Venía muerta a Fátima y he regresado viva - Alfa y Omega

Como médico de almas tengo que recetar muchas cosas a las personas que piden consejo y auxilio. Una de las recetas más eficaces, de esas que no fallan, es recomendar una peregrinación a Fátima o a Lourdes. En la última visita que hicimos a la Virgen portuguesa, en el viaje de regreso, cuando los peregrinos dan sus testimonios, una señora cogió el micro y dijo lo siguiente: «Yo no sé hablar y me da mucha vergüenza. Pero hoy sé que tengo que compartir lo que llevo dentro. Yo venía a Fátima para rezar por una de mis hijas, que está enferma. Pero al llegar aquí me he dado cuenta de que la enferma soy yo. Y he rezado por mí misma. Venía muerta aquí y he regresado viva. Ahora sé que estoy viva». Y nos contó algunos detalles de su conversión. Con una sencillez evangélica, esta señora relató la transformación que la Virgen María causa a sus hijos en Fátima. En general, los testimonios son de este estilo. El que más o el que menos, ha visto grandes cosas, ha sentido sanación, ha descubierto un aliento nuevo, y sale con paz. Es llamativo el efecto regenerador que tiene en las personas la intensa presencia de Dios en un sitio como Fátima.

Hace muchos años que llevo peregrinaciones a estos santuarios, y compruebo cada vez cómo el efecto pastoral de más calado, y que más hace avanzar a las personas, es ponerlos bajo la mirada de la Madre de Dios. Así aprendo a no poner el acento en nuestras charlas o en nuestros procesos, o en nuestros proyectos evangelizadores, que siempre son necesarios, sino sobre todo en el poder de la gracia de Dios, que es el que entra muy dentro de la intimidad personal e irradia una luz que brilla en las tinieblas.