En la sociedad actual «hay mercado» para Cristo - Alfa y Omega

En la sociedad actual «hay mercado» para Cristo

A la sociedad secularizada de Europa, a pesar de todo, le sigue interesando «el amor de Cristo muerto y resucitado», afirmó monseñor Braulio Rodríguez al clausurar la 65 Semana Española de Misionología, que se celebró en Burgos bajo el lema Ser misionero en la nueva evangelización. En este contexto de cambio de época, añadió, hace falta una tradición viva, en la Iglesia, para consolidar la fe

María Martínez López
Foto de familia de los participantes en la 65 Semana Española de Misionología de Burgos, con monseñor Braulio Rodríguez y monseñor Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza

En una época en la que la Iglesia se enfrenta a grandes retos, también –o especialmente– en Europa, en realidad «el asunto es fácil, o, si se quiere, sencillo: presentar a los hombres y mujeres de nuestros días la necesidad que tienen de la fe en Jesucristo». De esta manera provocadora comenzó monseñor Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo y Presidente de la Comisión Episcopal de Misiones, la conferencia de clausura de la 65 Semana Española de Misionología de Burgos, el pasado 11 de julio. El lema de la Semana era Ser misionero en la nueva evangelización.

Al encuentro, acudieron un centenar de misioneros de diversas diócesis españolas, lo que supone un incremento del 30 % respecto a la edición anterior. Monseñor Rodríguez se mostró, por tanto, convencido de que «presentar el amor de Cristo muerto y resucitado, conciliar la fe y la razón para dar fuerza y libertad» a la fe, «interesa hoy. De que hay mercado en nuestra sociedad para este producto».

Que el futuro no nos coja desprevenidos

Y añadió: «Nos encontramos al final de una época», y «el futuro inmediato no nos debe sorprender desprevenidos y, menos, de brazos cruzados». La ventaja es que contamos con la experiencia de la Iglesia, que «no es la primera vez» que afronta «momentos de crisis cultural y de cambios de época. Siempre que la fe cristiana ha tenido que superar en el pasado retos importantes ha tenido que valerse de una tradición viva, para sostener y consolidar el patrimonio de esa misma fe y garantizar el futuro. ¿Será de otro modo hoy?», se preguntaba, y respondía sin dudar: «No lo creo; pero una tradición viva sólo la puede garantizar la Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo».

El centro del que brota la novedad

También es esencial, para ser misioneros hoy, la guía del Papa, quien, «al crear el Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, indica el modo significativo cómo la Iglesia ha de dar una respuesta a estos grandes retos de los que hablamos: dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo y presentándose al mundo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización».

La Iglesia -continuó el arzobispo de Toledo- y todos sus miembros necesitan, para evangelizar, «una vuelta al centro», que no se trata «del centro político, sino el centro como el punto desde el que brota la novedad total del cristianismo. El centro es, en este caso, el don por el que el Dios Trino se da a sí mismo a través de Cristo en la creación y en la redención».

Texto íntegro de la ponencia de monseñor Braulio Rodríguez

Ser misionero

La 65 Semana Española de Misionología de Burgos ha girado en torno a temas como «dimensión misionera de la vida cristiana», «nueva evangelización», «misión ad gentes», «anuncio misionero», «primer anuncio», «ámbitos del anuncio», «búsqueda del sentido del hombre», etc. Personalmente agradezco cuánta luz nos han dado los ponentes en conferencias, testimonios y mesas redondas. Es bueno clarificar más y más qué debemos hacer en esta época y qué es primero y principal y qué secundario y complementario a la hora de anunciar a Cristo, luz de las gentes.

Sigo pensando, sin embargo, que, aunque el reto que tiene la Iglesia católica en la vieja Europa es muy serio, el asunto es fácil, o, si se quiere, sencillo: presentar a los hombres y mujeres de nuestros días la necesidad que tienen de la fe en Jesucristo. Ya sé que se repite hasta la saciedad que el hombre de hoy está inmerso en complejos procesos de secularización y alejamiento de los planteamientos cristianos de la vida. Aun así, presentar el amor de Cristo muerto y resucitado, conciliar la fe y la razón para dar fuerza y libertad al acto de fe, estoy seguro que interesa hoy. Que hay mercado en nuestra sociedad para este producto. Esto mismo afirmé en un simposio de obispos africanos y europeos celebrado en Roma en febrero último sobre la nueva evangelización.

Ciertamente no podemos olvidar que nos encontramos al final de una época o, si queréis, nos encontramos al final de una época que, como decía Rino Fisichella, «para bien o para mal, ha marcado nuestra historia durante seis siglos» (La nueva evangelización, Santander 2012, 9-10). Lo cual significa que el futuro inmediato no nos debe sorprender desprevenidos y, menos, de brazos cruzados. Tenemos que tener capacidad de reacción. Por otro lado, si conocemos un poco la historia de la Iglesia, ésta no es la primera vez que tiene que afrontar momentos de crisis cultural y de cambios de época. Recordemos la gran crisis gnóstica; también cuando pueblos del norte (¿bárbaros?) aportaron gente nueva a la sociedad tardo romana, pero un horizonte de fe tan distinto como el arrianismo. ¿Y qué decir de otros momentos como el Renacimiento o la evangelización de América con el inicio de la Reforma protestante?

