Stepinac: Una oración por aquel que me arroje a la muerte - Alfa y Omega

Stepinac: Una oración por aquel que me arroje a la muerte

Este martes, 10 de febrero, se cumplen 55 años de la muerte del cardenal croata Alois Stepinac, que durante la invasión nazi salvó la vida del 10 % de los judíos de Zagreb, y durante la dictadura comunista se negó a la creación de una Iglesia nacional sometida al régimen de Tito. Tras cumplir condena de 16 años de trabajos forzados, sufrió arresto en Karzic hasta el fin de sus días. Carmen Verlichak ha recogido, en El cardenal Stepinac, el coraje de la fidelidad (Krivodol Press) cómo vivió el pueblo croata la muerte de su pastor, al que la Iglesia ha reconocido como mártir:

Redacción

Y el reloj marcaba las 14.15 horas. Doblaron las campanas y Krašič se ennegreció. En un mismo momento, mujeres y hombres, estuvieran donde estuvieran, salieron a la calle llorando, esperando y preguntándose cómo se llegó tan rápido a ello, aunque hace tiempo que lo esperaban. Los chicos que tanto lo querían, lloraban más desgarrado porque no sabían –como sí sabían ya los mayores– que habían logrado un amigo en el cielo. Como la noticia se extendió enseguida, muchos intentaron llegar a Krašić, pero nuevamente la policía no lo permitió. De manera que, otra vez, solamente estaban los del pueblo que se agruparon en la iglesia frente a su amado vecino. Como prisionero, el Arzobispo había estado entre ellos ocho años, dos meses y cinco días. Había dicho dos meses antes: «San Cipriano dio a su verdugo veinticinco monedas de oro antes de que lo decapitara. Yo no tengo oro. Todo lo que puedo dar es una oración por aquel que me arroje a la muerte, para que Dios lo perdone y le dé vida eterna, y a mí una muerte en paz. Con la misericordia de Dios cumpliré con mi obligación hasta el final, sin odio contra nadie, pero de la misma manera sin miedo ante nada».

Uno de los héroes más queridos

Cuando murió Stepinac, el reverendo Vraneković dio la noticia al arzobispado. A su vez, el arzobispo coadjutor, Franjo Šeper, avisó al papa Juan XXIII y se dispuso a ir a Krašić. Monseñor Šeper pidió a las autoridades que el cuerpo del mártir fuera enterrado en la cripta de la catedral junto a las tumbas de los héroes más queridos de los croatas: los Zrinski, Fran Frankopan y el arzobispo Maksimiliano Vrhovac. Aunque los agentes de Tito prohibieron el paso por toda Croacia y muchos tuvieron que volverse por donde vinieron –entre ellos el propio hermano del cardenal– grandes multitudes alcanzaron Zagreb y su catedral para los funerales.

¿Requiem o Aleluya?

Así lo recuerda el hoy obispo Ante Ivas: «Tengo 20 años, soy un seminarista en la piecita de la mansarda, no tengo calefacción pero sí vista a la catedral. Estoy con gripe y es el tiempo de los exámenes, el tiempo de la batalla con los profesores. En la mesa está la llamada para el reclutamiento; serán dos años en Skopje en el cuerpo de infantería. Y oigo que suena una campana, y luego otra y otra, y todas las campanas de la catedral y las campanas de toda la ciudad. Nunca tan profundo, tan alto, tan triste y tan solemne, tan de la tierra y tan del cielo… Suenan, suenan y repiten: Cardenal, Arzobispo, Stepinac, Krašić, Zagreb, Croacia, hogar, las estrellas, Croacia dispersa por el mundo, mártir, Beato, santo, murió, vive, murió, vive. ¡Son campanas de Resurrección! Un estremecimiento me traspasa el cuerpo, el corazón, el alma… ¿Llorar o cantar? ¿Réquiem o aleluya? Siempre viven en mí esos momentos dramáticos; un río de gente, un torrente que llega desde arriba y desde abajo, todos confluyen en la catedral. Esperan estremecidos, ansiosos, conmovidos, orgullosos. ¿Vendrá? ¿No vendrá? Y sí, vino. Llegó triunfal en la solemne tarde, bendecida por las lágrimas, los suspiros y las gracias. En esa noche inmensa de oración y peregrinaje, los seminaristas hicimos de guardia de honor junto al catafalco, que era como un trono triunfal. Y los fieles nos tendían objetos para que tocaran el cuerpo del mártir. Todavía llevo en mí ese santo roce de sus manos. Ardían miles de velas. En la misa más profunda de la que participé jamás, sinceros y entusiasmados como nunca volvimos a estarlo, cantamos He aquí como muere un justo, Ecce quomodo moritur iustus. Tito dijo en aquella ocasión: ¡Pronto lo olvidarán! A pesar de él, sin embargo, a través de los años nunca dejó de haber flores y personas arrodilladas ante su tumba».