Papa Francisco: ninguna familia sin casa - Alfa y Omega

Papa Francisco: ninguna familia sin casa

«La plena disponibilidad interior» de san José «a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino», dijo el Papa durante el rezo dominical del Ángelus, el último antes de Navidad. Tras la oración, comentando el texto de una pancarta, el Papa dijo que «familia y casa van juntas», y recordó a «tantas familias sin casa, ya sea porque nunca la tuvieron, o porque la han perdido por tantos motivos»

Redacción

Una gran pancarta en la Plaza de San Pedro con la leyenda Los pobres no pueden esperar dio lugar a una improvisada reflexión del Papa, sobre cómo «Jesús nació en un establo; no nació en una casa», y «después, tuvo que huir, ir a Egipto para salvar su vida. Al final, volvió a su casa, en Nazaret. Y yo pienso hoy, también leyendo esto -añadió Francisco-, en tantas familias sin casa. Ya sea porque nunca la tuvieron, o porque la han perdido por tantos motivos. Familia y casa van juntas. Es muy difícil llevar adelante la familia sin vivir en una casa. En estos días de Navidad, invito a todos, a las personas, a las entidades sociales, a las autoridades, a hacer todo lo posible para que cada familia pueda tener una casa».

Antes de la oración del Ángelus, comentando el Evangelio del día, el Papa se detuvo especialmente en la figura de san José, «un hombre bueno», que no permitió que «el rencor le envenenara el ánimo», «y de este modo José se volvió más libre y grande aún. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente, más allá de sí mismo. Esta libertad suya de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de su propia existencia, y esta plena disponibilidad interior suya a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino», dijo.

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este IV Domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron al nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de San José, el esposo prometido de la Virgen María. José y María vivían en Nazaret; aún no habitaban juntos, porque el matrimonio todavía no se había celebrado. Mientras tanto, María, después de haber acogido el anuncio del Ángel, estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Cuando José se da cuenta de este hecho, permanece desconcertado.

El Evangelio no explica sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él trata de hacer la voluntad de Dios y está dispuesto a la renuncia más radical. En lugar de defenderse y de hacer valer sus propios derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: «Como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (1, 19).

¡Esta breve frase resume un verdadero y propio drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María! Pero también en semejante circunstancia, José desea hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, despedir a María en secreto.

Es necesario meditar sobre estas palabras, para entender cuál fue la prueba que José tuvo que sostener en los días que precedieron el nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abraham, cuando Dios le pidió a su hijo Isaac (Cfr. Ge 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada. Pero, como en el caso de Abraham, el Señor interviene: ha encontrado la fe que buscaba y abre un camino diverso, un camino de amor y de felicidad: «José -le dice-, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).

Este Evangelio nos muestra toda la grandeza de espíritu de San José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que escuchaba siempre la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto deseo, un hombre atento a los mensajes que le llegaban de lo profundo del corazón y de lo alto. No se obstinó en perseguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenara el ánimo, sino que estuvo listo para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, ¡era un hombre bueno! No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenara el ánimo. ¡Pero cuántas veces a nosotros el odio, también la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! ¡Esto hace mal! No lo permitan jamás, él es un ejemplo de esto. Y de este modo José se volvió más libre y grande aún. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente, más allá de sí mismo. Esta libertad suya de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de su propia existencia, y esta plena disponibilidad interior suya a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.

Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que ha tenido el coraje de encomendarse totalmente a la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que ha preferido creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.