Dios, nuestra fuerza - Alfa y Omega

Dios, nuestra fuerza

En su comentario al Evangelio dominical, durante el rezo del Ángelus, el Papa insistió una vez más en que «el Reino de Dios es, ante todo, don». Si el miércoles, Benedicto XVI citaba la célebre frase de san Pablo: «Me complazco en mis debilidades…, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte», el domingo explicaba que la parábola del grano de mostaza nos enseña que el Reino de Dios es «una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no tienen confianza en su propia fuerza…, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe el poder de Cristo»

RV

La liturgia de hoy nos ofrece dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la de la semilla de mostaza (cfr. Mc 4, 26-34). A través de imágenes del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del Reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y nuestro compromiso.

Es tiempo de siembra

En la primera parábola, la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en el suelo, tanto si el agricultor duerme, como si está despierto, sigue creciendo y germinando por su cuenta. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en sus fatigas diarias es, precisamente, la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola recuerda el misterio de la creación y la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Es Él el Señor del Reino, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y disfruta de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos.

La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando Él realizará plenamente su Reino. El tiempo presente es el tiempo de la siembra, y el crecimiento de la semilla está asegurado por el Señor. Todo cristiano, por lo tanto, sabe muy bien que debe hacer todo lo posible, pero que el resultado final depende de Dios: esta conciencia lo sostiene en la fatiga cotidiana, especialmente en situaciones difíciles. En este contexto -escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo muy bien que, en realidad, todo depende de Dios». (cfr. Pedro de Ribadeneira, Vida de San Ignacio de Loyola, Milán, 1998).

La debilidad humana, fortaleza de Dios

También la segunda parábola utiliza la imagen de la semilla. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la semilla más pequeña de todas las semillas. A pesar de lo pequeño, sin embargo, está llena de vida, desde su despedazarse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta convertirse en «la más grande de todas las hortalizas» (cfr. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el despedazarse es su poder. Así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no tienen confianza en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios; por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe el poder de Cristo y transforma lo que aparentemente es insignificante.

La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, porque expresa muy bien el misterio del Reino de Dios. En las dos parábolas de hoy, representa un crecimiento y contraste: el crecimiento que se produce gracias a un dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el Reino de Dios -aun si exige nuestra colaboración- es, ante todo, don del Señor, la gracia que precede al hombre y sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se inmerge en la de Dios, no teme ningún obstáculo, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, el que hace germinar y crecer cada semilla de bien esparcida en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, de los sufrimientos y del mal que encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios.

Que la Virgen María, que acogió como tierra buena la semilla de la Palabra de Dios, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza

Palabras del Papa después del Ángelus

Como es tradicional, el Santo Padre manifestó también este domingo su cercanía de Pastor Universal a los que sufren. En particular hoy, después del rezo a la Madre de Dios, el Papa recordó la próxima Jornada Mundial del Refugiado, el miércoles, 20 de junio, promovida por Naciones Unidas:

«Quiero llamar la atención de la comunidad internacional sobre las condiciones de tantas personas, especialmente de familias, forzadas a huir de sus propias tierras, porque amenazadas por los conflictos armados y por graves formas de violencia. Aseguro mi oración y la constante preocupación de la Santa Sede, por estos hermanos y hermanas, al tiempo que espero que sus derechos sean respetados siempre y que pronto puedan reunificarse con sus seres queridos».

Asimismo, Benedicto XVI invitó a encomendarle a la Virgen María, los frutos del Congreso Eucarístico Internacional de Dublín: «Hoy día, en Irlanda, se celebra la clausura del Congreso Eucarístico Internacional, que esta semana hizo de Dublín, la ciudad de la Eucaristía, donde numerosas personas se han recogido en oración, ante la presencia de Cristo en el Sacramento del altar. En el misterio de la Eucaristía, Jesús quiso quedarse con nosotros, para que podamos estar en comunión con Él y entre nosotros. Encomendemos a María Santísima los frutos que han madurado en estos días de reflexión y oración».

En sus saludos en lengua polaca, Benedicto XVI hizo hincapié en que en los últimos días, la Iglesia celebró la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. El Santo Padre deseó a todos los polacos que aprendan del Divino Corazón de Jesús, que rebosa de bondad y de amor, la sensibilidad a las necesidades de los demás, especialmente de los que son débiles y probados por el sufrimiento. Con el anhelo que a partir de este corazón, que es soberano y centro de todos los corazones, sepan también sacar la fuerza para construir relaciones fraternales en las familias y en los lugares de trabajo.

Con alegría, el Santo Padre quiso recordar la beatificación de Cecilia Eusepi, este domingo por la tarde en la localidad italiana de Nepi, en la diócesis de Civita Castellana. Y destacó la figura de esta joven, que murió a la edad de 18 años, que anhelaba ser una monja misionera, pero que se vio obligada a dejar el convento a causa de la enfermedad, que vivió con una fe inquebrantable, demostrando gran capacidad de sacrificio por la salvación de las almas, en íntima unión con Cristo.