Momento de Gracia y renovación - Alfa y Omega

Momento de Gracia y renovación

Redacción
Niños guatemaltecos saludan a Juan Pablo II, que llega a su país

La dicha de proclamar santo al hermano Pedro de Betancurt

Ceremonia de bienvenida.

Aeropuerto Internacional de Ciudad de Guatemala (29 de julio)

Señor presidente; queridos hermanos en el episcopado; excelentísimas autoridades; miembros del cuerpo diplomático; amadísimos hermanos y hermanas:

Ante todo quiero expresar mi gran alegría al venir por tercera vez como peregrino de amor y de esperanza a esta querida tierra guatemalteca. Doy gracias a Dios por haberme permitido volver aquí para celebrar la canonización de un personaje tan querido y admirado por vosotros, el hermano Pedro de San José de Betancurt, hijo de la isla canaria de Tenerife, el cual, impulsado por un gran espíritu misionero, vino a Guatemala, entregándose al servicio de los pobres y necesitados.

Me complace saludar, en primer lugar, al presidente de la República, excelentísimo señor Alfonso Antonio Portillo Cabrera, al cual manifiesto mi más viva gratitud por las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme dándome la cordial bienvenida. Aprecio mucho la presencia de los presidentes de las otras repúblicas hermanas de Centroamérica, de la República Dominicana y del primer ministro de Belice. Mi agradecimiento se hace extensivo al Gobierno de la nación, a las demás autoridades y al cuerpo diplomático, por su grata presencia en este acto y por su preciosa colaboración en los preparativos de mi visita.

Saludo entrañablemente a mis hermanos en el episcopado, en particular al señor arzobispo de Guatemala y presidente de la Conferencia Episcopal, así como a los demás arzobispos y obispos. Mi saludo fraterno se extiende también con gran afecto a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a todos los guatemaltecos, dirigiéndome con afecto a las poblaciones indígenas, y también a las personas venidas de otros países latinoamericanos y de España.

• Mañana tendré la dicha de proclamar Santo al hermano Pedro de Betancurt, que fue expresión del amor de Dios a su pueblo. Esta celebración ha de ser un verdadero momento de gracia y renovación para Guatemala. En efecto, el ejemplo de su vida y la elocuencia de su mensaje son un valioso aporte a la construcción de la sociedad que se abre ahora a los desafíos del tercer milenio. Deseo fervientemente que el noble pueblo guatemalteco, sediento de Dios y de los valores espirituales, ansioso de paz y de reconciliación, tanto en su seno como con los pueblos vecinos y hermanos, de solidaridad y de justicia, pueda vivir y disfrutar de la dignidad que le corresponde.

¡Alabado sea Jesucristo!

Un niño besa al Papa durante la ceremonia de bienvenida a Guatemala, 29 de julio

El arte de la oración y la misericordia

Homilía en la Misa de canonización del Beato Hermano Pedro José de Betancurt. Ciudad de Guatemala, Hipódromo del Sur (30 de julio)

Venid vosotros, benditos de mi Padre… Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 34-40). ¿Cómo no pensar que estas palabras de Jesús, con las que se concluirá la historia de la Humanidad, puedan aplicarse también al Hermano Pedro, que con tanta generosidad se dedicó al servicio de los más pobres y abandonados?

Al inscribir hoy en el catálogo de los santos al Hermano Pedro de San José de Betancurt, lo hago convencido de la actualidad de su mensaje. El nuevo santo, con el único equipaje de su fe y su confianza en Dios, surcó el Atlántico para atender a los pobres e indígenas de América: primero en Cuba, después en Honduras y, finalmente, en esta bendita tierra de Guatemala, su tierra prometida.

Agradezco cordialmente las amables palabras que me ha dirigido monseñor Rodolfo Quezada, arzobispo de Guatemala, presentándome a estas queridas comunidades eclesiales. Saludo a los señores cardenales, a los obispos guatemaltecos, al obispo de Tenerife y a los venidos de otras partes del continente americano. También saludo con gran estima a los sacerdotes y a los consagrados y consagradas. Un saludo especial y afectuoso también a los Hermanos de la Orden de Belén y a las Hermanas Bethlemitas, fruto de la inspiración de la Madre Encarnación Rosal, primera Beata guatemalteca y reformadora del Beaterio donde fraguó la fundación para recuperar los valores fundamentales de los seguidores del Hermano Pedro.

Agradezco particularmente la presencia en esta celebración de los presidentes de las Repúblicas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, del Primer Ministro de Belice y demás autoridades civiles. Aprecio también la participación en este acto de la Misión oficial que el Gobierno español ha querido enviar para esta feliz ocasión.

