es madre y no se la puede maltratar. Viven desde esa espiritualidad tan fuerte. Nosotros somos muy respetuosos y aprendemos mucho de ellos. Eso sí, un trabajo importante que hemos hecho es el de ayudarlos a vivir en comunidad. Cuando llegamos estaban dispersos y, después de mucho trabajo –con la colaboración de Manos Unidas– hemos reunificado a los más de 1.000 mbya guaraní en siete comunidades y hasta hemos sacado el título de propiedad de sus tierras. Aunque ha habido problemas, pero el título ya lo tenemos en la mano.

¿Qué ha aprendido en estos 26 años de convivencia con los indígenas paraguayos?
He aprendido que hay otras culturas que tienen mucho que enseñarnos. Hay que estar abiertos, solo así nos podremos enriquecer. Estoy convencida de que yo no doy tanto como recibo y soy muy feliz. Me entrego cada día a la Iglesia, que es Dios y el prójimo, y no me cambiaría por nadie ni por nada.

Y… ¿hay más misión fuera de las comunidades indígenas?
Sí, hacemos pastoral en la parroquia ayudando al sacerdote, que se encarga él solo de 82 comunidades. Acompañamos matrimonios, damos catequesis, los fieles vienen a nuestra casa para pedirnos todo lo que necesiten, trabajamos en educación, en el campo de la salud… La promoción humana es nuestro objetivo principal.

Cristina Sánchez Aguilar
en colaboración con Manos Unidas