Cardenales negro-púrpura - Alfa y Omega

Cardenales negro-púrpura

Javier Fariñas Martín
Mujeres jóvenes y niños acuden en procesión a la Misa dominical, en la iglesia de San José, en Mutungulu (Kenia)

Permítanme la osadía, pero me atrevo a convertirme en exégeta –no oficial, por supuesto– del Papa Francisco en lo que se refiere a los nuevos cardenales africanos. Al margen de los méritos personales, si lo que pretendía era reconocer la diversidad de un continente que, ante y sobre todo, es pura diversidad, el Papa ha acertado con la designación, porque el rostro eclesial que muestra cada uno de los neocardenales es tan diverso como esa África que, desde el norte, nos obsesionamos en uniformizar.

Abuna Berhaneyesus Souraphiel, arzobispo de Addis Abeba, Etiopía, es cabeza visible de una de las Iglesias históricas, aunque minoritaria, del continente africano, junto a la comunidad copta de Egipto. Monseñor Arlindo Gomes Furtado, obispo de Santiago, Cabo Verde, de algún modo representa a esas islas africanas separadas geográficamente del continente. Además, entrará en la historia local por ser el primer cardenal caboverdiano. Con la designación del mozambiqueño obispo emérito de Xai-Xai, se pone en valor a la Iglesia de un país que ha superado, no sin dificultades ni tensiones, que todavía persisten entre el partido gobernante Frelimo y el opositor Renamo, uno de los conflictos bélicos más largos de la historia contemporánea del África contemporánea.

Fuera ya del personal intento de exégesis, los nuevos cardenales presentarán, en el consistorio, el rostro de una Iglesia, plural, numerosa y joven, redundantemente joven por los miembros de cada una de las comunidades que motean el continente –cerca del 90 por ciento de los africanos están por debajo de los 25 años–, pero también por el escaso bagaje histórico de la Iglesia, con muchos países que están celebrando, en estos años, el primer centenario de la evangelización. Como ejemplo Suazilandia, un país del que casi nadie habla, pero que acaba de cumplir 100 años de la llegada de los Siervos de María, a quien se encomendó la misión suazi. Hoy, esa primera evangelización, al estilo de la que los Servitas protagonizaron en esas tierras citadas líneas arriba, prácticamente ha desaparecido del territorio africano, a excepción del trabajo que se realiza con algunos pueblos pastores nómadas en Kenia, en Sudán o en Uganda, con los gumuz etíopes –en la tierra del neocardenal Berhaneyesus–, o con los pigmeos en diferentes países centroafricanos. Otra primera evangelización –más en la línea de esa presencia de Cristo en las periferias religiosas y existenciales– sí es más frecuente, sobre todo en las grandes zonas marginales, en los slums de las grandes ciudades.

Y junto al perfil festivo y jovial de esas comunidades que cantan, celebran y gozan, los neocardenales también son voz de esa Iglesia profética que denuncia las injusticias, clama contra el dolor del pueblo y señala con el dedo a los que se dedican a atropellar a los demás. En naciones de una enorme complejidad, como República Democrática de Congo, la Iglesia ha adquirido un protagonismo a base de alzar, con justicia, la voz. Los obispos de Nigeria no paran de pedir el final del terrorismo de Boko Haram. Sus hermanos en el episcopado de República Centroafricana son ejemplo de conciliación para dos comunidades, la católica y la musulmana, a las que muchos no dejan de empeñarse en enfrentar… Es posible que el testimonio de los mártires de Uganda, o de los que murieron en la Rebelión Mulelista de la República Democrática de Congo, hayan sido el espejo en el que se han mirado.

Por cierto, el rojo cardenalicio vincula, directamente, a sus portadores con la sangre derramada por aquellos que entregaron su vida por Jesucristo.