Cuando, dando la comunión, cae una bomba y las hostias se manchan de sangre - Alfa y Omega

Cuando, dando la comunión, cae una bomba y las hostias se manchan de sangre

Una bomba cayó en su parroquia mientras daba la comunión y la sangre de los heridos manchó las hostias consagradas. Fray Ibrahim ayuna cada día, arregla casas destruidas, acompaña a padres que han perdido a sus hijos o reparte agua entre las familias. «Experimentamos fatiga, pero somos la presencia de Cristo en medio de su pueblo». Eso sí, reconoce que ahora sonríe menos y que no es capaz «de encontrar sentido a esto»

María Martínez López
Dos franciscanos y monseñor Georges Abou Khazen, vicario apostólico de Alepo, en el barrio de Er-Ram en mayo de 2016. Foto: Editorial Encuentro

El 25 de octubre de 2015 un proyectil de los yihadistas hizo blanco en la parroquia de San Francisco, en Alepo (Siria), mientras fray Ibrahim daba la comunión. La bomba no estalló, pero hubo heridos. «Las hostias estaban manchadas con sangre de los fieles. Me impresionó mucho. Era un signo irrevocable de la presencia del Señor en comunión con nosotros».

«No me permitas ver las necesidades sin poder afrontarlas», pidió el franciscano a Dios antes de llegar a esta ciudad. Ha sido escuchado. Desde que llegó, los franciscanos entregan paquetes de comida cada vez más completos y a más familias. Dan todo el dinero del que disponen para pagar medicinas, el alquiler e incluso los pagos atrasados de hipotecas. En febrero de 2015 los bancos se pusieron de acuerdo para apretar las tuercas a las familias de Alepo que aún vivían en sus casas, aunque estuvieran dañadas y aunque muchos de ellos hubieran perdido sus trabajos o negocios por la guerra. Amenazaban con, de lo contrario, desahuciarlas.

Durante la batalla de Alepo, que concluyó en diciembre, los religiosos ayudaban después de cada bombardeo con los arreglos de casas que hubieran perdido paredes o habitaciones enteras. Y, cuando se corta el agua –sigue pasando: antes de Semana Santa, faltó durante 70 días–, dejan abiertas todo el día las puertas del convento, con dos tuberías que sacan agua de su pozo a la calle. Han comprado depósitos para las casas y un grupo de conductores lleva el preciado líquido a quienes no pueden acarrearlo.

El franciscano es consciente de que sin la fuerza de Dios y de la oración no podría seguir: «Cristo está presente en medio de su pueblo, le ayuda y le asiste a través de sus pastores. Y no supone un obstáculo ni un escándalo la fatiga que experimentamos».

Con bolsas bajo los ojos, el fraile reconoce que duerme peor ahora. Al principio, las bombas no le despertaban. Ahora, lo hace cualquier ruido. Un día de 2016, después de horas visitando familias, un monaguillo le dijo: «Cuando llegaste siempre sonreías. Ahora, menos». No pocas veces sus palabras transparentaban su perplejidad: «Ya no tenemos la percepción de lo que sucede y no sabemos a quién echar la culpa. Ya no somos capaces de encontrar un significado a esto».

«Nos quedamos sin palabras»

Hubo días especialmente extenuantes, como el del funeral de Bassam, un niño de 8 años al que una bala atravesó la cabeza mientras jugaba. «Para mí fue una lucha terrible contra el caos y la desesperación» de la familia y la comunidad. Mientras acompañaba a los padres, intentaba calmar al resto de familiares y a los scouts, que querían manifestarse con el ataúd.

Algunos días, el fraile llegó a sentirse «desgarrado» por todas las peticiones que le llegaban: «Nos quedamos sin palabras al ver todo a lo que tenemos que hacer frente». «He tenido que fiarme completamente de la Providencia, seguro de que no me abandonaría». La confianza de los frailes en Dios va acompañada de su propio sacrificio. Aún hoy se duchan con un litro de agua, y ayunan: «Hemos decidido experimentar qué significa el hambre, no comer carne ni pescado».

En medio de tanta actividad, los franciscanos de Alepo se desviven también por custodiar la fe de los fieles. La parroquia de San Francisco ofrece dos Misas diarias, catequesis, diversos grupos y dirección espiritual.

Cuando el custodio de Tierra Santa le citó para hablar de un posible cambio de destino, «yo me repetía que iba a pedirle terminar el doctorado» en Roma. Minutos después, fray Ibrahim Alsabagh (Siria, 1971), «empujado» por el Espíritu Santo, le dijo: «Estoy preparado para hacer lo que me digas». Desde Alepo, ha compartido con amigos y benefactores su día a día en medio de la guerra. Ediciones Encuentro recoge en Un instante antes del alba sus vivencias hasta enero, recién terminada la batalla por la ciudad.

En manos de la Virgen de Fátima

Tras la salida en diciembre de los rebeldes de los barrios orientales de Alepo, «no nos lanzan misiles pero las condiciones de vida no han cambiado», dijo hace unos días fray Ibrahim a Radio Vaticana. La alegría inicial se ha transformado en incertidumbre. Los franciscanos siguen ayudando a la gente de su barrio, y también a los refugiados de la zona este, donde estaban los rebeldes. Para pedir que la paz se consolide, este sábado fray Ibrahim presidió la consagración de la ciudad a la Virgen de Fátima, renovación de otra celebrada en 2016. «También hoy hay mucha necesidad de oración y penitencia para implorar el fin de tantas guerras», sobre todo en Oriente Medio», dijo el Papa el domingo, subrayando la actualidad del mensaje de Fátima.