Apóstol de María - Alfa y Omega

Apóstol de María

Benedicto XVI ya ha anunciado oficialmente que proclamará a san Juan de Ávila Doctor de la Iglesia el próximo 7 de octubre. Acabando ya el mes de mayo, mes de María, el Apóstol de Andalucía se revela también como un gran propagador de la devoción a María. «Más quisiera estar sin pellejo, que sin devoción a María», exclamaba el santo. Escribe don Jorge López Teulón, autor de San Juan de Ávila. Doctor de la Iglesia (Edibesa)

Jorge López Teulón
Medallón de bronce conmemorativo de san Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, en la iglesia de su pueblo natal: Almodóvar del Campo (Ciudad Real).

Los Operarios Diocesanos del Beato Manuel Domingo y Sol fueron, sin duda, los que más trabajaron en mostrar al clero español la santidad del Maestro Ávila. Y, personalmente, fue don Justo López Melús, nuestro querido director espiritual en el Seminario de Toledo, quien se encargó de darnos a conocer su magisterio y santidad. En los recuerdos de aquellos años, y siempre unida al mes de mayo, dedicado a la Santísima Virgen María, está aquella famosa frase del Santo; su devoción a la Virgen era tan grande que le hacía exclamar: «Más quisiera estar sin pellejo, que sin devoción a María».

Y es que, parte esencial de la espiritualidad del Maestro Ávila es su ardiente devoción a la Santísima Virgen. Ahí están esos trece magníficos tratados que el Apóstol de Andalucía escribió sobre la Santísima Virgen, impregnados de la devoción que san Juan de Ávila muestra en cada página y en cada línea. A pesar de no ser más que un pálido reflejo de los encendidos y ardientes sermones que en su alabanza predicaba, son testimonio bastante elocuente del espíritu fervientemente mariano de san Juan de Ávila, y del celo con que procuró contagiar a los demás esta devoción.

Para él —escribe monseñor Juan del Río—, la Virgen María es la «llena de Gracia en plenitud»; por su unión con el misterio de Cristo y de su Iglesia, es «el conducto…, el cuello» que une el Cuerpo con la Cabeza. Por eso dirá en uno de sus sermones: «Porque conocer a vos, María, es conocer a nuestro Redentor y nuestro remedio; conocer a ella es conocer el camino de vos y de vuestra redención…, y sois su Criador y su Dios, que la criaste y dotaste de todas las gracias que tiene. Pues esta Virgen sagrada es la persona más principal de todo el cuerpo de la Iglesia, y más que todos enseñada por Dios».

Cuando él y sus discípulos iban a predicar por los pueblos y ciudades, nunca faltaba en sus alforjas —tan desprovistas en lo referente al sustento— abundantes provisiones de medallas de la Santísima Virgen y rosarios. No contento con esto, en sus cartas al arzobispo de Granada, encargándole que enviara predicadores y confesores de su Obispado, no se olvida de recomendarle la conveniencia de que estos obreros evangélicos «llevasen a los pueblos algunos rosarios de cuentas, previamente bendecidos, y algunas imágenes de nuestra Señora». Por lo visto, esta recomendación le parecía poco, y en las Advertencias que escribió para el Concilio Provincial de Toledo hay otra recomendación semejante, pero más apremiante: «Debían los obispos proveer de rosarios e imágenes del crucifijo y de Nuestra Señora para los pueblos del Obispado, y mandar que ellos se diesen a los pobres, y amonestasen a los ricos que comprasen, para que los unos y los otros tuviesen en sus casas alguna de estas imágenes y rosarios».

Otro dato curioso sobre la devoción del santo Maestro al santísimo Rosario es que, ya en sus primeros años de apostolado en Sevilla, había compuesto un librito sobre el modo de rezar el Rosario, y que enseñaba a los fieles no sólo a rezar vocalmente las oraciones, sino además a contemplar devotamente los misterios.

Ofrezco, finalmente, este fragmento del Tratado VI del Nacimiento de Nuestra Señora, en una edición de 1798: «Poco aprovecha a muchos que sepan los mandamientos de Dios, que son el camino para el cielo, si no los ponen en obra: causa de mayor condenación es saber lo bueno y no cumplirlo… Lejos de esta Virgen está esto; ferventísimo amor tuvo, que es el que da las fuerzas para servir al Señor. Y por ninguna adversidad, tentación ni trabajo, dejó de cumplir la santa voluntad del Señor y andar sus santos caminos. Tomólo a pechos, y como persona determinada de morir o vencer, salió con victoria de todos sus enemigos, y se hizo temer de todos ellos, y que no osasen parecer delante de ella; y de esto la alaban los ángeles, que es terrible y espantable a los demonios y a los pecados, como escuadrón de gente ordenada. Dulcísima es esta niña para los hombres, blandísima y sujetísima a Dios…».

María fue la estrella que iluminó los senderos de san Juan de Ávila, y que coronó con un atractivo inefable su altísima espiritualidad.