«¿Cómo voy a cerrar la casa de Dios?», respondió a las amenazas de los terroristas - Alfa y Omega

«¿Cómo voy a cerrar la casa de Dios?», respondió a las amenazas de los terroristas

«Habéis matado a hombres de paz, a inocentes. ¿Por qué lo habéis hecho?», gritó un vecino, musulmán, a los terroristas que acribillaron a tiros al padre Ragheed y a tres subdiáconos, cuando salían de su parroquia tras la Misa del domingo 3 de junio de 2007. Por esta pregunta, corrió el mismo destino. Diez años después, incluso la tumba del padre Ganni está destrozada, tras el paso del Daesh por su pueblo natal

María Martínez López
Foto: www.frammentidipace.it

«Lo más difícil es comenzar cada día sin saber si veré el atardecer. Por la noche, no puedo saber si veré el alba». El padre Ragheed Ganni escribía esto en 2004 desde Mosul (Irak), en una carta a los amigos del Colegio Irlandés de Roma, donde se había alojado durante sus estudios. Tres años después, se convirtió en uno de los primeros sacerdotes católicos asesinados por islamistas en Irak después de la caída de Saddam Hussein. Tenía 35 años.

Este sábado se cumplen diez años de asesinato del padre Ragheed, junto con el de los tres subdiáconos que le acompañaban en ese momento: Basman Yousef, Gassam Isam Bidawed y Wahid Hanna Isho. La Iglesia caldea, a la que pertenecían, ya los venera como mártires. Como homenaje a ellos, este jueves, en Roma, Ayuda a la Iglesia Necesitada presentó Un sacerdote católico en el Estado Islámico, del también sacerdote iraquí Rebwar Auish Basa, amigo del padre Ganni. El libro está prologado por el cardenal Fernando Filoni, nuncio en Irak y Jordania entre 2001 y 2006.

«He muerto a mí mismo»

Ragheed había nacido en 1972 en Karemles, en la Llanura de Nínive. Estudió ingeniería, pero después sintió la llamada al sacerdocio. En 1996 se mudó a Roma, donde gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada pudo estudiar teología ecuménica en el Angelicum. El día de su ordenación sacerdotal en Roma, en 2001, un amigo musulmán le oyó decir: «A partir de este momento, he muerto a mí mismo».

Cuando terminó sus estudios, en 2003, la segunda guerra de Irak ya había comenzado. Sin embargo, quiso volver a su país. Fue nombrado secretario del obispo caldeo de Mosul, monseñor Faraj Rahho, y párroco de la iglesia del Espíritu Santo.

«El caos provocará muchas víctimas»

«Nunca me habría imaginado tener una experiencia así de terrorífica, la de servir a Dios en un Irak donde cada día la violencia y el terrorismo privan a decenas de seres humanos de su vida», escribía en la carta a sus amigos ya mencionada.

Tras la invasión de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, «Irak se ha sumido en un caos que provocará muchas víctimas inocentes», preveía. En contraste, su regreso había «supuesto un importante signo de esperanza para mucha gente, en particular para todos los que creían que quien se había ido a Occidente nunca volvería».

Foto: www.catholicherald.co.uk

«Cuando cojo la Eucaristía, Dios me sostiene»

Cuando hablaba de la amenaza constante a sus vidas, no exageraba. Algunos iraquíes, especialmente los islamistas, identificaban a los cristianos con los invasores –explicaba–. Incluso se les acusaba de ser espías. En 2004, monseñor Rahho y el padre Ragheed sobrevivieron milagrosamente a un atentado contra el primero. Finalmente, también monseñor Rahho fue secuestrado y murió, unos meses después de Ragheed.

Sus cartas y textos presentan a una persona valiente y optimista. Pero también él vacilaba. Así lo confesó en 2005, en un testimonio ante el Congreso Eucarístico Nacional Italiano: «Alguna vez yo mismo, me siento frágil y lleno de miedo. Cuando con la Eucaristía en la mano, digo las palabras “He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”, siento en mí su fuerza: yo tengo en mis manos la hostia, pero en realidad es Él quien me tiene a mí y a todos nosotros, quien desafía a los terroristas y nos tiene unidos en su amor sin fin».

