Orar con santa Teresa: «Yo, aunque miserable, pido por las almas que no os quieren pedir» - Alfa y Omega

Orar con santa Teresa: «Yo, aunque miserable, pido por las almas que no os quieren pedir»

La Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana es la segunda y última parte de la Exclamación Y Jesús lloró. Un texto conmovedor, que habla sin tapujos de las verdades más incómodas para el hombre, y que además resulta, gracias a la acción del Espíritu Santo, útil y eficaz para lograr que los corazones más duros se enternezcan de amor por el Amor de Dios

José Antonio Méndez

Interceder por los demás es una de las formas más conmovedoras de orar. Y quizás una de las más sublimes. Al menos, lo es desde la experiencia de oración de santa Teresa de Jesús, que a lo largo de su vida acudió en un sinfín de ocasiones a este modo de orar. Una forma de rezar de la que dejó constancia en sus escritos, y que para ella implica no sólo ponerse delante de Dios, sino también llevar consigo las vidas, las heridas, los dolores, las ingratitudes, los anhelos, las esperanzas y las alegrías de otros muchos. Y de paso, ser consciente de las propias circunstancias y de la propia pequeñez, que hacen resplandecer aún más la misericordia de Dios.

En la segunda y última parte de la Exclamación Y Jesús lloró (para leer la primera parte, pinche aquí), que es nuestra Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana, la Santa vuelve a implorar a Dios por aquellos que más lejos están de Él. Tanta confianza tiene santa Teresa con Cristo que es capaz de pedirle, casi forzándole, por la salvación de quienes no quieren salvarse. A los hombres, intenta Teresa moverlos por el amor que Dios les tiene (un Juez que no desea condenar, sino que ruega y reclama el amor del que es juzgado). Y si esto no es suficiente para los corazones más duros, le advierte sin tapujos de las penas eternas a las que se encadena quien rechaza la Gracia que brotó del costado traspasado de Cristo. A la Mística Doctora no le tiemble el pulso para llamar al pan, pan y al vino, vino, o sea, para llamar amor al amor, e infierno al infierno. Algo así como una madre que, movida por el cariño que siente por sus hijos pequeños, les muestra primero las bondades de nadar con manguitos, y ante la terquedad de los pequeños que lo rechazan, les advierte con gravedad del riesgo de morir ahogado.

Con la lectura (y el rezo) de esta oración, santa Teresa no sólo ayuda a rezar al lector del siglo XXI y a interceder de forma eficaz por los hombres de hoy, incluso por aquellos que más lejos están de Dios, sino que también nos recuerda hasta qué punto el trato asiduo con Dios en la oración nos da la confianza como para pedirle cosas que parecen imposibles; nos recuerda lo poco que, sin embargo, podemos exigirle según nuestros méritos; y en última instancia, nos recuerda una verdad que, no por incómoda, deja de ser menos cierta para la Doctrina de la Iglesia: la existencia del cielo, del infierno, de la muerte y de la gloria.

+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

¡Oh, Bien mío! No os pidió Lázaro que le resucitaseis. Por una mujer pecadora lo hicisteis; véisla aquí, Dios mío, y muy mayor; resplandezca vuestra misericordia. Yo, aunque miserable, lo pido por las almas que no os lo quieren pedir. Ya sabéis, Rey mío, lo que me atormenta verlos tan olvidados de los grandes tormentos que han de padecer para sin fin, si no se tornan a Vos.

¡Oh, los que estáis mostrados a deleites y contentos y regalos y hacer siempre vuestra voluntad, habed lástima de vosotros! Acordaos que habéis de estar sujetos siempre, siempre, sin fin, a las furias infernales. Mirad, mirad, que os ruega ahora el Juez que os ha de condenar, y que no tenéis un solo momento segura la vida; ¿por qué no queréis vivir para siempre? ¡Oh dureza de corazones humanos! Ablándelos vuestra inmensa piedad mi Dios.

Amén.