«No vas a ser feliz más que donde Dios quiere» - Alfa y Omega

«No vas a ser feliz más que donde Dios quiere»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Rubén y Teresa, con sus hijos. Foto: Archivo personal de la familia Fernández Sarabia

«Cuando estábamos de misión en México, los jóvenes del pueblo venían a casa y se quedaban sentados mirándonos todo el rato. Les llamaba mucho la atención ver una familia unida», dicen Rubén y Teresa, un matrimonio misionero con cinco hijos que ha ofrecido su testimonio estos días en la Semana de Misionología de Burgos, organizada por Obras Misionales Pontificias en colaboración con la Facultad de Teología de Burgos y la Comisión episcopal de Misiones de la CEE, y que este año ha opuesto el foco en las familias misioneras, debido a la atención a la familia que está prestando la Iglesia en los últimos años, y también porque la Congregación para la Evangelización de los Pueblos –de la que depende directamente OMP– ha observado en todo el mundo un aumento considerable del número de familias que se lanzan a la aventura misionera.

Una de ellas es esta familia de Gascueña (Cuenca), que es una de las 250 familias españolas que están hoy en misión por todo el mundo. Ellos han pasado tres años en el desierto de Sonora, junto al golfo de California, enviados y formados por la obra misionera Ekumene. Con temperaturas de 42 grados a las siete de la mañana a partir de mayo, su misión ha estado fundamentalmente centrada en la familia, en una zona donde hay mucha desestructuración afectiva, separaciones, embarazos de adolescentes… En este tiempo han dado charlas sobre el amor en el matrimonio, sobre afectividad y sexualidad para adolescentes, a matrimonios, a parejas de novios, a jóvenes y adolescentes…, y hasta formaron un grupo de niños a los que han intentado mostrar una forma diferente de vivir y de amar.

«Pero no somos gente de pláticas», reconocen, sino más de «acompañar a la gente en su día a día. Todo el mundo sabía que nuestra casa estaba abierta y por allí pasaba mucha gente. Hemos aprendido que cuando uno se siente amado es capaz ordenar su vida. Al final, nuestro objetivo se resume en haber intentado que la gente se sintiera querida».

Los niños, primeros misioneros

Para sus hijos –el mayor cumple ahora 14 años y el pequeño tiene 3– ha sido una experiencia «muy buena, y a veces nos dicen que les gustaría volver. No les costó integrarse. Lo han vivido como una aventura agradable. Los mayores han empezado a ser conscientes de las situaciones difíciles que había alrededor. A ellos les costó mucho menos que a nosotros. Han sido misioneros más incluso que sus padres, han atraído mucho a sus amigos, han movido mucho a sus compañeros. Ellos iban por delante», afirman. Por eso tienen claro que «si el Señor nos llama de nuevo, nos llama como familia».

De momento, han vuelto a su pueblo por problemas de salud de un abuelo, pero no están cerrados a volver: «La primera vez que nos marchamos todo era un mundo, pero ahora si nos enviaran a otro sitio no nos importaría. Queremos vivir el plan de Dios, en México o en nuestro pueblo. No vas a ser feliz más que donde Él quiere».

Echando la vista atrás, recuerdan que esta vocación tan especial surgió en ambos casi a la vez, y luego «empezamos a rezarlo juntos durante un año y medio, hasta que vimos que el Señor nos llamaba claramente».

«Nos ayudó también el máster en Matrimonio y Familia del Instituto Juan Pablo II, para darnos cuenta de lo grande de nuestra vocación matrimonial, y que teníamos que ofrecerla a los demás», dice Rubén, que añade que «todos somos misioneros, ni unos más ni otros menos. Solo por el hecho de estar bautizados todos estamos llamados a evangelizar».

Sanando las heridas de una ruptura

La misión en el entorno de la familia también está aquí, como sucede con los matrimonios que han pasado por una ruptura. En la Semana de Misionología se ha dado a conocer la experiencia de un grupo de separados y divorciados de Valencia que se puso en marcha en el año 2014, encontrando en el Centro Arrupe, perteneciente a la Compañía de Jesús, un espacio de acogida y acompañamiento pastoral. De esta forma, el programa SEPAS ha pasado a formar parte del proyecto de los jesuitas de Valencia en la atención a las familias en sus diversas situaciones, convirtiéndose hoy en una iniciativa que ahora ha solicitado la diócesis de Teruel.

«Nuestro objetivo era buscar personas que han pasado lo mismo que nosotros para vivir nuestra fe juntos», afirma Julián Ajenjo, uno de los fundadores. Desde la primera reunión, a la que acudieron 15 personas, ya han pasado por SEPAS un centenar de separados o divorciados, que han ido moldeando un programa que se divide en tres fases. La primera es la de acogida y escucha, «donde la persona suele llegar muy bloqueada y necesita sobre todo hablar. Es un primer momento de descarga, que suele durar tres o cuatro meses, y donde recibimos a las personas diferenciando hombres y mujeres, porque en un grupo mixto quizá hay menos ganas de abrirse», afirma Julián.

La segunda fase da paso al discernimiento, dura dos años y con ella se intenta que la persona madure hasta dar respuesta a las tres preguntas más habituales que suele hacerse un separado: ¿Quién soy ahora? ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Por qué me ha pasado esto y para qué? «En este tiempo ofrecemos a través de la Palabra la compañía de un Jesús cercano, que está con los que sufren, que sana nuestras heridas, que nos acoge… Nosotros no adoctrinamos ni damos soluciones a nadie, sino que intentamos que la persona descubra sus capacidades para contestar a esas tres preguntas de una manera personal y madura, y la iluminamos con la fe para que Jesús le guíe».

La tercera etapa se llama de seguimiento y cuidado, «porque un separado o divorciado va a tener esta herida toda la vida. El objetivo de esta fase es crecer en el amor y en conocer y seguir la voluntad de Dios para nosotros. También hacemos cursos sobre temas transversales al divorcio, como la educación de los hijos o cuestiones de derecho como la nulidad», explica Julián Ajenjo.

El responsable de SEPAS cuenta también que en este programa han entrado muchos alejados de la Iglesia, «a los que al final esta herida les ha ayudado a acercarse más a Dios».