«Dios caminará con nosotros siempre, incluso en los momentos más feos» - Alfa y Omega

«Dios caminará con nosotros siempre, incluso en los momentos más feos»

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús en el camino de Emaús, está llamada a ir por los caminos, encontrar a las personas «con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces enormes», escucharlas, y ofrecerles «la Palabra de vida y el testimonio del amor fiel hasta el final»

María Martínez López
Foto: AFP Photo/Tiziana Fabi

«Dios caminará con nosotros siempre, siempre, incluso en los momentos más dolorosos, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota: ahí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza». Con esta promesa ha concluido el Papa Francisco la catequesis de la audiencia general de este miércoles, dedicada a la «terapia de la esperanza» que hace Jesús con los discípulos de Emaús.

No hacía mucho –ha narrado el Santo Padre– estos discípulos habían visto acercarse la Pascua con entusiasmo: «Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de ocultamiento».

«Por los suelos, decepcionados»

Pero esta era «solo una esperanza humana» que acabó «hecha pedazos» al pie del Calvario. Si Jesús era Dios, era un Dios «indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al mal». La Pascua, fiesta de la liberación, «se había convertido en el día más doloroso de sus vidas», ha indicado Francisco.

«En el fondo –continuó– somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad, y luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados».

Primero, Dios escucha

En ese momento, Jesús empieza su «terapia de la esperanza» preguntando y escuchando. «No es un Dios entrometido –ha bromeado el Pontífice–. Aunque conoce ya el motivo de la desilusión de estos dos, les deja a ellos el tiempo para poder examinar en profundidad la amargura que los ha envuelto».

Luego les habla a través de la Escritura, donde no hay «historias de heroísmo fácil». «La verdadera esperanza no es jamás a poco precio: pasa siempre a través de la derrota –ha señalado el Papa–. La esperanza de quien no sufre, tal vez no es ni siquiera eso. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a un líder que conduce a la victoria a su pueblo aplastando en la sangre a sus adversarios. Nuestro Dios es una farol suave que arde en un día frío y con viento».

«Jesús nos bendice y nos parte»

Por último, Francisco ha explicado el gesto de la fracción del pan, que realizó Jesús una vez llegados a Emaús. Este gesto resume «toda la historia de Jesús». Pero también lo que debe ser la vida de la Iglesia y de cada uno: «Jesús nos toma, nos bendice, parte nuestra vida –porque no hay amor sin sacrificio– y la ofrece a los demás, la ofrece a todos».

Este episodio del Evangelio es también, por tanto, un reflejo del destino de la Iglesia. Una Iglesia de la que el Santo Padre ha dicho que «no está en una ciudad fortificada», sino que anda por los caminos, donde «encuentra a las personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces enormes. La Iglesia escucha las historias de todos, como emergen del cofre de la conciencia personal; para luego ofrecer la Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el final. Y entonces el corazón de las personas vuelve a arder de esperanza».

Texto completo de la Audiencia del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, del cual habla el evangelio de Lucas (Cfr. 24,13-35). Imaginemos la escena: dos hombres caminaban decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento terminado mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de ocultamiento. Esto era aquello que ellos esperaban, y no fue así.

Los dos peregrinos cultivaban solo una esperanza humana, que ahora se hacía pedazos. Esa cruz izada en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado. Si de verdad ese Jesús era según el corazón de Dios, deberían concluir que Dios era inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al mal.

Así, esa mañana de ese domingo, estos dos huyen de Jerusalén. En sus ojos todavía están los sucesos de la Pasión, la Muerte de Jesús; y en el ánimo el penoso desvelarse de esos acontecimientos, durante el obligado descanso del sábado. Esa fiesta de la Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, en cambio se había convertido en el día más doloroso de sus vidas. Dejan Jerusalén para ir a otra parte, a un poblado tranquilo. Tienen todo el aspecto de personas con la intención de quitar un recuerdo que duele. Entonces están por el camino y caminan. Tristes. Este escenario –el camino– había sido importante en las narraciones de los evangelios; ahora lo será aún más, desde el momento en el cual se comienza a narrar la historia de la Iglesia.

El encuentro de Jesús con esos dos discípulos parece ser del todo casual: se parece a uno de los tantos cruces que suceden en la vida. Los dos discípulos caminan pensativos y un desconocido se les une. Es Jesús; pero sus ojos no están en grado de reconocerlo. Y entonces Jesús comienza su «terapia de la esperanza». Y esto que sucede en este camino es una terapia de la esperanza. ¿Quién lo hace? Jesús.

Sobre todo pregunta y escucha: nuestro Dios no es un Dios entrometido. Aunque si conoce ya el motivo de la desilusión de estos dos, les deja a ellos el tiempo para poder examinar en profundidad la amargura que los ha envuelto. El resultado es una confesión que es un estribillo de la existencia humana: «Nosotros esperábamos, pero. Nosotros esperábamos, pero…» (v. 21). ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de cada persona! En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad, y luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados. Pero Jesús camina: Jesús camina con todas las personas desconsoladas que proceden con la cabeza agachada. Y caminando con ellos, de manera discreta, logra dar esperanza.

Jesús les habla sobre todo a través de las Escrituras. Quien toma en la mano el libro de Dios no encontrará historias de heroísmo fácil, tempestivas campañas de conquista. La verdadera esperanza no es jamás a poco precio: pasa siempre a través de la derrota. La esperanza de quien no sufre, tal vez no es ni siquiera eso. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a un líder que conduce a la victoria a su pueblo aplastando en la sangre a sus adversarios. Nuestro Dios es una farol suave que arde en un día frío y con viento, y por cuanto parezca frágil su presencia en este mundo, Él ha escogido el lugar que todos despreciamos.

Luego Jesús repite para los dos discípulos el gesto cardinal de toda Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da. ¿En esta serie de gestos, no está quizás toda la historia de Jesús? ¿Y no está, en cada Eucaristía, también el signo de qué cosa debe ser la Iglesia? Jesús nos toma, nos bendice, parte nuestra vida –porque no hay amor sin sacrificio– y la ofrece a los demás, la ofrece a todos.

Es un encuentro rápido, el de Jesús con los discípulos de Emaús. Pero en ello está todo el destino de la Iglesia. Nos narra que la comunidad cristiana no está encerrada en una ciudad fortificada, sino camina en su ambiente más vital, es decir la calle. Y ahí encuentra a las personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces enormes. La Iglesia escucha las historias de todos, como emergen del cofre de la conciencia personal; para luego ofrecer la Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el final. Y entonces el corazón de las personas vuelve a arder de esperanza. Todos nosotros, en nuestra vida, hemos tenido momentos difíciles, oscuros; momentos en los cuales caminábamos tristes, pensativos, sin horizonte, solo con un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos esperanza, para encender nuestro corazón y decir: «Ve adelante, yo estoy contigo. Ve adelante».

El secreto del camino que conduce a Emaús es todo esto: también a través de las apariencias contrarias, nosotros continuamos siendo amados, y Dios no dejará jamás de querernos mucho. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, incluso en los momentos más dolorosos, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota: ahí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza: vayamos adelante con esta esperanza, porque Él está junto a nosotros caminando con nosotros. Siempre.