Lo que Amoris laetitia aporta a la bioética - Alfa y Omega

Como reconoció hace unos días el cardenal Omella, la Iglesia ha vivido durante años en una era de cristiandad, incluso con aires de cruzada –añade mi amigo Juan María Laboa–. Esa actitud fue particularmente palpable en el ámbito de la bioética y la teología moral: ¡cuánto dolor infligido, cuánta sabiduría desaprovechada, cuántos puentes devastados! En ocasiones se ha velado en vez de revelado el genuino mensaje evangélico (cf. Gaudium et spes núm. 19), haciendo pasar determinadas antropologías y paradigmas como elementos nucleares del mensaje cristiano, ignorando que existen otras propuestas compatibles con el Evangelio.

Tenemos que ser humildes y realistas, nos dice el Papa Francisco en el número 36 de Amoris laetitia (AL), y reconocer que nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos. Nos corresponde, pues, una saludable reacción de autocrítica. Y espero que todos, obispos y moralistas, sepamos vivir plenamente esa renovación que se nos pide desde Roma.

Durante mucho tiempo creímos que con solo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales era suficiente. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de las personas y reconocer que estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas (AL 37). De ese modo, adoctrinando en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de la gracia y la luz del Evangelio, lo hemos convertido en piedras muertas para lanzarlas contra los demás (AL 49), comportándonos como controladores de la gracia y no como facilitadores: pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (AL 310).

Ética de mínimos y ética de máximos

Deberíamos tener clara la diferencia entre una ética de mínimos (que no de rebajas), por debajo de los cuales se hablaría de injusticia, y una ética de máximos, aquella que tiene que ver con el sentido de la vida y de la muerte. La primera es exigible, la segunda solo se puede proponer. Así, la bioética se integra en la primera y la teología moral, en la segunda. Lo que implica que en la bioética solo podemos usar argumentos de razón, nunca argumentos teológicos y/o de autoridad.

Dicho lo cual, me van a permitir recordar unas palabras de ese gigante de la teología moral que fue Bernard Häring: «La fe en el Creador del mundo y en el Dios de la historia no permite una postura de integrismo religioso y prohíbe el corsé de un sistema deductivo que reprime todo lo que no cuadre con tal integrismo. El cristiano debería distinguirse por su forma de escuchar, de buscar mancomunadamente con otros, permitiendo que la realidad le hable. El discernimiento es especialmente útil y necesario en una actitud de apertura al mundo […] Cuanto más respeten los cristianos la autonomía relativa de los diversos campos de la vida, especialmente cuando elaboran y proponen normas éticas, tanto más capaces serán de realizar su tarea profética».

Afirmaciones que podemos complementar con estas otras de Francesc Abel SJ, una de las referencias indiscutibles de la bioética hispana: «Cuando entran en la escena de las ciencias de la salud posiciones teológicas o filosóficas radicalizadas negando en la práctica la apertura crítica, la tolerancia y la confianza de que el diálogo y la argumentación racional nos pondrá en el camino de la verdad, considero imposible reconocer en estas posiciones lo más esencial de la bioética».

No todo se resuelve con intervenciones magisteriales

Volvamos ahora a Amoris laetitia. Dice su número 3: «No todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella». Algo que, por cierto, está en consonancia con la Tradición (así, con mayúscula) y con la mejor teología moral, a pesar de que a algunos les pueda parecer que no, probablemente por su ignorancia o porque el Maligno los tiente con la soberbia, que todo puede ser.

No podemos sentirnos satisfechos aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones con contornos difusos, escondiéndonos detrás de las enseñanzas de la Iglesia para juzgar con aires de superioridad los casos difíciles y a las personas heridas, creyendo que todo es blanco o negro (AL 305). Los cursos de acción intermedios suelen ser casi siempre los mejores.

No podemos, por consiguiente, seguir desarrollando «una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados», hemos de situarnos, más bien, «en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar» (AL 312). Recomendaciones todas ellas que hemos de incorporar con urgencia al ámbito de la bioética.