12 de noviembre: san Millán de la Cogolla, el ermitaño primer patrón de España
Millán, el pastor y eremita nacido en Berceo, fue un icono cristiano durante las batallas de la Reconquista y patrón de nuestro país hasta el siglo pasado
Pocos saben que, durante muchos siglos, España tuvo dos patrones: Santiago Apóstol y san Millán, el ermitaño riojano al que las tropas de la Reconquista se encomendaban antes de entrar en batalla.
Millán nació hacia el año 474 en el paraje riojano de Berceo. Al pie de sus montes, entre hayedos, robles y pinos, vivió sus primeros años el santo, ocupado en las labores de pastoreo del ganado familiar. Su inclinación eremítica, alimentada por sus ocupaciones diarias y su entorno natural, se vio aumentada al entrar en relación con Félix de Bilibio, un ermitaño refugiado en las montañas de Haro, a un día de distancia a pie de Berceo. Al igual que en el resto del mundo conocido adonde llegó el Evangelio, en España abundaron por esta época los hombres —y algunas mujeres— que se iban al monte para vivir en cuevas una vida más intensa de oración, buscando una mayor cercanía a Dios. En el caso de Félix, durante tres años enseñó a Millán, entonces un joven de 20 años, los entresijos de esta forma de vida.
Al cabo de ese tiempo, Millán volvió a Berceo y echó a caminar «al sitio más elevado, dirigiendo alegre sus pasos por terrenos escabrosos», dice san Braulio de Zaragoza en su Vida y milagros de san Millán. «Cuando llegó a lo más apartado y escondido del monte Distercio y estuvo tan próximo a la cumbre cuanto lo permitían la temperatura y los bosques, se dispuso a habitar allí por espacio de 40 años», continúa su biógrafo. En medio de la sierra de la Demanda protagonizó «luchas visibles e invisibles, varias y arteras tentaciones» de las que solo fue testigo Dios mismo. Su fama de santidad llegó a oídos de la gente de la zona y pronto el santo se vio visitado por quienes querían una palabra de ayuda o su oración para sanar. Por eso decidió hacer mudanza y se fue a vivir a un lugar perdido y recóndito, de acceso más difícil.
Sin embargo, hasta allí llegó un día un emisario de Dídimo, obispo de Tarazona, conminando al santo a ordenarse sacerdote y encargarse de la labor pastoral de su localidad natal. Pronto otros clérigos le acusaron de vender los bienes de la parroquia para asistir a las necesidades de los pobres, por lo que un desengañado Millán decidió abandonar de nuevo el mundo para recluirse en soledad, esta vez en la cueva de Aidillo, el lugar donde se construiría más adelante el monasterio de Suso.
Al parecer, no se fue tan lejos como otras veces porque pronto comenzaron a acudir a él otros sacerdotes edificados con su ejemplo: Aselo, Cotonato, Geroncio, Sofronio, etc., incluso una mujer llamada Potamia, venida de Narbona, al sur de Francia. En esta improvisada comunidad, Millán desplegó todo su potencial y pronto empezaron a ser conocidos en toda la península algunos de los milagros que Dios obró por su mano. Para Marta Poza, profesora de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, Millán aparece como un nuevo Cristo en medio de la España del siglo V. En su estudio iconográfico sobre el santo, explica que «exorciza endemoniados, es capaz de multiplicar el vino, de devolver la vista a ciegos, de resucitar a los muertos o de hacer que los paralíticos anden», todos ellos milagros que recoge san Braulio en su biografía sobre Millán, escrita apenas 50 años después de su muerte. Especialmente conocido es el denominado milagro del madero. Caminando un día vio a unos obreros haciendo un granero. Estaban desolados porque una de las vigas maestras se les había quedado corta e iban a tener que emplear más tiempo buscando otro árbol y talándolo. San Millán lo resolvió con su oración y, tras volver del almuerzo, los operarios se encontraron con la viga adecuada.
Millán acabó sus días en la cueva en la que vivió sus últimos años. Su fama se acrecentó tras su muerte, especialmente durante la Reconquista, y fue el estandarte de las huestes castellano-navarras en la batalla de Simancas contra Abderramán III, donde hubo quienes aseguraron que le vieron luchando en primera línea. Por este motivo, la España que empezó a formarse en aquellos años le tomó como su patrón, antes incluso que al apóstol Santiago; un patronazgo que reflejaba la liturgia hasta el Concilio Vaticano II. En 1502, el rey navarro García Sánchez quiso llevar a Nájera los restos del santo, pero al montar sus reliquias en un carro, los bueyes se detuvieron al poco de emprender la marcha más abajo, en el valle. Para muchos ese fue un signo del deseo de san Millán y el rey entonces encargó levantar allí el monasterio de Yuso. Ambos lugares, Suso y Yuso, forman hoy un conjunto arquitectónico y espiritual que la UNESCO declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1997.