La conciencia del Parlamento - Alfa y Omega

La conciencia del Parlamento

Hildegard Burjan en Austria, como sus contemporáneos Herrera Oria y Escrivá de Balager en España, o De Gásperi en Italia, dieron forma concreta al apostolado seglar interpretando audazmente la doctrina de los Papas de finales del siglo XIX. Desde el 29 de enero, la Iglesia cuenta con la primera beata que fue diputada democráticamente elegida, además de una activa luchadora por la dignidad de la persona en la sociedad civil. La beata Hildegarda fundó también la orden de las Hermanas de la Caridad Social

Gonzalo Moreno Muñoz

«Un interés vivo por la política, es propio de un cristianismo práctico»: son las palabras de Hildegard Burjan (Görlitz-Alemania, 1883), conversa, fundadora y diputada, mujer extraordinaria que iluminó, después de la experiencia del amor y el dolor de Cristo, los caminos de la acción social y política en la Viena convulsa del final de la Monarquía Imperial. El 29 de enero fue proclamada beata por el Cardinal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, en la Catedral de San Esteban de Viena.

Nacida en el seno de una familia judía, se licenció en Filología alemana en 1906, doctorándose en Filosofía magna cum laude por la Universidad de Berlín. Poco después ingresó en el hospital católico de St. Ludwig, aquejada de un cólico nefrítico que, tras sucesivas infecciones, la llevó al borde de la muerte en la Semana Santa de 1909. Desahuciada por los médicos, le aplicaron morfina paliativa hasta que el lunes de Pascua mejoró contra todo pronóstico.

A los siete meses recibió el alta médica, aunque le quedarían secuelas de por vida. La vivencia de la enfermedad y el conocimiento directo de la labor social de las monjas que la atendían, hizo que pidiera el bautismo en la Iglesia Católica pocas semanas después. Mudada a Viena con su marido, el ingeniero Alejandro Burjan, comenzó a madurar su catolicismo en contacto con los grupos de estudio de la revolucionaria encíclica de Leon XIII Rerum novarum. Los sucesivos puestos directivos de su marido la incorporaron a la alta sociedad vienesa, al tiempo que quedó embarazada de su primera hija. Desoyendo las recomendaciones de aborto de sus médicos por su delicado historial clínico, Hildegard siguió adelante con un parto que la llevó de nuevo al borde de la muerte, pero que tuvo como resultado una niña sana de nombre Lisa.

Convencida de que el amor de Dios es una fuerza colosal de consecuencias materiales, comenzó su apostolado social ofreciendo soluciones concretas ante la precariedad laboral de las mujeres, su formación y capacitación. En 1918 entró en la partido Socialcristiano, primero como miembro de la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Viena, y más tarde como diputada, siendo la única mujer de su grupo parlamentario. «La conciencia del Parlamento» la llegó a calificar el cardenal Piffl, que veía como se había convertido en la referencia moral para una clase política abandonada progresivamente a la demagogia y al oportunismo. Precisamente por sus decisiones de conciencia, de no acatar la disciplina de partido además de su condición de judía, factor decisivo en la sociedad austriaca de entreguerras, renunció a la reelección en 1920. Desde entonces, y hasta su muerte, puso todo su talento organizativo en la obra social de su vida, que tomó forma en la Sociedad de Vida Apostólica, Caritas Socialis, aprobada por Pablo VI en 1960 y que pervive hasta hoy en varios países de Europa y América.

Caritas Christi urget nos (el Amor de Cristo nos urge) fue el lema que, tomado de San Pablo, iluminó su acción social, apostando decididamente por devolver a cada persona su dignidad de hijo de Dios: «Con dinero o insignificancias no se ayuda a una persona, desde un principio hay que ponerlo nuevamente de pie y devolverle el convencimiento pleno: yo soy alguien y puedo hacer algo». La misma élite social que recibía en su casa no llegó a comprender ese compromiso con el prójimo que nacía de su amor afianzado en Dios —«todos los demás amores solo participan de Él», solía decir—, llegando incluso al escándalo cuando fue acusada de promover la inmoralidad por crear un albergue para atender a madres solteras y a sus hijos.

El año que Hitler entró victorioso en Berlín, Hildegard moría a los cincuenta años de edad a causa de su enésima complicación renal. Sus enseñanzas de vivir en tensión moral acorde con la propios principios fueron desoídas en una sociedad que se vería abocada poco después abocada a la catástrofe del nazismo y la guerra. En su lápida en el cementerio de Viena se lee en latín: «En ti, Señor, he puesto mi esperanza, no me veré defraudada para siempre».

El Papa Benedicto XVI la proclamó beata en 2011. Hildegard Burjan en Austria, como sus contemporáneos Herrera Oria, Escrivá de Balager o De Gásperi, dieron forma concreta al apostolado seglar interpretando audazmente la doctrina de los Papas de finales del siglo XIX. Este compromiso socio-político de los católicos sería confirmado años más tarde por el Vaticano II, dándose la paradoja de una menor visibilidad y presencia de los católicos en la vida pública al cumplirse cien años desde que los pioneros crearan el guión para una vida plena del laicado en la sociedad y en la Iglesia.