Para una Cuaresma santa - Alfa y Omega

El Año litúrgico nos vuelve a traer el santo tiempo de Cuaresma, período de cuarenta días en los que la Iglesia insiste en la oración, la penitencia y las buenas obras como preparación a la celebración del Triduo Pascual de la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

La vida de la Iglesia es la vida de Cristo, por eso, en la liturgia, el pueblo de Dios celebra y vive espiritualmente con Cristo la subida a Jerusalén. Quiero. pues, aconsejar a todos los fieles que este año emprendan con fervor esta peregrinación espiritual y mística que es la Cuaresma, teniendo los ojos puestos en el Monte Calvario, lugar de la Redención, y a donde nosotros tenemos que llegar cargando cada uno con nuestra cruz de cada día, para así entrar también con Él en Su resurrección gloriosa. La Cuaresma es un tiempo de gracia y santificación, por eso quien vive intensamente este período sale espiritualmente transformado en el Señor.

El combate cristiano tiene un enemigo: el pecado. La Cuaresma nos trae algo que mundo, demonio y carne están empeñados en arrebatarnos: el sentido del pecado. En la medida en que se ha eclipsado a Dios en nuestra sociedad, también se ha diluido la idea de pecado, pero, en la medida en que dejemos entrar en nosotros la luz de Cristo, podremos ver con su claridad nuestra miseria y falta de gratitud ante la misericordia infinita de nuestro Dios. Entonces sabremos que somos pecadores, necesitados de redención.

Arma de la oración: Jesús nos dice que es preciso orar siempre y no cansarse.

Arma del ayuno: san Juan Crisóstomo, en su Tratado sobre la verdadera conversión, pone al ayuno como medio eficaz para llegar a ella, e invita a los fieles a estimarlo y no temerlo.

Arma de la limosna: era muy estimada por Jesús, que la practicaba y la inculcaba a sus discípulos: Dad limosna según vuestras facultades, y todo será puro para vosotros.

Invito a todos a confesar, a recibir la sagrada Comunión cada domingo, y a los que puedan, a acudir cada día a la Santa Misa. Encomendaos a la Virgen María, Madre y Refugio de los pecadores.