«El Espíritu Santo nos hace "paráclitos": consoladores y defensores de los hermanos» - Alfa y Omega

«El Espíritu Santo nos hace "paráclitos": consoladores y defensores de los hermanos»

La esperanza es «como una vela, que recoge el viento del Espíritu y lo trasforma en fuerza motriz que impulsa la barca, según los casos, hacia el mar o hacia la orilla», afirmó el Papa Francisco este miércoles en la catequesis de la audiencia general, en la que ha querido ayudar a los fieles a vivir Pentecostés desde la esperanza

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Foto: REUTERS/Tony Gentile

«El Espíritu Santo no nos hace solo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros –como Él y gracias a Él– los «paráclitos«, es decir, consoladores y defensores de los hermanos. Sembradores de esperanza». Con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del último miércoles de mayo, ante la inminente Solemnidad de Pentecostés, la relación que existe entre la esperanza cristiana y el Espíritu Santo.

Francisco utilizó como base para su reflexión la Carta de San Pablo a los Romanos, en que el apóstol manifiesta su aspiración de que «el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe».

El Santo Padre explicó que el Espíritu «es el viento que nos impulsa hacia adelante, que nos mantiene en camino», hace que nos sintamos peregrinos y forasteros, y no permite que nos acomodemos para convertirnos en un pueblo «sedentario».

Esperando alegres

El Pontífice recordó además que en la Carta a los Hebreos se compara la esperanza con un ancla, imagen a la que podemos añadir la de la vela. El ancla «es lo que da a la barca la seguridad, manteniéndola “anclada” en medio del ondear del mar, mientras la vela es, en cambio, lo que permite que la barca avance» sobre las aguas. De manera que la esperanza es, verdaderamente, «como una vela, que recoge el viento del Espíritu y lo trasforma en fuerza motriz que impulsa la barca, según los casos, hacia el mar o hacia la orilla».

El Obispo de Roma también explicó que Dios no es solo el «objeto» de nuestra esperanza, sino que además «es Aquel que ya ahora nos hace esperar, es más, nos vuelve “alegres en la esperanza”»; felices de esperar ahora y no solo esperar ser felices en el futuro, después de la muerte. Los hombres –añadió el Papa– tienen necesidad de esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar.

Además, el Pontífice señaló que san Pablo atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos incluso «abundar en la esperanza». Abundar en la esperanza – dijo – significa no desanimarse jamás; significa esperar «contra toda esperanza», es decir, «esperar incluso cuando decae todo motivo humano para esperar, como sucedió con Abraham cuando Dios le pidió que sacrificara a su único hijo, Isaac, o como más aún, le aconteció a la Virgen María, a los pies de la Cruz de Jesús».

Texto completo de la catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ante la inminencia de la Solemnidad de Pentecostés no podemos no hablar de la relación que existe entre la esperanza cristiana y el Espíritu Santo. El Espíritu es el viento que nos impulsa adelante, que nos mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y convertirnos en un pueblo «sedentario”.

La Carta a los Hebreos compara la esperanza con un ancla (Cfr. 6,18-19); y a esta imagen podemos agregar aquella de la vela. Si el ancla es lo que da seguridad a la barca y la tiene anclada entre el oleaje del mar, la vela en cambio es la que la hace caminar y avanzar sobre las aguas. La esperanza es de verdad como una vela; esa recoge el viento del Espíritu Santo y la transforma en fuerza motriz que empuja la nave, según sea el caso, al mar o a la orilla.

El apóstol Pablo concluye su Carta a los Romanos con este deseo, escuchen bien, escuchen bien qué bonito deseo: «Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo» (15,13). Reflexionemos un poco sobre el contenido de esta bellísima palabra.

La expresión «Dios de la esperanza» no quiere decir solamente que Dios es el objeto de nuestra esperanza, es decir, a Quien esperamos alcanzar un día en la vida eterna; quiere decir también que Dios es Quien ya ahora nos hace esperar, es más, nos hace «alegres en la esperanza» (Rom 12,12): alegres de esperar, y no solo esperar ser felices. Es la alegría de esperar y no esperar tener la alegría. Hoy. «Mientras haya vida, hay esperanza», dice un dicho popular; y es verdad también lo contrario: mientras hay esperanza, hay vida. Los hombres tienen necesidad de la esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar.

San Pablo –hemos escuchado– atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos incluso «sobreabundar en la esperanza». Abundar en la esperanza significa no desanimarse jamás; significa esperar «contra toda esperanza» (Rom 4,18), es decir, esperar incluso cuando disminuye todo motivo humano para esperar, como fue para Abraham cuando Dios le pidió sacrificar a su único hijo, Isaac, y como fue, aún más, para la Virgen María bajo la cruz de Jesús.

El Espíritu Santo hace posible esta esperanza invencible dándonos el testimonio interior que somos hijos de Dios y sus herederos (Cfr. Rom 8,16). ¿Cómo podría Aquel que nos ha dado a su propio Hijo único no darnos toda cosa con Él? (Cfr. Rom 8,32). «La esperanza –hermanos y hermanas– no defrauda: la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Por esto no defrauda, porque está el Espíritu Santo dentro que nos impulsa a ir adelante, siempre adelante. Y por esto la esperanza no defrauda.

Hay más: el Espíritu Santo no nos hace solo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros –como Él y gracias a Él– los «paráclitos», es decir, consoladores y defensores de los hermanos. Sembradores de esperanza. Un cristiano puede sembrar amargura, puede sembrar perplejidad, y esto no es cristiano, y tú, si haces esto, no eres un buen cristiano. Siembra esperanza: siembra el bálsamo de esperanza, siembre el perfume de esperanza y no vinagre de amargura y de desesperanza.

El Beato Cardenal Newman, en uno de sus discursos, decía a los fieles: «Instruidos por nuestro mismo sufrimiento, por el mismo dolor, es más, por nuestros mismos pecados, tendremos la mente y el corazón ejercitados a toda obra de amor hacia aquellos que tienen necesidad. Seremos, según nuestra capacidad, consoladores a imagen del Paráclito –es decir, del Espíritu Santo– y en todos los sentidos que esta palabra comporta: abogados, asistentes, dispensadores de consolación. Nuestras palabras y nuestros consejos, nuestro modo de actuar, nuestra voz, nuestra mirada, serán gentiles y tranquilizantes» (Parochial and plain Sermons, vol. V, Londra 1870, pp. 300s.). Son sobre todo los pobres, los excluidos, los no amados los que necesitan de alguien que se haga para ellos “paráclito”, es decir, consoladores y defensores, como el Espíritu Santo se hace para cada uno de nosotros, que estamos aquí en la Plaza, consolador y defensor. Nosotros debemos hacer lo mismo por los más necesitados, por los descartados, por aquellos que tienen necesidad, aquellos que sufren más. Defensores y consoladores.

El Espíritu Santo alimenta la esperanza no solo en el corazón de los hombres, sino también en la entera creación. Dice el apóstol Pablo –esto parece un poco extraño, pero es verdad. Dice así: que también la creación «está proyectada con ardiente espera» hacia la liberación y «gime y sufre» con dolores de parto (Cfr. Rom 8,20-22). «La energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino es la acción del Espíritu de Dios que “aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2) al inicio de la creación» (Benedicto XVI, Homilía, 31 mayo 2009). También esto nos impulsa a respetar la creación: no se puede denigrar un cuadro sin ofender al artista que lo ha creado.

Hermanos y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés –que es el cumpleaños de la Iglesia: Pentecostés–, esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del Espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Les diré más: nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que son los más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que tienen necesidad. Gracias.