11 de febrero: san Pedro de Jesús Maldonado, el mártir que comulgó con un: «Cómete esto» - Alfa y Omega

11 de febrero: san Pedro de Jesús Maldonado, el mártir que comulgó con un: «Cómete esto»

Este sacerdote mexicano enseñó las verdades de la fe con fotos y teatro, promovió la Adoración Nocturna y combatió el alcoholismo entre los tarahumaras hasta que fue víctima de la persecución religiosa

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Pedro de Jesús Maldonado de Raúl Berzosa. La pintura está en la iglesia que tiene dedicada en El Paso (Estados Unidos). Foto: Raúl Berzosa.

«Quiero tener siempre mi corazón en el cielo y en el sagrario» es el lema que acuñó cuando era seminarista Pedro de Jesús Maldonado. Y Dios se lo concedió años después, de manera misteriosa, la noche de su martirio. Nacido en 1892 en la ciudad mexicana de Chihuahua en el seno de una familia muy piadosa y creyente, Pedro de Jesús entró en el seminario en 1909, justo un año antes de la revolución que intentó acabar con la dictadura de Porfirio Díaz. En medio de aquella agitación política y social, la mayoría de seminaristas tuvieron que huir a Estados Unidos, mientras que el joven se vio obligado a volver a su ciudad natal para ganarse la vida por las calles tocando el violín. Solo retomó los estudios cuando pasó el peligro, consiguiendo ser ordenado sacerdote en 1918.

El contexto no era el mejor para un joven recién salido del seminario. En 1924 se promulgó la llamada ley Calles, en referencia al presidente Plutarco Elías Calles, oficialmente Ley de Tolerancia de Cultos, que, en la práctica, limitaba el número de sacerdotes a uno por cada 6.000 habitantes, expulsaba al clero extranjero del país y prohibía el establecimiento tanto de órdenes monásticas como de las congregaciones religiosas dedicadas a la educación. También restringía las expresiones de fe en espacios públicos. Todo esto se castigaba con multas y penas de prisión.

Aquello fue «el preámbulo de lo que sería la más sanguinaria persecución contra los católicos mexicanos», afirma el historiador Javier Contreras en su libro El mártir de Chihuahua. Según Contreras, «el odio hacia la Iglesia de Cristo se fue enraizando cada vez más y enrarecía el ambiente con ataques constantes contra los representantes de la Iglesia: contra los sacerdotes, contra las escuelas católicas y prácticamente contra todos los mexicanos, partiendo del hecho de que la casi totalidad de ellos eran católicos». Tan solo un año después de la promulgación de la ley, la persecución hacia los curas se desarrolló abiertamente y a la luz del día. Maldonado no se libró de ella. Un día, en Ciudad Jiménez, un grupo de la masonería lo sacó a golpes del confesionario y le dio una paliza.

Su obispo lo mandó entonces al municipio de Santa Isabel, donde promovió la Adoración Nocturna y combatió la plaga de alcoholismo entre los indígenas tarahumaras. Enseñaba las verdades de la fe con el apoyo de fotografías y representaciones teatrales y acudía allí donde le reclamaban para bendecir los campos de cultivo. Iba de un lado a otro caminando. Se denominaba a sí mismo con humor «el carmelita con chanclas», por su devoción a la Virgen del Carmen y por la humildad de su calzado.

En 1931, la persecución se intensificó todavía más y Maldonado tuvo que huir para ponerse a salvo en El Paso (Estados Unidos). Volvió en cuanto le fue posible porque, decía, «no me ordené para estar aquí cómodamente, sino para servir a mis feligreses». En su tierra natal se fue escondiendo de rancho en rancho, protegido por sus fieles, hasta que fue localizado y detenido. Lo golpearon hasta dejarlo medio muerto y lo sacaron de noche para fusilarlo. Imitando a los mártires mexicanos que ya habían dado su vida por la fe en la persecución, el padre Maldonado se levantó, abrió los brazos y gritó: «¡Viva Cristo Rey!». No se sabe qué pasó con los verdugos, pero esa no fue la noche de la muerte del santo; sus propios captores lo trasladaron a la frontera y lo dejaron allí con algunas monedas en el bolsillo.

Volvió con sus fieles

Al cura de Chihuahua su sacerdocio no le dejaba otra opción que la de volver de nuevo al lado de sus feligreses, y así lo hizo. Ya no se escondía: organizó la Semana Santa de 1936 de manera pública y abierta, como no se hacía desde hacía años y como si no hubiera persecución en México. El Viernes Santo iba de noche para atender a un moribundo y le dispararon una ráfaga de balas desde el otro lado del camino sin consecuencias. Maldonado ni se inmutó: «El Niño Jesús y santa Teresita nos protegen», dijo tras el ataque.

Esa actitud despreocupada ante las circunstancias externas y firme en sus convicciones internas fue su sentencia. La Cuaresma del año siguiente la comenzó con una Misa en la plaza de la localidad de Boquilla del Río, porque la parroquia estaba clausurada. Algunos a quienes les impuso la ceniza fueron más tarde a denunciarlo, y esa noche se presentó una patrulla en la casa donde se refugiaba. Lo sacaron de allí y le hicieron caminar descalzo hacia el municipio de Santa Isabel, donde se ensañaron con él. Lo golpearon hasta que perdió el ojo izquierdo. En el pecho custodiaba las últimas Hostias, consagradas horas antes y que sus verdugos le hicieron comer en entre burlas y diciendo: «Cómete esto». Con ello consumaban el deseo del mártir de vivir —y morir— con el corazón en el cielo y en el sagrario. Maldonado falleció a las pocas horas, el 11 de febrero de 1937, el día del aniversario de su primera Eucaristía. Esa última acción de gracias tras la comunión la hizo directamente en el cielo.

Bio
  • 1882: Nace en Chihuahua
  • 1918: Es ordenado sacerdote
  • 1924: Se promulga la ley Calles
  • 1937: Muere mártir en Chihuahua
  • 2000: Es canonizado por Juan Pablo II