En ese mismo testimonio, narraba cómo «los sacerdotes dicen Misa entre las ruinas causadas por las bombas. Las madres, preocupadas, ven a sus hijos desafiar el peligro e ir a catequesis con entusiasmo». En 2006, después del asesinato de un sacerdote, escribió esta oración: «Que no permita que nadie humille Tu sacerdocio, del que doy testimonio».

«Cada día esperamos el ataque»

Todos estos testimonios presentan a un sacerdote que, poco a poco, se acercaba a su muerte. Y quizá lo intuía. Los islamistas le amenazaban continuamente para que cerrara la parroquia del Espíritu Santo. El templo ya sufrió un ataque el Domingo de Ramos de 2007, apenas dos meses antes de su muerte.

Entonces, escribió: «Sentimos empatía con Cristo, que entra en Jerusalén con la plena conciencia de que la consecuencia de su amor por la humanidad será la cruz. Mientras los proyectiles destruyen las ventanas de nuestra Iglesia, ofrecemos nuestros sufrimientos como signos de amor a Cristo».

En otro correo electrónico, unos días antes de su muerte, explicaba que «cada día esperamos el ataque decisivo, pero no dejaremos de celebrar la Misa. Lo haremos también bajo tierra, donde estamos más seguros. En esta decisión me da valor la fuerza de mis parroquianos. Se trata de una guerra, una verdadera guerra, pero esperamos llevar esta Cruz hasta el final con la ayuda de la gracia divina».

También un vecino musulmán

Así, llegó el 3 de junio de 2007. Al salir de Misa con sus tres subdiáconos, unos hombres armados les salieron al paso. Uno de ellos le gritó: «Te dije que cerraras la Iglesia, ¿por qué no lo hiciste? ¿Por qué estás todavía aquí?». Él simplemente respondió: «¿Cómo puedo cerrar la casa de Dios?». Los tiraron al suelo y abrieron fuego. Una de las balas atravesó su carnet de identidad, justo en la parte por la que a un lado ponía «República de Irak» y en el otro su religión: «Cristiano».

Después de matarlo, los terroristas empezaron a poner explosivos sobre los cuerpos, para atentar contra quien se acercara a los cuerpos. En ese momento, un vecino musulmán se les acercó y les recriminó: «Habéis matado a hombres de paz, a inocentes. ¿Por qué lo habéis hecho?». Los asesinos se lo llevaron en un coche, y lo acribillaron a tiros en otra zona de la ciudad.

En una entrevista con Radio Vaticana, el amigo del padre Ragheed y autor del libro sobre él, Rebwar Auish Basa, ha subrayado que «Ragheed era una amenaza para ellos, para sus proyectos de odio. Dio testimonio hasta el final de cómo se puede ser instrumento de paz, de reconciliación, de esperanza para un país destruido por muchas guerras».

Un mosaico representa al padre Ganni en la capilla del Colegio Irlandés. Foto: www.misyononline.com

Su tumba, destrozada por el Daesh

La Iglesia caldea comenzó de inmediato a venerar a los tres asesinados como mártires. La estola que llevaba en su última Misa ahora se conserva y venera en la basílica de San Bartolomé, de Roma, dedicada a los mártires de los siglos XX y XXI. El Papa Francisco la usó durante una de sus visitas a este templo.

También en la iglesia de su pueblo natal, Karemles, era honrado con una lápida sobre su tumba, en la que se contaba su historia y se exponía una foto. Hasta que llegó el Daesh. Los islamistas destrozaron la tumba, aunque, a diferencia de otras muchas, no la abrieron ni profanaron. Así se la han encontrado los cristianos de Karemles, que en los últimos meses han comenzado a volver a casa tras la liberación de la Llanura de Nínive.

«Todo esto acabará –afirma Auish Basa sobre la actual guerra–, pero la ideología se queda. Por eso debemos hacer lo contrario de lo que hace el Daesh: si ellos destruyen, nosotros debemos construir; si ellos dividen, nosotros debemos unir; si ellos invitan al odio, nosotros debemos vivir el amor, el perdón y la reconciliación».