Deseo asimismo expresar mi aprecio y cercanía a los numerosos indígenas. El Papa no os olvida y, admirando los valores de vuestras culturas, os alienta a superar con esperanza las situaciones, a veces difíciles, que atravesáis. ¡Construid con responsabilidad el futuro, trabajad por el armónico progreso de vuestros pueblos! Merecéis todo respeto y tenéis derecho a realizaros plenamente en la justicia, el desarrollo integral y la paz.

• «Que su Espíritu os fortalezca interiormente y que Cristo habite en vuestros corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podréis comprender (…) la profundidad del amor de Cristo» (Ef 3, 16-19). Estas palabras de san Pablo que hemos escuchado hoy, manifiestan cómo el encuentro interior con Cristo transforma al ser humano, llenándole de misericordia para con el prójimo.

El hermano Pedro fue hombre de profunda oración, ya en su tierra natal, Tenerife, y después en todas las etapas de su vida, hasta llegar aquí, donde, especialmente en la ermita del Calvario, buscaba asiduamente la voluntad de Dios en cada momento. Por eso es un ejemplo eximio para los cristianos de hoy, a quienes recuerda que, para ser santo, «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración» (Novo millennio ineunte, 32). Por tanto, renuevo mi exhortación a todas las comunidades cristianas, de Guatemala y de otros países, a ser auténticas escuelas de oración, donde orar sea parte central de toda actividad. Una intensa vida de piedad produce siempre frutos abundantes.

El hermano Pedro forjó así su espiritualidad, particularmente en la contemplación de los misterios de Belén y de la Cruz. Si en el nacimiento e infancia de Jesús ahondó en el acontecimiento fundamental de la encarnación del Verbo, que le lleva a descubrir casi con naturalidad el rostro de Dios en el hombre, en la meditación sobre la Cruz encontró la fuerza para practicar heroicamente la misericordia con los más pequeños y necesitados.

• Hoy somos testigos de la profunda verdad de las palabras del Salmo que antes hemos recitado: el justo «no temerá. Distribuyó, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos» (111, 8-9). La justicia que perdura es la que se practica con humildad, compartiendo cordialmente la suerte de los hermanos, sembrando por doquier el espíritu de perdón y misericordia. Pedro de Betancurt se distinguió precisamente por practicar la misericordia con espíritu humilde y vida austera. Sentía en su corazón de servidor la amonestación del apóstol Pablo: «Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Col 3, 23). Por eso fue verdaderamente hermano de todo el que vive en el infortunio, y se entregó con ternura e inmenso amor a su salvación. Así se pone de manifiesto en los acontecimientos de su vida, como su dedicación a los enfermos en el pequeño hospital de Nuestra Señora de Belén, cuna de la Orden Bethlemita.

El nuevo santo es también hoy un apremiante reclamo a practicar la misericordia en la sociedad actual, sobre todo cuando son tantos los que esperan una mano tendida que los socorra. Pensemos en los niños y jóvenes sin hogar o sin educación; en las mujeres abandonadas con muchas necesidades que remediar; en la multitud de marginados en las ciudades; en las víctimas de organizaciones del crimen organizado, de la prostitución o la droga; en los enfermos desatendidos o en los ancianos que viven en soledad.

• El hermano Pedro «es una herencia que no se ha de perder y que se ha de transmitir para un perenne deber de gratitud y un renovado propósito de imitación» (Novo millennio ineunte, 7). Esta herencia ha de suscitar en los cristianos, y en todos los ciudadanos, el deseo de transformar la comunidad humana en una gran familia, donde las relaciones sociales, políticas y económicas sean dignas del hombre, y se promueva la dignidad de la persona con el reconocimiento efectivo de sus derechos inalienables.

Quisiera concluir recordando cómo la devoción a la Santísima Virgen acompañó siempre la vida de piedad y misericordia del hermano Pedro. Que Ella nos guíe también a nosotros para que, iluminados por los ejemplos del hombre que fue caridad, como se conoce a Pedro de Betancurt, podamos llegar hasta su Hijo Jesús. Amén.

¡Alabado sea Jesucristo!

¡Gracias, Guatemala!

(Al final, el Papa dirigió las siguientes palabras:)

Antes de dejar este estupendo lugar, el lugar de la canonización del primer santo guatemalteco y tinerfeño, deseo deciros que me habéis conmovido una vez más. Gracias, muchas gracias, Guatemala. Con esta fe, esta cordialidad, estas calles tan maravillosamente decoradas. Gracias porque sé que, detrás de cada flor, hay un corazón. Sed fieles a Dios, a la Iglesia, a vuestra tradición católica, iluminados por el ejemplo del santo hermano Pedro. Guatemala siempre fiel, bajo la protección del Santo Cristo de Esquipulas. Guatemala, te llevo en mi corazón.