Ahora, más cerca de nosotros, la secularización y la indiferencia, que hacia la fe cristiana provoca, por ejemplo, el consumismo materialista o un laicismo que se esfuerza por demostrar que creer en Cristo no tienen consecuencias en el horizonte cultural o moral del creyente, nos están indicando el espesor de la crisis religiosa de nuestro tiempo y su incidencia en el sujeto cristiano. Sin embargo, conocemos que siempre que la fe cristiana ha tenido que superar en el pasado retos importantes ha tenido que valerse de una tradición viva, para sostener y consolidar el patrimonio de esa misma fe garantizar el futuro. ¿Será de otro modo hoy? No lo creo; pero una tradición viva sólo la puede garantizar la Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo.

El Santo Padre, al crear el Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, el día de san Mateo de 2011, indica el modo significativo cómo la Iglesia ha de dar una respuesta a estos grandes retos de los que hablamos: dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo y presentándose al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización.

¿Habrá que hacer, pues, grandes malabarismos, campañas suficientemente significativas y llamativas, puestas en escena espectaculares o novedosas? Tal vez, pero sobre todo, como decía Juan XXIII en el discurso inaugural del Vaticano II, tener muy en cuenta que «una cosa, en efecto, es el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo significado». El mismo documento conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia dirá más tarde: «Este contenido -de la evangelización- es el único e idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del mismo modo según las circunstancias. Por consiguiente, las diferencias que hay que reconocer en esta actividad de la Iglesia no proceden de la naturaleza misma de la misión sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce» (Ad gentes 6).

Todo lo cual nos hace pensar que no hay que descuidar un aspecto muy importante: ¿cómo acepta el que ha de evangelizar, cómo repercute en él el encuentro con Cristo que genera la fe?; esto es, ¿qué tipo de vida lleva el que anuncia a Cristo? ¿Cómo transforma su persona la fe cristiana? Creo yo que debe haberse dado en el que evangelizará más tarde un cambio sustantivo hasta hacer de él un sujeto nuevo. San Cirilo de Jerusalén, en sus Catequesis, explica: «Al haber recibido en nosotros su cuerpo y su sangre, nos transformamos en portadores de Cristo». Pero esta transformación, pienso, ha de ser de día y de noche, en la intimidad y en la relación con los demás; en el trabajo y en el ocio, en mi parroquia y en la calle, en la vida privada y en la pública.

El que quiere evangelizar, como es parte de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, habitualmente, como la Iglesia misma, no tiene otra cosa que hacer que continuar con las tareas que le son propias, con confianza y paz: estarse quieta y ver la salvación, que es amor del Padre a nosotros por Jesucristo en el Espíritu Santo. Éste es un testimonio fantástico de fe y confianza en la promesa de Cristo: la Iglesia no tiene otra cosa que hacer que continuar con las tareas que le son propias, con confianza y paz. Es decir, lo que necesita la Iglesia y lo que necesita cada uno de sus miembros para evangelizar es una vuelta al centro. No se trata del centro político, sino el centro como el punto desde el que brota la novedad total del cristianismo. El centro es, en este caso, el don por el que el Dios Trino se da a sí mismo a través de Cristo en la creación y en la redención, un don que se da en la comunión de la Iglesia, un don que constituye el auténtico significado de toda realidad, y que reconoce a Jesucristo como el corazón del mundo, en expresión de H. U. von Balthasar.

Si «Cristo… en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, revela completamente al hombre ante sí mismo y saca a la luz su vocación más alta» (GS, 22), Cristo pertenece a la misma definición del hombre, de tal forma, que pensar en el hombre sin Cristo es precisamente dejar incompleta la comprensión del hombre, es errar en lo más importante, incluso para la construcción de la polis terrena: el destino y la vocación de la humanidad a participar de la vida divina del Hijo de Dios.

Necesitamos alejarnos de una visión del hombre dualista, en la que la fe o la acción apostólica parezcan simples acciones añadidas a un sujeto que planifica como manager. La Iglesia tiene necesidad siempre de convertirse, a todos sus niveles, en «la casa y la escuela de comunión», como nos recordaba Juan Pablo II en NMI 43. La Iglesia tiene que ser una vida de comunidad, en cierto sentido, una vida de familia, como la vida de un cuerpo. Recuperará así densidad social. No como un ghetto, sino como una vida real de familia, abierta siempre a la vida y a la sociedad. No puede quedarse en la sequedad de hacer simples planes; en ella, sus hijos tienen que recuperar la lógica sacramental, que es la que le es propia.

El hombre y la mujer que han sido alcanzados por Cristo en la Iglesia llevan una vida de comunidad que recibe vida en la Liturgia y en la Eucaristía y la dona a los demás. La Eucaristía, con todas sus dimensiones (sin ser reducida de forma pietista e individualista) es la práctica/praxis de la Iglesia y, por tanto, es una escuela de vida en comunidad que nos permite comprender en una única forma quién es Dios, quién es Cristo, quiénes somos nosotros; quiénes somos para Dios, y quiénes somos los unos para los otros, y qué es el mundo para nosotros. La Eucaristía es el único lugar de resistencia a la aniquilación del ser humano y donde experimentar una universalidad que no está expuesta a la realización local, a la identidad y a la plenitud. Un miembro de la Iglesia, un hijo o hija de la Iglesia, que viva así la fe, ¿podrá no evangelizar, llevar el tesoro de su fe y no compartirla con sus hermanos los hombres, que Dios quiere que conozcan la Verdad y vivan de ella?

+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Presidente de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación de las Iglesias