Al borde de la muerte Pilar Soto le pidió a Dios que la dejara vivir para mostrarle «todo lo que le amo» - Alfa y Omega

Al borde de la muerte Pilar Soto le pidió a Dios que la dejara vivir para mostrarle «todo lo que le amo»

Los médicos la habían desahuciado. Pesaba 37 kilos y su cuerpo había dejado de funcionar. Pero Pilar Soto llamó «al Señor, y con los ojos de mi alma lo encontré frente a frente». La famosa actriz y presentadora le pidió que la dejara vivir para mostrarle «todo lo que le amo». La semana pasada contó su espectacular conversión en la basílica de San Juan El Real de Oviedo, repleta de fieles

Anabel Llamas Palacios
Un momento del testimonio de Pilar Soto, acompañada del sacerdote madrileño Álvaro Cárdenas. Foto: Anabel Llamas

Se hizo famosa a finales de los años 90 y principios del 2000 por su aparición en series de televisión como Al salir de clase, o como presentadora en programas que marcaron una época como El Grand Prix o Mamma mía, precursora de tantos programas del corazón. Pilar Soto ganaba, siendo tan solo una adolescente, más dinero que todos los padres de sus amigas; llevaba una vida de lujos y viajes al alcance de unos pocos. Sin embargo, su tren de vida y su constante sonrisa escondían una realidad muy dura donde la bulimia iba haciendo estragos lentamente, hasta que llegó un momento en que su cuerpo no pudo aguantar más, y terminó ingresada en el hospital, desahuciada por los médicos.

Con 1,70 metros de estatura, pesaba 37 kilos y los doctores le comunicaron que no podían hacer nada más por ella. En aquel momento, en el umbral de la muerte, tuvo una revelación que le hizo cambiar de vida. Asegura que vivió una «conversión paulina», que cambió su escala de valores y su vida entera. Ahora acaba de publicar su libro Conversión, en el que narra el duro proceso de estos diez últimos años, y que presentó la pasada semana en Madrid. Además, junto con el sacerdote Álvaro Cárdenas, párroco de la localidad madrileña de Colmenar del Arroyo, se encuentra recorriendo varias ciudades y participando en la vigilia Asalto al cielo, donde además del rezo del rosario, la Eucaristía y la adoración al Santísimo, tiene lugar un momento de testimonio, donde narra en primera persona su conversión. El pasado viernes, 26 de mayo, Asalto al cielo llegó a Oviedo. Allí, ante una basílica de San Juan El Real a rebosar, tuvo lugar su narración.

«Me estaba muriendo –afirmó Pilar Soto–. Mi cuerpo ya no funcionaba, todo estaba perdido. En mi testimonio quiero transmitir la grandeza y la crudeza de un momento así. Un ser humano sabe cuándo está cerca de la muerte, no se lo tienen que decir, sino que tenemos un instinto de supervivencia nato y sabemos cuándo estamos mirando a la muerte cara a cara. En aquel momento, en el hospital, a mí me dijeron los médicos que ya no podían hacer más por mí, y que si quería que llamaran a un sacerdote, o a un amigo. Yo, en cambio, llamé al Señor, y con los ojos de mi alma me lo encontré frente a frente, pero muerto en una cruz. Esa imagen no la he podido olvidar nunca. Yo me había pasado la vida entera negando al Señor. Y le pedí perdón, entendí que mi cuerpo era templo del Espíritu y del regalo más precioso que nos hace el Señor, la vida, y yo la había destrozado. Le pedí perdón: le dije “Déjame, Señor, quedarme para demostrarte que te amo”». En aquel momento, comenzó todo.

Curada contra todo pronóstico

Pilar Soto se curó, frente a todo pronóstico, a pesar de que el camino fue «muy duro, porque no tenía absolutamente nada, ningún tipo de apoyo», asegura. Al salir del hospital tuvo la oportunidad de acudir a una iglesia, invitada por una compañera de la residencia en la que vivía. Era la parroquia de San Antonio de El Retiro. Allí, en Misa, le llamó la atención el Evangelio del día. «El sacerdote hablaba de perdonar, de confiar. Y aquello me llegó al alma. Pensé: “¿De qué me preocupo? ¿Y solo hay que amar y perdonar? ¿Es eso la vida?”. Al finalizar la Misa quise confesarme. Mi sorpresa fue que, en lugar de sentirme avergonzada por la vida que había llevado, este hombre me dijo que aquel era un día grande, porque una niña estaba perdida y había vuelto a la casa del Padre. Con el sacramento del perdón, alcancé la libertad».

El sacerdote con el que se confesó, al ver el frágil estado de salud en el que se encontraba Pilar, le ofreció pasar unos días en un convento de Clarisas, en Madridejos (Toledo). Allí acudió, no tenía nada que perder, y esos días se convirtieron en un mes, donde se enamoró «perdidamente», tal y como ella relata. «Durante muchos años he llegado incluso a pensar en tomar los hábitos, pero gracias a Dios he tenido una buena guía espiritual. Y es que no se puede confundir la conversión con la vocación».

Los años han ido pasando, Pilar se ha formado –incluso ha realizado estudios de Teología en la Universidad San Dámaso–, y su fe se ha ido afianzando. «Me ha costado mucho perdonar –reconoce–. No a los demás, sino a mí misma. Qué difícil es confiar en quien se ha entregado por entero. Sin embargo, yo les digo, de verdad, que confiemos. No vengo a enseñar nada a nadie –recordó–, pero si yo, que soy tan poca cosa, tan pequeña, y el Señor se ha fijado en mí y me ha salvado y perdonado, de verdad, todo es posible. Confíen en el Señor que es inmenso. Dios todo lo perdona y lo utiliza para bien si nos abrimos a Él», aseveró.

«Ahora –dijo– ya no sé vivir sin la oración, donde he encontrado una fuente de vida, de comunicación constante, de sanación. Es inmenso ver cómo el Señor derrama tanta gracia si nos abrimos a Él y de verdad rezamos. Por eso yo les invito a que celebren la Eucaristía, a que recen, a que confíen, porque de verdad, funciona», recordó a los presentes, en una vigilia que finalizó casi a las once de la noche, ante un público emocionado.