Paco Mateos: «No es tu cruz, es mi Cruz. Ayúdame a cargarla» - Alfa y Omega

Paco Mateos: «No es tu cruz, es mi Cruz. Ayúdame a cargarla»

Paco Mateos tiene 26 años y su vida ya grita con san Pablo que está para anunciar a Cristo crucificado. Se quedó huérfano pronto, por la enfermedad y porque los caminos de la vida no siempre son fáciles, pero esa soledad fue el campo de juego de Dios para decirle que Él nunca le dejaría y juntos serían mayoría

Rocío Solís Cobo
Foto: Rocío Solís

La mirada y la sonrisa de Paco van a una. Ambas se dirigen directamente al interlocutor sin esconderse, concediendo a su dueño una madurez y una serenidad que no van con su corta edad.

Dejó de ver a su padre el 14 de noviembre de 2002. Dice la fecha con la fuerza de los días que han sido un abismo; su madre murió al poco tiempo, cuando él tenía 14 años. No mucho tiempo después sufrió un cáncer.

¿Qué es para ti la cruz?
Me han tocado bastantes cruces en la vida, pero al mismo tiempo he sido muy bendecido por Dios. Si alguien me pregunta cuál es mi experiencia de Dios le tengo que decir que lo he tocado. Lo toqué, y justamente fue en la cruz, en el funeral de mi madre. Murió de un cáncer de esófago a los 44 años.

¿Te transmitió tu madre esa certeza?
Mi madre estaba peleada con Dios, se preguntaba constantemente por qué: «Por qué a mí, por qué esto, por qué tenemos que sufrir». Habíamos ido a Inglaterra. Mi padre perdió el trabajo y consiguió otro en Manchester. Fue un tiempo de mucha ansiedad, malas relaciones con la familia, una vida complicada. Mi abuelo había muerto cuando mi madre tenía 18 años. Así que mi madre se enfadó con Dios.

¿Y tú no te preguntas por qué?
Sí, hasta que un día dejé de hacerlo para pasar a preguntarme «para qué».

¿Y has tenido respuesta?
Cuando murió mi madre nos fuimos con mi tía. Ahí empecé a tener una cierta experiencia de Dios. A los pocos meses me invitaron a una adoración nocturna y ahí fue mi primera experiencia fuerte. Yo sentí que Él estaba ahí y me decía: «Estoy contigo. Estoy a tu lado. No estás solo». Así lo sentí realmente en ese momento. Mi padre no estaba, mi madre había muerto y yo me había sentido totalmente abandonado. Pero en ese momento supe que no era así. Dios estaba a mi lado y me llamaba a algo, a un para qué.

¿Qué fue?
En un principio sentí que era el sacerdocio, así que entré en el seminario de los Legionarios de Cristo. Al año de estar allí sentí un dolor en la espalda, fui al hospital y me diagnosticaron cáncer, la enfermedad de mi familia. Muchos miembros han muerto por ello. Así que entendí que Dios me pedía superarlo. Cuando me lo diagnosticaron me preguntaba por qué me iba a morir, por qué yo. Pero me di cuenta de que había consagrado mi vida a Dios y que Él me decía: «Tu vida está en mis manos, así que yo voy a hacer lo que me da la gana con ella. Tú déjate hacer», y ahí fue cuando pude decir: «Lo que Tú quieras». Y fue la mayor experiencia de amor de Dios, el momento de mayor cercanía con Él. A las tres semanas de volver a casa sentí mi impotencia física. Había perdido 16 kilos. No podía ni caminar. En cada sesión de quimio volvía a perder la fuerza. Y al mismo tiempo sentía que me decía: «No es tu cruz. Es mi Cruz. Ayúdame a cargar con ella. Solo te pido que me ayudes a cargarla porque yo no puedo solo». Y esa es la experiencia que me sigue acompañando.

Una experiencia que ha cambiado de camino…
Sí, estuve seis años más siendo seminarista, hasta que vi que Dios me llamaba a otro camino. Que Él quería que fuera formador, educador, así que empecé a estudiar Educación Primaria. Y también encontré a Linda, mi novia… Ella estuvo en el Centro Estudiantil del Regnum Christi y eso hace que ella entienda bien cuando yo le cuento lo difícil que fue dejar a mis hermanos del seminario. Porque eso es lo que sucede en el seminario, que tus compañeros son hermanos. Gracias a esa comunidad puedo decir que superé mi enfermedad.