Domitila y la memoria - Alfa y Omega

Domitila y la memoria

Eva Fernández
Foto: blogcamminarenellastoria.wordpress.com

El día en el que perdamos la memoria habremos perdido parte de la esencia de lo que somos. Soltado así, a bote pronto, y bajo una fotografía de las catacumbas de Domitila, choca leerlo, pero esos pasillos excavados en las entrañas de lo que fue la casa de una noble romana huelen a memoria macerada durante siglos por la fe y el sacrificio de los primeros cristianos. Adentrarse por los mismos laberintos donde fueron enterrados tantos mártires, detenerse ante los símbolos por los que daban la vida, invita a replantearte lo cómodo que resulta ovillarse en un rincón cuando descubres que matar por odio a la fe sigue tan vigente como en tiempos de Nerón, Domiciano, Trajano o Diocleciano. Recordar para intentar recuperar esa fuerza que llevó a Flavia Domitila al destierro, no sin antes dejar su casa a los hermanos en la fe para que al menos tuvieran un lugar donde honrar a los muertos. De nada le sirvió ser nieta de Vespasiano y sobrina de Domiciano. Su marido, el cónsul Flavio Clemente, fue condenado a muerte por simpatizar con los cristianos.

Hace apenas una semana, 29 cristianos coptos fueron ajusticiados sin condena previa. Y mientras, puede que tú y que yo, en lugar de mojarnos, sigamos metiéndonos por donde no cubre, intentando amasar buena conciencia a golpe de palabras. En estas paredes –cuya restauración acaba de inaugurarse esta misma semana gracias al esfuerzo de la Pontifica Comisión de Arqueología Sacra– se mantiene viva la tradición de la Iglesia de los perseguidos. Es como si no hubiera pasado el tiempo. Aquí fueron enterrados Nereo y Aquiles, soldados de la guardia imperial romana, asesinados por haber confesado su fe durante la persecución de Diocleciano. Igual que los 29 coptos del autobús. En una plegaria sobrecogedora dentro del santuario de los mártires de los siglos XX y XXI en la basílica de San Bartolomé de la isla Tiberina, el Papa Francisco afirmaba que los mártires son hoy la sangre viva de la Iglesia, e imploraba: «A ti, Señor, la gloria; a nosotros la vergüenza». Escribo estas líneas todavía con el olor de las catacumbas de Domitila. Y entiendo que ahí también estaba Él. Es su presencia en nuestra historia común la que permite una memoria que no olvida y se convierte en esperanza de futuro.