La fuerza que cambia el mundo - Alfa y Omega

La fuerza que cambia el mundo

El cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal, publica un artículo en el periódico XTantos, de la CEE, en el que subraya la labor social de la Iglesia en estos tiempos de crisis, y anima a contribuir a esa labor, marcando la X de la Iglesia en la Declaración de la Renta

Antonio María Rouco Varela

En estos tiempos de tribulación, en los que la crisis que padecemos nos está poniendo a todos a prueba, sigue siendo imprescindible vivir la caridad cristiana de manera generosa: lo que hacéis con los más pobres, lo hacéis con Cristo. Las dificultades pueden ser una ocasión privilegiada para vivir la comunión de bienes que identifica a la Iglesia desde sus orígenes. En este sentido, colaborar con la Iglesia no es una cuestión accidental, pertenece a la misma esencia de la vocación cristiana, que es, por naturaleza, vocación eclesial y apostólica.

Decíamos el pasado mes de noviembre, cuando celebrábamos la Jornada de la Iglesia Diocesana, bajo el lema La Iglesia contigo, con todos, que la Iglesia está siempre a favor del hombre y que es compañera de camino del hombre necesitado de Dios y del apoyo de sus hermanos. Los problemas del hombre individual -ya sean de orden espiritual o material- afectan a la Iglesia porque lo considera un miembro de su cuerpo, según la enseñanza de san Pablo sobre la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Cualquiera que se haya acercado a una comunidad cristiana, o haya compartido en ella el don de la fe, sabe bien que para la Iglesia los hombres no son números, sino personas concretas que son tratadas en particular atendiendo a sus problemas y situaciones vitales. Este trato individual es, al mismo tiempo, colectivo: velar por las necesidades de cada uno supone organizar la vida de la Iglesia con instituciones que promuevan la vida de cada persona: parroquias, colegios, universidades, seminarios, organizaciones caritativas. Todas estas realidades se dirigen ciertamente al bien común que es el conjunto del bien individual.

Ahora, al llegar el momento de hacer la Declaración de la Renta, se nos presenta también una ocasión para poner al servicio de ese bien común el sencillo gesto de marcar la casilla de la Iglesia católica. Cuando se tiene sentido de Iglesia y se vive la Iglesia como una comunión de fe y de amor, se despierta espontánea la necesidad de ayudar y de compartir nuestros bienes con los demás para hacer posible el bien de todos. Un testimonio personal verdadero alumbra y estimula a los demás a imitar el ejemplo y a ejercer la caridad. La caridad, como ha señalado el Papa, es el don más grande que ha dado Dios a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza; es el alma de la santidad y por eso, en buena medida, es también la fuerza que cambia el mundo.

Gracias a Dios, cada año son más las personas que asignan a favor de la Iglesia en la Declaración de la Renta, haciendo posible con ese gesto que no cese la ayuda a tantos que todavía siguen necesitando tanto. Tras varios años de incrementos sucesivos, la cifra asciende en la actualidad a más de 9,2 millones de declarantes que asignan a favor de la Iglesia. Colaborar con la Iglesia, también de esta manera, es hacer posible que todos los hombres puedan participar un día de todas las gracias que Cristo nos ha dado en su Redención. Una clara conciencia de pertenecer a la Iglesia lleva consigo participar activamente en el sostenimiento de los sacerdotes y de todas las actividades que permiten al hombre de hoy entrar en contacto con la Vida que Cristo ha generado al unirse a los hombres gracias a su Cuerpo, que es la Iglesia.

Algunas voces minoritarias intentan crear con- fusión en este aspecto y hablan, sin fundamento, de privilegios de la Iglesia y del destino del dinero que se recauda. En primer lugar, no es el Estado quien sostiene a la Iglesia, son los contribuyentes, personas creyentes o no, que aprecian la naturaleza y misión de la Iglesia, quienes libre y voluntariamente lo llevan a cabo. Con la máxima transparencia, la Iglesia en España ofrece cada año una memoria justificativa de sus actividades, donde se incluye la recaudación y el destino del dinero que se ha obtenido por la vía de la asignación en el IRPF. Por otra parte, la Iglesia no esconde que su razón principal de ser es el anuncio del Evangelio de Jesucristo a todos los hombres. No nos avergonzamos del Evangelio. Nada necesitan los hombres tanto como a Dios. Ayudar a los hombres significa abrirles los caminos y horizontes de nueva evangelización, posibilitarles que también sea su entendimiento y su voluntad las que se abran y no vivan como si Dios no existiera; ayudarles no solo se traduce en la imprescindible tarea de dar de comer a los hambrientos, es también rezar por ellos, saciarles su hambre de Dios, y acompañarles en sus sufrimientos cotidianos, siendo generosos y dándoles no solo lo que nos sobra, sino sobre todo de aquello que tenemos para vivir, para convivir.

La Iglesia anuncia, celebra y sirve, en particular a los que más lo necesitan, y convienen recordar en este punto que los miles y miles de voluntarios entregados en el servicio al prójimo no nacen por generación espontánea, ni están al margen del seno mismo de la misma Iglesia. En ella rezan, en ella celebran, en ella conforman una comunidad de amor. «El amor (caritas) -escribe Benedicto XVI en Deus caritas est- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo».

Esa es la ayuda que agradecemos y que seguimos necesitando. La Iglesia vive y desarrolla su misión en múltiples y diversos lugares, y lo hace gracias a la colaboración material de quienes, formando o no parte de ella, aprecian lo que la Iglesia es y lo que la Iglesia hace. En ella son muchos los que viven su fe, sostienen la esperanza y ejercitan la caridad día a día.

A todos los que colaboran en esta ingente tarea, también al poner la X en su Declaración de la Renta, es el momento de darles las gracias de corazón y de animarles a que lo sigan haciendo. No cuesta nada y, sin embargo, rinde mucho, como se puede conocer por las obras que, en efecto, son amores, reflejos del Amor más grande, del Amor de Dios.