Antes de acabar preso no quería saber nada de la Iglesia. Ahora la considera su familia - Alfa y Omega

Antes de acabar preso no quería saber nada de la Iglesia. Ahora la considera su familia

El expreso José Montoya pone rostro al trabajo de los 170 capellanes y más de 2.500 voluntarios de la pastoral penitenciaria en España

Ricardo Benjumea
Foto: CEE

Una mala noche José Montoya perdió los nervios y acabó en el cuartelillo. Terminó cumpliendo 7 años y medio de condena. En la cárcel, «yo me quería suicidar». A parte del remordimiento, le abrumaba la soledad. Y el miedo por la gente que había allí. «Yo no entré ahí por santo, pero ves las caras…».

«Cuando entré, tenía solo una camisa rota, un pantalón hecho polvo y unas zapatillas». Se había quedado solo. Su familia le abandonó «por la vergüenza» de que uno de los suyos estuviera preso.

No tardó en conocer al capellán de la cárcel. «Me dio la vida, me devolvió las ganas de vivir, la ilusión». «Le conté al capellán mi historia y, sin conocerme, me dio una tarjeta de teléfono y 8 euros para tabaco. Todos los días iba a verme. Me metí en un taller a trabajar gracias a él…».

Similares palabras de agradecimiento tiene también para los voluntarios, que «se portaron muy bien conmigo, y con mucha gente más».

José tenía dos casas, pero perdió ambas propiedades estando en prisión, con lo que no tenía ningún lugar al que poder salir de permiso. También de eso se hizo cargo el capellán, quien le avaló ante los responsables de la prisión y, finalmente, le puso en contacto con una casa de acogida, dirigida por un jesuita, Jorge, «una maravillosa persona, que me trató como si me hubiera conocido toda la vida». Allí vivió un tiempo tras cumplir la condena. Después, «gracias a ellos, he podido encontrar un piso de alquiler».

«Todo lo que tengo ahora es gracias a la Iglesia», dijo José Montoya al ofrecer su testimonio durante la presentación de la Memoria Anual de Actividades de la Iglesia Católica en España. Uno de los datos que recoge es que existen en España 170 capellanes y 2.526 voluntarios dedicados a la pastoral penitenciaria. La labor cubre la asistencia judírica, la atención durante el internamiento y la reinserción en la sociedad.

A José, sin embargo, de niño le habían que «los curas na nai. Que cuanto más lejos, mejor. Yo me crié en una familia más bien de estos del puño», prosiguió, a modo de explicación, provocando las risas del auditorio, entre el que se encontraban los máximos responsables de la Conferencia Episcopal.

La Iglesia es ahora para él «más que una familia», asegura. «Quiero formar parte e intentar devolver un granito de arena de lo que me dieron».