Contra el «lo hace todo el mundo» - Alfa y Omega

«Moderación en el comportamiento para acomodarlo a lo que es sensato», dice el María Moliner, y estoy de acuerdo; «discreto o exento de peligro», continúa, pero eso ya no se lo compro. Lo sensato se explica en el alma y el atributo del alma es el amor, que no se comporta con discreción y asume peligros permanentemente. ¡Cuántas personas me cruzo que tropiezan en el desconocimiento del amor! Tanto en lo personal como en lo profesional.

El materialismo hedonista clava sus garras en el acomodo de lo estándar: «Lo hace todo el mundo y es fácil de copiar». Por suerte, no es incurable. El sistema es perverso; puede permitirse el lujo de comerse las contestaciones, devorar revoluciones, digerirlas y excretarlas en forma de abono para hacer negocios. Pero estamos obligados a vivir: por eso tenemos que ser prudentes, es decir, sensatos, indiscretos y aventurados.

La sensatez es el gran hallazgo del amor. No basta con que el hombre «haga lo que quiere hacer y lo cargue de sentido»; la sensatez le impulsa a descubrir y ejercitar la verdad, no a adaptarla a sus conveniencias: su trabajo es el del artista que actúa desde la grandeza de la honradez moral. El hombre está en el mundo para amar; las relaciones sociales son una consecuencia.

El amor es indiscreto por naturaleza, por eso es tan constante. La indiscreción del amor se determina por la voluntariedad del amor: el amor no es automático ni es involuntario; surge de una decisión y está obligado a hacerse escuchar.

El amor es aventurado, se adentra por los caminos del otro, se explica en ellos y está llamado a explorarlos. Para ejercitar la prudencia es necesario esforzarse: ¡Nada viene regalado! Prudente es, pues, el acercamiento, la única manera de conocer. El amor se reinventa, no se reinterpreta, porque solo tiene un mensaje, bien simple, por cierto: la dación. Y es en la dación donde se explica la aventura. De poco sirve ser sensato e indiscreto si no te das, si no provocas la respuesta, si no te atreves a ser persona. O sea, que la generosidad está en la raíz de la prudencia. Para T., que me lee.