«Mi dignidad no me permite vivir aquí» - Alfa y Omega

«Mi dignidad no me permite vivir aquí»

Cáritas Huelva ha convocado a los partidos políticos para buscar soluciones a la cronificación de los asentamientos de temporeros, donde malviven todo el año 700 personas, que durante la campaña de la fresa ascienden hasta 2.000

María Martínez López
Diarrá posa en Las Madres. Ha hablado con Alfa y Omega, pero no ha querido mostrar su cara. Foto: Cáritas Huelva

Diarrá llegó a España desde Mali hace diez años. Su hermano, que trabajaba en los cultivos de Almería, había logrado que lo contrataran directamente en origen, así que llegó «en avión y con papeles». Las comodidades no duraron mucho. Ahora, como miles de temporeros en nuestro país, recorre la geografía española siguiendo las campañas agrícolas: en verano recoge manzanas y melocotones en Lérida y, a finales de año, aceitunas en Jaén.

El resto del tiempo, unos ocho meses al año, lo pasa en Huelva. Vive en asentamientos como el de Las Madres, de Mazagón. Cáritas diocesana lleva años llamando la atención sobre la cronificación de estos campamentos. «El campo de Huelva ha evolucionado –explica Susana Toscano, responsable de la labor de la entidad en los poblados–. Además de fresa, ahora hay frutos rojos, naranjas y otras frutas. En septiembre se empieza a sembrar y a hacer tareas de mantenimiento, así que no les vale la pena irse. Se quedan aquí un mes y descansan».

Poblados invisibles

Si durante la campaña de la fresa Cáritas atiende en los poblados a unas 2.000 personas, en temporada baja siguen allí unas 700. De ello se ha hablado en las I Jornadas sobre Asentamientos, organizadas por la entidad del 2 al 4 de mayo con el lema Una mirada al futuro. Según Toscano, «el objetivo era sensibilizar y denunciar que esta situación sigue existiendo, y plantear qué va a pasar en adelante. La gente de algunos pueblos con asentamientos ni saben que existen. Si la sociedad se acostumbra a ello, no hay nada que hacer». A las jornadas acudieron representantes de todos los partidos y de entidades sociales.

No todos los temporeros viven en los asentamientos. Algunos empresarios les ofrecen alojamiento. Pero en municipios que llegan a duplicar o triplicar su población durante las campañas, muchos trabajadores terminan en los poblados chabolistas. «No disponen de agua corriente, de electricidad, ni de cubos de basura –explica Toscano–. A veces les dejan coger agua en los campos donde trabajan. Algunos han instalado de forma muy artesanal alguna placa solar o incluso una antena de televisión».

Diarrá gana unos 1.200 euros al mes «trabajando los 30 días». Con ellos, podría alquilar una habitación. «He buscado mil veces en Palos de la Frontera, porque mi dignidad no me permite vivir aquí, pero no nos quieren alquilar. Tienen miedo de que metamos a otros 30, cobrándoles. Algunos compatriotas lo hacen». No es fácil que los habitantes de los asentamientos pasen a una vivienda: «Algunos, trabajan solo unos días al mes y no pueden pagarla –explica Toscano–. Otros se han acostumbrado ya a estar así. Les es más fácil encontrar trabajo estando cerca de los campos, y prefieren enviar el dinero a su familia».

«La única ayuda buena»

Cada día, una furgoneta de Cáritas reparte en los campamentos comida, mantas, kits de higiene… Si hace falta, acompañan a sus moradores al médico o a hacer gestiones. En los pueblos de Mazagón y Moguer se han instalado dos puntos de higiene para ducharse, lavar la ropa y cargar el móvil. «Cáritas es la única ayuda buena que tenemos», asegura el joven maliense.

El segundo pilar de su labor es la sensibilización, con iniciativas como estas jornadas. «Las administraciones son las primeras que tienen que afrontar la realidad. No basta con poder traer a los trabajadores de forma legal si no hay una red de alojamientos, con servicios adecuados, y mediación para acceder a la vivienda en los pueblos», subraya Toscano. También es importante lograr más estabilidad laboral: «La mayoría de acuerdos son de palabra, y los trabajadores cobran solo por día trabajado. No se puede considerar un trabajo normalizado».

Por eso, la principal reivindicación de Cáritas es que existan mesas intersectoriales con las administraciones, entidades sociales, sindicatos, empresas y los propios trabajadores. Después del encuentro de la semana pasada con todos los partidos, la responsable de Cáritas onubense es optimista: «Quiero pensar que están dispuestos a buscar una solución». Aunque la buena voluntad debe verificarse tan pronto como esta semana en la reunión del Foro de la Inmigración, un órgano de consulta y participación de todas las realidades implicadas en la inmigración y vinculado a la Consejería andaluza de Justicia e Interior.

María Martínez López / Raúl Vega

La vida en los campos

• Los materiales inflamables de las chabolas –palés de madera y plásticos, además del colchón–, la sequedad del terreno, el viento que sopla con fuerza en invierno y el uso de hornillos hacen que en los asentamientos sean frecuentes los incendios. En estas condiciones de vida, surgen además problemas de convivencia. «Aquí pasa de todo –relata Diarrá–. Acaban de romperle la pierna a un chico. Y, el año pasado, en otro asentamiento, uno quiso quemar a otro».

• Diarrá recorre los campos de la zona para buscar trabajo. Este año «ya he dejado dos: me obligaban a hacer horas extra» y recibía comentarios racistas de un encargado. «La fresa es lo más jorobado: hay que agacharse mucho, y terminas con la espalda hecha polvo. No puedes trabajar el mes entero, algún domingo tienes que descansar. Al acabar la campaña, hay gente que tiene que descansar un mes».